Por Francisco Escandón Guevara
¿Debate? ¿Cuál debate? No hubo, lo que se presenció fue una exposición de los dos candidatos finalistas, Daniel Noboa y Luisa González, que reemplazaron la confrontación de ideas y la discusión política por una serie de acusaciones e insultos que polarizan aún más al país.
Una y otro dejaron de lado sus propuestas de campaña, sobretodo el cómo harán posibles sus ofertas electorales, para acentuar su ataque al contendiente. Esa táctica quizá permita fanatizar a sus votantes de la primera vuelta electoral, incluso movilizar a sus más ciegos activistas tras un fundamentalismo violento e irracional, pero no seduce a los indecisos, ni a quienes votaron por otras candidaturas u opciones electorales.
Dos horas de este show vergonzoso dejaron claro que Noboa no cobrará la millonaria deuda de impuestos que debe su papá, Alvarito, al Estado y que el correísmo, al estilo xenófobo de la ultraderecha de Donald Trump, está dispuesto a deportar masivamente venezolanos y a reconocer al régimen fraudulento de Maduro como poder legítimo.
Pero hay sombras imposibles de disimular. El presidente candidato no pudo aclarar las acusaciones de beneficiar a sus familiares con contratos estatales, de camuflar drogas en cajas de banano que se exportan a Europa o de sus rasgos dictatoriales misóginos. En tanto, Luisa, tampoco pudo sacudirse de los vínculos del correísmo con las mafias, aún le pesa la agenda de impunidad para que retornen al país los líderes de su partido sentenciados por corrupción y no logró refutar su participación, junto a los muppets, para cooptar las instituciones del Estado.
Cierto es que de un lado y otro se declaran ganadores, pero hay un gran perdedor: el Ecuador, el pueblo ecuatoriano. Los dos finalistas dejaron más dudas que certezas, ambos están impregnados de un hedor a mafias y narcotráfico, una pestilencia de corrupción y prepotencia, que debe de ser investigado con celeridad y contundencia, caso contrario la legitimidad de quien resulte ganador puede desvanecerse con rapidez.
Ahí la democracia liberal polarizada, dos caras de una misma moneda que ya gobernaron y que apuestan a congraciarse con los votos indecisos como el mal menor, como el menos malo, para volver a Carondelet. Esa camisa de fuerza viciada es el reinicio de la campaña electoral: violenta, elitista, opaca y desesperanzadora. Entre los finalistas no hay alternativa, pero aún queda la opción del voto nulo.