Patricio Matute
Guayaquil del 2022 es la Medellín de 1980. Sicariato, bandas crimínales, pandillas, carteles de droga, trata de blancas, tráfico de armas, lavado de activos, están a la orden del día.
Aún sus románticas e idealistas autoridades creen que es el “milagro de la bonanza económica del modelo Guayaquil”, cuando se trata de uno de los más grandes centros de distribución de drogas y lavado de activos de América. Todos se hacen de la vista gorda, porque posiblemente obtienen parte de la tajada del pastel.
Tomar los correctivos, implica implantar un proceso de reeducación en valores en todos los niveles educativos y comunitarios, emprender en fuentes de trabajo, así como en programas de prevención sobre uso y abuso de sustancias, oportunidades para la niñez y la juventud mediante el fomento del deporte y el arte/cultura.
Pero lo más complicado será sanear de raíz el sistema penitenciario, el sistema judicial, el sistema de control y vigilancia de puertos y aeropuertos, aduanas, porte de armas, compra y venta de químicos, exportaciones. Así como el cambio urgente de las cúpulas policiales, militares, de la Gobernación del Guayas, de El Oro, de Manabí, de Santo Domingo, de Esmeraldas.
Medellín-Colombia, de estar en crisis, joda e inmundicia de los años 80, pudo lograrlo. Guayaquil puede.
Si se puede