Por Jaime Chuchuca Serrano
Las culturas indígenas crearon sus poblaciones generalmente alrededor de las cuencas hídricas. Desde donde escribo estas líneas, por ejemplo, los cañaris y otras culturas instauraron varias poblaciones alrededor de más de 400 lagunas, hoy conocidas como El Cajas y disminuidas sustancialmente. Los poblados siempre se asentaron cerca de los caudalosos y bellos ríos de la zona. Los países andinos y la mayoría de las provincias ecuatorianas siguen este modelo milenario. Los ríos, lagos, lagunas, vertientes y fuentes de agua tienen una relación dialéctica con la vitalidad y la espiritualidad andina. Es particularmente hermosa la relación ontológica de vida entre el tiempo y la naturaleza (Pacha: tiempo, universo, mundo; Pachamama: madre naturaleza).
La contaminación de lagunas y ríos pone en declive la vida natural. Con la modernización de mediados del siglo XX, se modificó totalmente el paisaje hídrico ecuatoriano. Las empresas contaminaron el agua de modo irreversible y no han dejado de hacerlo a pesar de las regulaciones. Los basurales y desperdicios se acumulan en las orillas o viajan aguas abajo; se contaminan comunidades humanas, animales y plantas. Los ciclos vitales de la naturaleza y el agua se van aniquilando a ritmos acelerados.
La producción minera a gran escala, sobre todo de oro y plata, ha tenido lugar durante siglos en América Latina, en las últimas décadas en Ecuador se vende el Plan Minero como parte de la era postpetrolera y como una salida demagógica de la crisis. Dependiendo de la región, en el catastro minero están entregados entre el 25% y 40% de los territorios para los procesos de la megaminería metálica. Los cientos de estudios científicos revelan que ni la sociedad ni los Estados se benefician de estos tipos de actividad minera. Las regalías de la megaminería a los Estados y sociedades son ínfimas, y a cambio se deja la naturaleza y las comunidades destruidas; se acaban con las capas geológicas que tomaron millones de años en formarse. La conciencia antiminera se ha ido formando poco a poco, tras las adversidades que han pasado los pueblos. En el siglo XXI, las comunidades indígenas, populares y las clases medias tomaron mucha más conciencia ecológica sobre su hábitat, caracterizándose como una necesidad social: la necesidad de la sobrevivencia comunitaria en armonía con la naturaleza.
En Ecuador se ha luchado años por en defensa de la naturaleza, pero los gobernantes han pasado por alto el Mandato Minero de la Constituyente de Montecristi, los derechos de la naturaleza de la Constitución, las exigencias de las Consultas Previas y las Consultas Populares, y, al contrario, se ha expandido la frontera petrolera, megaminera y se han entregado los territorios al neocolonialismo transnacional. En las próximas elecciones, un verdadero estadista tomaría en cuenta los estudios de la comunidad científica internacional que apuntan al cambio climático y la escasez del agua como uno de los riesgos inminentes para el planeta. Es hora que la conciencia ecológica llegue del pueblo a los gobernantes, que pase de las palabras y se cumpla en los hechos.