Por Francisco Escandón Guevara
Desde 1974, a partir de la dictadura del general Guillermo Rodríguez Lara, los subsidios a los combustibles forman parte de la economía del país. Eran los años iniciales del auge petrolero y el interés de impulsar el desarrollo motivó que, el bombita, decrete este tipo de incentivos para lograr la instalación y el crecimiento de una incipiente industria nacional.
Con la implementación del neoliberalismo, a partir de los años ochenta del siglo anterior, el desarrollismo fue reemplazado por las políticas aperturistas y privatizadoras de la economía: la protección de la industria nacional fue avasallada por la religión del libre mercado que favoreció a los monopolios. En ese nuevo modelo de más rápida concentración de capitales, los subsidios pasaron de ser estímulos destinados a la producción a instrumentos para la redistribución social de la riqueza.
La intención de recortar o eliminar los subsidios, particularmente de los combustibles, se convirtió en una obsesión progresiva de los distintos gobiernos y en causa de conflicto entre el pueblo y el poder: el incremento de costo del gas de uso doméstico, que luego fue rectificado, fue detonante para la caída de Bucaram, lo propio le ocurrió a Mahuad, Lenin Moreno derogó el decreto 883 derrotado por el Levantamiento indígena y popular del año 2019, en tanto, el banquero Lasso retrocedió en su intento de liberar el costo de las gasolinas y el diésel en el 2022, nuevamente por un paro nacional.
En cada uno de esos momentos históricos, los discursos de las élites redundaron en afirmar que esa medida neoliberal es necesaria para reducir el gasto público, evitar el contrabando y la intervención estatal que distorsiona el mercado.
Daniel Noboa insiste en esa testarudez. A cambio del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, un nuevo crédito para pagar deuda externa, el gobierno del hijo del magnate bananero anuncia que se quitarán los subsidios a la gasolina extra y ecopaís hasta liberalizar los precios que se nivelarán, por el capricho de la oferta y demanda mercantil, con los de los países del primer mundo.
La ceguera ideológica no les permite entender que los subsidios son necesarios para mantener ciertos precios de bienes, productos y mercancías; si sube la gasolina, subirán los precios de todo. Los más afectados serán los sectores con menor capacidad adquisitiva y la pobreza, que es la materia prima del crimen organizado, crecerá.
Si Noboa insiste en el fanatismo fondomonetarista, su capital político puede menguar. A puertas de las próximas elecciones presidenciales, en las que se cree favorito, puede precipitarse ante el enorme fantasma de un nuevo Levantamiento.