Por Francisco Escandón Guevara
Desde la independencia, la deuda externa se convirtió en el fantasma que paralizó el desarrollo ecuatoriano: se sacrificó la inversión social y productiva para obedecer a los prestamistas internacionales.
En las últimas dos décadas, durante los cuatro últimos gobiernos, el endeudamiento público se aceleró hasta casi alcanzar los 90.000 millones de dólares, equivalente al 65% del Producto Interno Bruto, en términos reales, representa dos de cada tres dólares que el país generará el próximo año.
Esa cifra que incluye deuda externa, deuda interna y otros pasivos se quintuplicó aproximadamente desde el 2010 a la actualidad. Lo grave es que los créditos obtenidos no se invirtieron en la transformación estructural de la economía, en generar empleo digno ni en reducir la pobreza sino consolidaron un sistema en el cual los ricos son cada vez más millonarios, el país más dependiente de las llamadas superpotencias y el Fondo Monetario Internacional impone los ajustes.
Pese al discurso oficial sobre el crecimiento económico, el año 2026 será particularmente más difícil. Sumado lo presupuestado en salud, educación, universidades, seguridad y obra pública alcanza el 34% del Presupuesto General del Estado, muy cercano al 32,4% que se asignará al pago de amortizaciones e intereses de la deuda; pero al ejecutar el presupuesto, como ahora ocurre, tendrán prioridad los chulqueros por sobre el pueblo.
Ahí no terminan los problemas, mientras cuatro de cada diez dólares de los ingresos totales del país se reservan para el pago de la deuda, Noboa contratará más préstamos para cubrir el déficit y otros compromisos pendientes. Es la paradoja de quien tapa un agujero, cavando otro más grande.
Nada cambiará, nada será distinto, si continúan aplicando las mismas recetas del pasado que siguen hipotecando el presente y futuro del Ecuador y su gente. La alternativa es la moratoria de la deuda externa -no equivale a default- que logre postergar, al menos por una década, el pago a los acreedores y negociar reprogramaciones que incluyan plazos más largos, menores intereses y hasta una reducción de lo adeudado.
Esto es posible y urgente. La deuda externa es una cadena de esclavitud que debe romperse para construir sin demora un país con justicia social.
