Por María Fernanda Solíz
Plan de exterminio:
Arrasar la hierba, arrancar de raíz hasta la última plantita viva, regar la tierra con sal.
Después, matar la memoria de la hierba.
Para colonizar las conciencias, suprimirlas; para suprimirlas, vaciarlas de pasado.
Aniquilar todo testimonio de que en la comarca hubo algo más que silencio, cárceles y tumbas.
Está prohibido recordar…
Eduardo
Galeano
Ha pasado un mes y todavía la memoria sensorial queda fresca. La memoria del miedo, del terror, del dolor y de la impotencia; la memoria de la de la asfixia, de la tráquea cerrada y los ojos ardiendo por los químicos de los gases caducados. La memoria de la desesperación ante aquella guerra desigual. La memoria de nuestros muertos.
También queda fresca la memoria de la ola masiva de solidaridades, de la organización y la resistencia, del triunfo del bien común: de las cocinas comunitarias, de las miles de ollas colectivas que se levantaron en las calles, en los centros de acogida, en las plazas y parques. El olor de eucalipto, vinagre, limón y bicarbonato como antídotos caseros para enfrentar la brutal represión y la violencia.
Una docena de fallecidos, 11 personas mutiladas que perdieron uno de sus ojos y fueron ¡cegados! para siempre, 1340 heridos civiles, detenciones arbitrarias, desapariciones temporales, tratos crueles, inhumanos y degradantes, tortura, 1330 detenidos, son tan solo algunos de los saldos[1].
Frente a toda la crueldad impuesta, este, es un ensayo contra la ceguera y la desmemoria que apela a la exigencia de verdad, justicia y reparación e invita a pensar en su importancia para reconciliar sociedades fracturadas por la violencia. Es un texto que reconoce que un paso fundamental para llegar a la justicia social es la reconstrucción de la memoria histórica y colectiva que no son la suma de números y cifras planas ni de relatos individuales, sino que parten del reconocimiento de la historia, de las relaciones de poder, de las disputas y los procesos de organización y resistencia.
Pero ante todo, este es un texto que posiciona con firmeza que la impunidad siempre es el obstáculo primero para la reparación integral y que por ello, mirarse en el espejo de la verdad permite al país reconciliarse con su realidad. El trauma psicosocial derivado de los mecanismos de la crueldad y el terror impuestos como política de Estado durante las movilizaciones de octubre de 2019, así como las marcas en el cuerpo (como primer territorio de resistencia), han calado no solo en las víctimas y sobrevivientes sino en todo el tejido social a su alrededor: familia, organizaciones y comunidades. Así, este ensayo contra la ceguera es un esfuerzo para quitarnos la venda de los ojos y develar de qué forma el poder utiliza al menos cinco mecanismos psicosociales de control y disciplinamiento[2]:
- Romper el tejido colectivo y solidario: la represión política ante todo cumple con la finalidad de romper las convicciones personales, los procesos de unidad y las experiencias comunitarias de la gente. Para ello configura una suerte de guerras de baja intensidad o guerras psicológicas que utilizan el control psicosocial desde el miedo y la intimidación. Al mismo tiempo configuran guerras sucias que parten de la descalificación del otro y de la construcción de estigmas sociales y políticos que justifiquen la violencia y la criminalización.
- Control del enemigo interno: el gobierno ha pretendido convencer a la ciudadanía que el enemigo más importante del que hay que defenderse es del enemigo interno. Teóricamente son grupos insurgentes que pasan a calificarse desde el mismo poder como subversivos, violentos, delincuentes, terroristas, enemigos de la patria y la democracia, salvajes. En la práctica se amplía este concepto de enemigo interno a todos los grupos que puedan pertenecer a organismos de derechos humanos, coaliciones políticas, sindicatos, comunidades y organizaciones.
La creación de enemigos internos es posible gracias a los estigmas sociales y políticos que se configuran sobre las víctimas y que legitiman ante la ciudadanía la violencia, en tanto, no solo que descalifican sino que deshumanizan a las víctimas. La construcción de estos estigmas, además del hecho traumático, supone un cuestionamiento de la dignidad de la víctima y las responsabiliza de las violaciones de los derechos humanos de las que fueron objeto.
La utilización de etiquetas como “subversivo” o “zángano” opera entonces como marca que intenta que se acepte socialmente como necesaria, o cuando menos justificada, la represión de estas personas y grupos. Todos hemos escuchado frases tales como “si se los han llevado, por algo será” o “algo habrán hecho”. Estas expresiones potenciadas y difundidas desde el poder, suponen no sólo justificaciones de la situación, sino también formas de culpabilizar a las propias personas afectadas, al tiempo que se da un mensaje: “al que no se mueva no le va a pasar nada”. Recordemos que en el nacismo incluso se llegó a decir que los judíos en tanto especie inferior eran incapaces de sentir dolor.
- Intimidar a la población: La represión no sólo afecta a las personas detenidas, violentadas y asesinadas. Se dirige también a las familias, grupos y comunidades donde estas personas viven y con las que comparten muchas veces valores y prácticas. Se trata de intimidarlos, de que todo su grupo o comunidad sepa lo que les puede pasar también a ellos. A veces esto se hace abiertamente, como las agresiones y detenciones delante de su familia o comunidad. Otras, de forma menos explícita, pero también contundente, como el más reciente mecanismo de crueldad, intimidación y disciplinamiento: LA CEGUERA. Los disparos a los ojos, las mutilaciones, no son sino la expresión actual con la que el poder ejerce la represión y el control social.
Estas situaciones son parte de una estrategia que busca intimidar a la población. De esta manera se difunde el miedo en la sociedad. La gente se hace más desconfiada y se siente muchas veces paralizada o no participa en actividades de su grupo o comunidad. El miedo a la ceguera se convierte así en uno de los más grandes mecanismos de control político.
El torturador es un funcionario. El dictador es un funcionario. Burócratas armados, que pierden su empleo si no cumplen con eficiencia su tarea. Eso, y nada más que eso. No son monstruos extraordinarios. No vamos a regalarles esa grandeza.
Eduardo Galeano
- La impunidad: es el hecho de dejar sin castigo algo que lo merece. En este caso la impunidad supone el convencimiento de que nada ni nadie podrá afectar el desarrollo de los acontecimientos fijados por el poder, y que nada ni nadie pedirá cuentas por tantos delitos y violaciones. En consecuencia queda el convencimiento de que el poder ejerce un control total y que a la gente no le queda otra cosa que adaptarse y colaborar para sobrevivir.
Para ello se trata de diluir la responsabilidad de los hechos en el sistema. Para implantar la impunidad se intenta lograr un ambiente social que justifique la violencia o la criminalización como respuestas que no son normales pero que eran necesarias. Los mensajes producidos por el gobierno, del tipo: “estábamos garantizando la seguridad ciudadana” “actuamos bajo el principio del uso progresivo de la fuerza”, ayudan a esconder la violencia y mantener la impunidad.
- Transformar la población: en último término, y para cumplir sus objetivos, el Estado necesita transformar a la población en colaboradora. La guerra psicológica que conlleva la represión política supone la introducción de un lenguaje, de una forma de vivir, de una manera de pensar orientadas a que la gente acepte las situaciones violentas.
La difusión de mensajes como “delincuentes”, “terroristas”, “politiqueros”, o las prédicas de las sectas religiosas sobre el necesario sufrimiento en la Tierra para ganarse el cielo, no son más que los pasos previos para otros como la división de los grupos sociales, étnicos, religiosos, o denunciar al vecino si hace tal o cual cosa, ya que “es necesario colaborar con la seguridad ciudadana”.
Con todo ello, los antiguos sistemas de control de arriba hacia abajo se horizontalizan. Ya no es sólo el brazo armado del Estado el vigilante que reprime y controla, sino que se intenta que sean los propios vecinos y ciudadanos los que ejerzan este control: que se conviertan en colaboradores del sistema, siendo cómplices y víctimas de esta represión política e interesados en todo el proceso de impunidad.
Otro de los medios para esta transformación es ocasionar daños permanentes en la persona y en el grupo. Así por ejemplo, las mutilaciones, los ojos perdidos, la ceguera, no sólo son enfrentados por la persona con su resistencia física sino con su capacidad militante y personal sobre el convencimiento de sus ideas, transformándose a sí misma en el propio juez de su actuación (“si no me hubiera ido a la marcha tendría mis dos ojos”).
De todos los mecanismos de control y disciplinamiento descritos, las agresiones en los ojos de los manifestantes en Ecuador, América Latina y el sur geopolítico, se han configurado como una política estatal organizada para trasformar a la población, para someterla desde el terror y el aleccionamiento. Una nueva forma de tortura enmascarada en el discurso del uso progresivo de la fuerza y la no intencionalidad de las agresiones que debe ser juzgada como tortura: como un castigo físico infligido intencionalmente con el fin de mortificar, disciplinar y violentar a los manifestantes y a través de ellos a sus cuerpos sociales: familias, comunidades y organizaciones.
Que este ensayo contra la ceguera y la desmemoria sume en reflexión a la denuncia colectiva, que obligue al Estado a rendir cuentas y garantizar procesos de reparación integral. Que sea homenaje para los cegados y luz para la visibilización pública y masiva de la memoria de la verdad y la dignidad.
Entre los que hicieron posible este [ensayo]
Hay muertos y hay vivos
Hay nombres, manos y silencios
Historias de uno y de muchos
[Historias de cegueras y cegados]
Todos y todas se juntan en nosotros
[Y en esta historia por los derechos
a
la verdad, la justicia y la reparación][3]
[1]Para revisar el informe completo:
[2] Adaptado de Carlos Beristain y Francesc Riera. Afirmación y resistencia. DNZ. 2002
[3] Adaptado de Carlos Beristain y Francesc Riera. Afirmación y resistencia. DNZ. 2002