Efectos psicológicos de la violencia contra la mujer

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Por Karla Arellano

Al hablar de las repercusiones psicológicas en la mujer que es víctima de situaciones de violencia, desde el punto de vista científico, es imperioso señalar que vivimos en una sociedad histórica y culturalmente construida sobre los actos de vejación, explotación y apropiación sobre la mujer; que en las sociedades de clases y en sus distintos modos de producción, el dominio ha sido patriarcal y por ende existe una normalización de la violencia que configura un pensamiento propio de esa construcción social.

Relegar a la mujer a la esclavitud del hogar, disminuirla o apartarla de la producción material, apropiarse y comercializar sus vidas y sus cuerpos, son las expresiones violentas más antiguas construidas socialmente y que se expresan aún de diferentes formas en la actualidad y en las relaciones con los demás. Entre las tipificaciones de la violencia contra la mujer encontramos la física, psicológica, sexual, económica, entre otras. Todas ellas o en su conjunto, traen consecuencias psicológicas con características patológicas que pueden derivar a un TEPT (Trastorno de Estrés Postraumático) en quienes la viven.

Mientras la mujer conviva en medio de la relación o situación de violencia, no encuentra las herramientas personológicas que le permitan salir de la misma.  Pues el agresor va destruyendo la personalidad, la autoestima de la víctima, las relaciones familiares y sus redes de apoyo afectivo. Esto implica sentirse incapaces en todos los aspectos, distorsionando su imagen y desconociendo sus cualidades y habilidades. Otro de los efectos psicológicos son los problemas cognitivos como la falta de concentración e ideas intrusivas, provocando que no logre cumplir objetivos o culminar tareas; llegando incluso a la disociación o desconexión de la realidad.

La Ansiedad es otra característica, dificultando la concentración, provocando irritabilidad, trastornos del sueño y hasta pesadillas recurrentes (esto más común en víctimas de violencia sexual), puede desarrollar hipervigilancia, por temor a que el episodio agudo de violencia se repita. Otro aspecto es la depresión, cuyas características son la sensación de desesperanza, tristeza profunda, descuido personal, excesivo sueño o insomnio; a veces esta sintomatología puede estar escondida tras la sonrisa y llevar a la víctima hasta el suicidio si no es tratada a tiempo.

El aislamiento social, ya no solo impulsado por el agresor sino incluso por la víctima que prefiere no asistir a eventos de amigos o familiares para evitar el juzgamiento y/o la evidencia de marcas en el cuerpo. El sentimiento de culpa, la víctima justifica las agresiones debido al cansancio o a errores del agresor, a veces señalándose incluso ella como culpable debido a un acto imprudente.

Los trastornos sexuales son otra expresión de quienes han sufrido de violencia, la falta de deseo sexual, el temor a la intimidad o el desgano frente a quienes la agreden constantemente, pues el deseo nace desde el bienestar y la autoestima.

Salir del ciclo de la violencia cuesta, porque se crea una dependencia psicológica disfrazada de amor, donde la víctima piensa que el agresor cambiará o bien, para evitar el qué dirán de la sociedad. Por ello la reparación y la ayuda psicológica que permita desarrollar las herramientas de afrontamiento y gestionar el trauma, es fundamental. Pero también la intervención del Estado e instancias que permitan a mujeres solas o con sus hijos, encontrar medios de subsistencia material.

Sin embargo, esto es insuficiente. Frente a una sociedad, cuya estructura e historia es de violencia hacia las mujeres, deberá reconstruirse en una sociedad totalmente diferente con la participación de la mujer, para ocupar un lugar equitativo en la productividad, libertario en todo sentido, desarrollando un rol igualitario y que configure un nuevo pensamiento.

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