Por Jaime Chuchuca Serrano
Bolsonaro ganó en 2018 bajo la influencia mundial de la extrema derecha. Trump, en EEUU, y Bolsonaro, en Brasil, manejaron discursos parecidos: xenofobia, racismo, expansión, antifeminismo, demagogia; en la segunda ocasión que se presentaron, los dos perdieron; y usaron la estrategia de denunciar “fraude”, aunque sus propias fuerzas manejaban las instituciones electorales; generaron movilizaciones y organizaron golpes de Estado fallidos.
El legado de Bolsonaro es totalmente negativo: destrucción de la Amazonía, crecimiento de la pobreza, incremento del racismo, de la homofobia, disminución del acceso a la educación, incremento de la insalubridad e inseguridad, recortes para las áreas sociales; aparte de la negligencia gubernamental y cerca de 700 mil fallecidos por Covid 19. Bolsonaro eliminó el programa Bolsa Familia para el 10% más pobre; apareciendo 10 millones de pobres más, los que se suman a los 62,9 existentes. Actualmente, 19,8 millones de personas viven por debajo de la línea de la pobreza; el 44,7% de los niños viven en hogares pobres, la peor cifra en una década. En los dos últimos años, la inflación ha estado entre el 7 y 10%; el desempleo entre el 9,1% y 13%.
Ante esta situación, la victoria de Lula es paradigmática. El 2 veces presidente de Brasil ganó un tercer mandato, articulando a la mayoría de las fuerzas de izquierda y socialdemócratas, así como varias de derecha. El exrival de Lula, Geraldo Alckmin, fue su binomio. La victoria de Lula, 50,88%, frente a Bolsonaro, 49,2%, fue la más apretada de los últimos 37 años, desde el retorno a la democracia en 1985. Los resultados muestran la polarización política de la población.
Lula, de 77 años, ha conservado las marcas del populismo y ha pretendido ubicarse por fuera de las definiciones de izquierda o derecha. Reúne diferentes características como el origen popular, sindicalista (tornero mecánico), católico, nacionalista, que le permiten conectar fácilmente con diferentes sectores sociales, en su gran mayoría de bajos ingresos. En enero de 2023, Lula asumirá un gobierno con déficit fiscal y descalabrado institucionalmente. En este tercer período, Lula probará lo que se puede cambiar en época de recesión, con programa sumamente moderado, en el quinto país más grande del mundo. La oposición hasta el momento tiene mayoría en el parlamento y aprovechará los menores tropiezos para crear inestabilidad política. Latinoamérica gira a la izquierda y la socialdemocracia, mientras Europa lo hace a la extrema derecha.