Por Francisco Escandón Guevara
La inseguridad es la principal preocupación que tienen los ecuatorianos. Junto a los crecientes índices de criminalidad, el sensacionalismo con el que se transmiten las noticias construyó un imaginario de desamparo y forjó la necesidad de una mayor violencia estatal para exterminar a los delincuentes.
Desde el poder se dictó una serie de políticas punitivistas y represivas (endurecimiento de penas, permisividad del uso progresivo de la fuerza policial, flexibilización en el porte y uso de armas, militarización de ciudades, etc.) que lejos de solucionar el problema, ahondaron la crisis.
Esas mismas recetas las están reeditando la mayoría de presidenciables. En los programas de gobierno y los discursos, los alfiles de las élites ofertan mano dura y populismo penal, al tiempo que marketean como prototipo de gobernante a un superhéroe o heroína aparentemente capacitado para dirigir una guerra, aunque ella implique un espiral de violencia sinfín.
Como en su momento Lasso usó camuflaje y gorra militar, ciertos candidatos juegan a proyectar la imagen de fuerza y valentía para crecer en las preferencias electorales. Otto reclama que expuso su vida durante la pandemia, Villavicencio se disfraza de sheriff y asegura que combatirá las mafias, la candidata de Correa usa capa de súper heroína, mientras Topic simula unas veces a rambo y otras a terminator sobre una motocicleta. Así intentan conectar emocionalmente con los electores.
El superhéroe publicitado por estos candidatos no es el übermensch nietzscheano, tan sólo es una copia malhecha de los avengers, de tan mala calidad que, al contrario de combatirlos, son cómplices y encubridores de los villanos y mafiosos que gobernaron durante los tres últimos períodos.
De esa imagen de superhéroe se proyecta el más crudo mesianismo autoritario que generalmente desemboca en la restricción de la participación social, en la violación de derechos colectivos e individuales y la concentración déspota del poder. Las élites buscan en sus alfiles un proyecto fascistoide del Estado.
Las acciones coercitivas inmediatas son insuficientes para recuperar la seguridad ciudadana. Ese cortoplacismo debe ser superado por inversión pública en salud y educación, por trabajo estable y salarios dignos, por reducción del hambre y desigualdad, por combate a la corrupción de traje y corbata.
El meollo del asunto está en resolver los problemas estructurales. La elección de agosto próximo es decisiva, votar bien es clave.