Día universal de la madre
Por Jairo Terán*
Al querer decantar a lo más bello que existe en la tierra, la mujer, a ésta en su excelsa figura de madre, se confunden en mí los variados e inquietos sentimientos, y qué difícil resulta ordenarlos, pero al fin con dulzura, entereza, sencillez y taciturna humildad tomo la pluma, para expresar con profundo sentimiento lo que siento por quien nos dio la vida, nos prodigó cuidados como nadie mejor lo puede hacer.
No hay calendario en el mundo para recordar a la madre, como lámpara refulgente que Dios puso en la tierra para guiar a sus hijos hacia el campo del porvenir, ella es la que más quiere, más ama desde el momento en que su entraña se convierte en cuna para el desarrollo embrionario del ser.
Ella es el árbol de la existencia humana, a cuyos frutos entrega el amor más tierno y más sublime, entroniza el afecto pletórico en la familia; -aunque la mía ya no está perdura en mi memoria como maestra, guía, fuego y luz en mi camino-.
Es la esencia de la sensibilidad humana, siembra el bien con alegría; a nuestras aflicciones y dolores procura cambiarlos por los más bellos colores.
Es la maestra de la casa porque tiene la más grande responsabilidad de orientar a sus descendientes hacia el horizonte de esperanza.
En las difíciles situaciones de un hijo, con cálida ternura está presente para ayudarle e imbuirlo de fortaleza.
Por estas y un millón de virtudes más, saludo en este día a la madre: negra, blanca, mestiza, montubia, campesina, anciana, joven, soltera, casada, pobre, rica, presente, ausente; a la abuela, tía, hermana, a todos quienes cumplen el papel de madre; mi respeto también, a la madre tierra por tenernos en su eterno seno. Y, os presento mi reverencia, tributo, gratitud y pleitesía a todas ustedes madres, diciendo:
La madre es sacerdotisa, por tanto influye e impera en el mundo y vigila con solicitud y esmero sobre la felicidad temporal y espiritual; revestida de un amor puro, tierno y delicado, preconiza el amor, encamina por el sendero que conduce a la verdadera felicidad, separa a sus hijos de las escarpadas vías del peligro, predica el bien con ternura amabilísima y en nada escatima ante lo que dice constituir la verdadera felicidad; en tales circunstancias se siente rodeada de paz y tranquilidad, los más grandes tesoros para ella que le dan a su corazón la verdadera alegría.
En la tutela de sus hijos es preciso exponer que ella los vigila incansablemente desde la cuna hasta el sepulcro, cumpliendo así su misión de guardiana constante y serena, con ánimo heroico y a paso de gigante; en todo tiempo es la luz benéfica del hogar, la que prodiga sin egoísmo sin odio y sin rencor, brillantes y suaves rayos de luz entre la familia, luz moral para los corazones, luz intelectual para las mentes, luz que forma el carácter personal y luz que engrandece la pequeña sociedad de la familia, símbolo de la sociedad universal.
Quitemos por un momento a la madre del hogar y todo queda reducido a una tétrica penumbra, se acaban los encantos y halagos de la vida y reina por todas partes la noche eterna llena de lágrimas y dolor en tan trágico espectáculo, parece que la misma naturaleza acompaña en la congoja. los mares con sus bramidos y las fieras de las selvas con sus rugidos y hasta la misma morad con su muda expresión, manifiestan cubriéndose de luto, sus sentimientos de pesar y abatimiento; en tal virtud, pienso yo que la madre no debe desaparecer nunca, porque constituye la felicidad de la familia , es una verdad tan evidente y clara como la luz meridiana.
¡Loor a las madres del mundo!
*Presidente Centro cultural “Antonio Ante”