Por Ximena de la Barra*
Cuarenta y cinco años atrás, un 16 de septiembre, en el centro de detención, tortura y exterminio del Estadio Chile[1] caía el cantautor Víctor Jara, solo 5 días después que su compañero Salvador Allende y una semana antes que el poeta Pablo Neruda.
Lo mataron 44 balas con las que lo acribillaron los esbirros de la dictadura. Querían asegurarse que estuviera bien muerto y para siempre. Al igual que como quisieron asegurarse antes de matarlo, de que no volvería a cantar, destrozándole las manos con las que acompañaba su canto en la guitarra. “Mis manos son lo único que tengo, mis manos son mi amor y mi sustento”.[2]
Los torturadores y asesinos no lograron ninguno de esos dos propósitos. La música y los versos de Víctor Jara siguen recorriendo el mundo, su voz se escucha aún en la memoria de los pueblos y muy especialmente en la del pueblo chileno. Todos los años en septiembre en Chile se hace el Festival de Mil Guitarras al que acuden a homenajearlo músicos de varias partes del mundo. La bailarina y coreógrafa británica Joan Turner de Jara, su viuda, ha dicho que esta ola de solidaridad le parece a ella como “un milagro humano”.
Como acostumbra a hacerlo y en los más diversos lugares del mundo. El viernes pasado, Víctor Jara volvió a renacer en Madrid, en el salón de actos del Sindicato Unión General de Trabajadores (UGT) que reunió a unas 300 personas para rendirle homenaje bajo el lema “El derecho a vivir en Paz”[3]. Gozamos escuchándolo una vez más en las voces y las guitarras de José María Alfaya, Cristina Narea, Myriam Quiñones y Alfredo Becker, este último fungiendo de maestro de ceremonias con un relato conmovedor y una impecable y emotiva selección de canciones y anécdotas. Entre otras alegrías, pudimos recuperar la legendaria y cinematográfica sonrisa de Víctor, proyectada en la pantalla.
El lugar, la sede de un gran sindicato, estaba escogido a la medida para lo que representa el cantautor. No solo por su origen en el seno de una familia campesina, pobre, sin tierra, sino además por su condición de niño trabajador, por su labor de recopilación histórica en fábricas y poblaciones “callampa”[4]., Víctor Jara no sólo era conocedor del pueblo al cual pertenecía, sino que además sabía interpretar sus anhelos y esperanzas.
Por aquellos años, así como no había ni obrero ni campesino que no conociera la poesía de Pablo Neruda, la música y las palabras de Víctor eran patrimonio de todos. Lo mismo ha ocurrido entre las gentes humildes en otras latitudes donde su figura se ha constituido en un referente internacional de la canción de denuncia y de los pueblos en lucha. Su voz revive una y otra vez en la lucha social, donde quiera que surja.
Siendo un artista polifacético: músico, folklorista, investigador, recopilador, compositor musical, cantautor, mimo, poeta, profesor y director de teatro, director de grupos musicales, coreógrafo, productor de eventos culturales y activista político, se ha constituido además como un referente ético para un público que lo premia con su cariño incondicional. De todos los géneros en que destacaba, su legado principal y universal está en la música. “No creo que ser cantor revolucionario signifique sólo cantar canciones políticas. Profundamente revolucionario es salvar los valores de nuestros pueblos de la penetración imperialista. El canto mapuche, el canto quechua, el canto aymará, tienen tareas que cumplir en las transformaciones de nuestro continente”[5].
En el Chile de finales de la década de los sesenta y comienzos de los años 70, su actividad artística era parte de un proyecto cultural y social reivindicativo y él, uno de los artistas más relevantes del movimiento músico-social llamado “Nueva Canción Chilena”. Estos artistas no competían entre sí por la audiencia, sino que colaboraban en un proyecto común. “Mi canto es una cadena sin comienzo ni final y en cada eslabón se encuentra el canto de los demás”.[6] Hicieron campaña política por la candidatura de Salvador Allende. Pusieron música a las 40 primeras medidas del futuro gobierno popular y recorrieron el país cantando en barriadas y fábricas.
No es de extrañar entonces de que al luchar por la reivindicación social de las clases más desposeídas, constituyeran un peligro para la dictadura que se impuso a sangre y fuego, dando trágico fin a los mil días del gobierno popular. El asesinato de Víctor Jara lo transformó en un símbolo de los mártires por la libertad y la democracia. Por aquel entonces corríamos graves riesgos al escucharlo o al tener sus discos entre nuestras pertenencias. Pero él estaba y sigue estando grabado en nuestra memoria.
El pacto de silencio de los militares ha entorpecido seriamente la investigación de este crimen. Cuarenta años después de su muerte, el Estado Chileno recién solicitaba la extradición desde los Estados Unidos de su torturador y autor del primer disparo, el ex militar Pedro Barrientos, quien hasta hoy permanece en rebeldía. Hubo que esperar cinco años más para que se hiciera justicia con la condena de nueve militares – Barrientos en ausencia – por el secuestro, asesinato y la complicidad que llevó a estos hechos. Sin embargo, no cabe duda de que ellos no son los únicos culpables, sino la mera mano ejecutora.
Cientos de testigos entre sus compañeros de la Universidad Técnica y del infierno que fue el Estadio Chile, además de pobladores de Lo Espejo, han puesto alguna luz para determinar los hechos.
El 11 de septiembre, a pesar de las alarmantes noticias, como cualquier otro militante comunista o de un Comité de Unidad Popular, Víctor se dirigió a defender su lugar de trabajo. La noche entre el 11 y el 12, vigente el toque de queda, Víctor permaneció en las dependencias de la entonces Universidad Técnica del Estado, donde enseñaba, abrazado a su guitarra para compartir con ella sus penas. Ya se sabía que Allende había muerto. La Universidad estaba siendo sitiada y asediada por los militares y se disparaban ráfagas de arma larga sobre estudiantes profesores y trabajadores desarmados. No hubo resistencia posible.
El día 12 se produjo el allanamiento. Se emplearon obuses y ametralladoras contra el centro educativo. El rector Enrique Kirberg, intentando salvar vidas y accediendo a la demanda de los asaltantes sacó una bandera blanca de rendición. Como el resto de sus compañeros, Víctor fue obligado a permanecer largas horas tendido en el suelo con las manos en la nuca, bajo los golpes de los militares.
Al finalizar el día fueron trasladados al Estadio Chile. Víctor fue reconocido, no solo por sus compañeros quienes intentaron cobijarlo, sino también por sus carceleros que se ensañaron con él. En todo momento recibió un brutal y sistemático “tratamiento especial” que terminó primero con sus manos y finalmente con su vida cuatro días más tarde. Su último verso, sacado del Estadio Chile por un compañero que logró sobrevivir, denuncia el horror de esos momentos. Comienza así:
Somos cinco mil
en esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil
¿Cuántos seremos en total
en las ciudades y en todo el país?
Solo aquí
diez mil manos siembran
y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura!”
En la mañana del domingo 16 de septiembre, el cadáver de Víctor Jara fue lanzado en un terreno baldío cercano a la línea férrea, al exterior de uno de los muros que rodean el Cementerio Metropolitano al Sur de Santiago [7], donde en los días posteriores fue reconocido por pobladores de Lo Espejo y llevado a la Morgue de Santiago. Héctor Herrera, funcionario del Registro Civil que fue llevado al depósito para prestar ayuda ante el desbordamiento del servicio, también lo reconoció pero guardé silencio. Para salvarlo de la fosa común y de una eterna condición de desaparecido, Herrera arriesgó su vida avisándole a su viuda y acompañándola a depositar sus restos en un nicho humilde en un funeral casi clandestino.
En junio de 2009 se exhumaron por orden judicial los restos mortales de Víctor Jara para la realización de un estudio que determinara las causas precisas de la muerte. Finalizados los estudios forenses en noviembre de 2009 se realizó un acto de homenaje del 3 al 5 de diciembre, permaneciendo los restos mortales del artista en la sede de la Fundación Víctor Jara. Recibió final sepultura en el Cementerio General de Santiago acompañado por una procesión fúnebre de miles de personas, encabezadas por Joan y sus dos hijas, Manuela y Amanda.
Este segundo funeral, fue uno de los homenajes más emotivos y cargados de amor en que me ha tocado participar y que me ha causado un impacto emocional profundo y duradero. Un puñado de compañeros nos dirigíamos al Galpón de la Fundación Víctor Jara, frente a la Plaza Brasil en Santiago, a acompañar a Víctor. Al bajarnos del metro en la estación Cummings, aunque aún estábamos a una distancia importante, comenzamos a ver un gentío y a escuchar una suerte de cacofonía que se hacía progresivamente más estridente.
En cada esquina, en cada rincón, bajo cada árbol frondoso, ensayaba un grupo musical esperando su turno para entrar al Galpón. Nos tomamos de la mano para no separarnos en la multitud. Al llegar encontramos una fila interminable de personas como nosotros, esperando. Diabladas [8] del Norte chileno bailaban sin descanso frente a la puerta de la Fundación.
Cuando finalmente pudimos entrar, el espectáculo era inimaginable. Bien digo espectáculo porque se trataba de una gran fiesta popular alegre, colorida y estrepitosa en un escenario humilde. Solo cabíamos las personas. Las flores hubo que redirigirlas a un espacio contiguo. En el centro estaba el féretro con los restos de Víctor envueltos en el chamanto que le tejera Angelita Huenumán [9], custodiado en un primer círculo por la guardia de honor de las Juventudes Comunistas. El segundo círculo lo formábamos quienes de día y de noche circulábamos a su alrededor en homenaje silencioso, en un diálogo mudo con Víctor, lleno de admiración y respeto, algunos entregándole un regalito, un pequeño símbolo de lucha, una flor. El tercer y mayor de los círculos estaba constituido por los conjuntos de artistas que circulaban a su alrededor en sonoro homenaje musical y teatral.
Mientras caminábamos por el segundo circulo, nos tocó ver a un conjunto callejero bailando y tocando instrumentos de bronce. Se trataba del joven conjunto Conmoción. Cuando estos salieron, apareció una legión de organilleros y chinchineros [10] desbordando la fiesta con su música y su baile. No podía haber habido una manifestación más clara de que Víctor Jara era un artista popular y amado por su pueblo.
Pasados esos 3 días, esa multitudinaria comparsa lo acompaño al Cementerio General. Hasta el día de hoy, la demanda popular por la verdad y justicia para el artista y para todos los detenidos, desaparecidos y ejecutados políticos de Chile, continúa. Con ella el mensaje de Víctor, siempre cargado de ternura y con algo de premonitorio. Él fue como su canto porque murió cantando las verdades verdaderas.
“Yo no canto por cantar
ni por tener buena voz,
canto porque la guitarra
tiene sentido y razón.
Tiene corazón de tierra
y alas de palomita,
es como el agua bendita
santigua glorias y penas.
Aquí se encajó mi canto
como dijera Violeta12
guitarra trabajadora
con olor a primavera.
Que no es guitarra de ricos
ni cosa que se parezca
mi canto es de los andamios
para alcanzar las estrellas,
que el canto tiene sentido
cuando palpita en las venas
del que morirá cantando
las verdades verdaderas,
no las lisonjas fugaces
ni las famas extranjeras
sino el canto de una lonja
hasta el fondo de la tierra.
Ahí donde llega todo
y donde todo comienza
canto que ha sido valiente
siempre será canción nueva”.
Manifiesto /13, Víctor Jara, 1973
Notas:
[1] Estadio Chile ahora llamado Estadio Víctor Jara donde se realiza el Festival de Mil Guitarras con el objetivo “unir lo que nunca debe estar separado: el arte y la memoria, aquello que nos llama a seguir trabajando por toda la verdad y la justicia pendientes en nuestro país.” (Cristian Galaz, Director Fundación Victor Jara).
[2] “Lo Único que Tengo”. Víctor Jara, 1972. Incluido en el long play “La Población”.
[3] Título de una canción que Víctor dedicó a Ho Chi Min y a la lucha del pueblo vietnamita.
[4] Población callampa: población informal, ilegal y precaria. Conocida es la investigación que Víctor realizó recopilando testimonios de los pobladores en Herminda de la Victoria en los cuales basaría su disco “La Población” (1972).
[5] Víctor Jara. “El Rol del Artista”. Fundación Víctor Jara
[6] “Canto Libre”. Víctor Jara, 1970
[7] Este muro del Cementerio Metropolitano fue declarado Sitio Histórico en 2015
[8] La diablada es una danza religiosa, católica y de imagen, donde los bailarines se deshumanizan para interpretar personajes teológicos cristianos. Es uno de los bailes más representativos del norte grande chileno, y se identifica particularmente con la Fiesta de la Tirana. Su origen se remonta a la Europa medieval, considerándose la reminiscencia de un antiguo auto sacramental religioso español. Entre sus participantes, diablos y cholas.
[9] “Angelita Huenumán” Víctor Jara, 1970. Se refiere a una campesina y tejedora mapuche con la que Víctor hizo amistad en el Sur de Chile. Entre esos versos, de ella dice la canción:
“Teje Angelita su vida
Sus manos bailan en la hebra
Como alitas de chincol
Es un milagro como teje
Hasta el aroma de la flor
En tus telares Angelita
Hay tiempo, lágrima y sudor
Están las manos ignoradas
De este mi pueblo creador”
[10] Organillero: Artista urbano, callejero e itinerante, que recorre con un organillo las calles de la ciudad. Girando la manivela interpreta un repertorio que incluye: foxtrot, valses, cuecas, tangos, paso-dobles, jotas, marchas. En la actualidad es considerado como un oficio patrimonial intangible, reconocido por el Consejo de la Cultura y las Artes de Chile.
- Víctor se refiere a la canción de Violeta Parra (1960), “Yo Canto a la Diferencia” que dice:
“Yo canto a la chillaneja si tengo que decir algo,
Y no tomo la guitarra, por conseguir un aplauso,
Yo canto a la diferencia que hay de lo cierto a lo falso,
De lo contrario no canto.”
- Texto que apareció en la Revista Ritmo del 25 de septiembre de 1973, bajo el título “Los folkloristas hablan de los valores patrios”.
*Contenido publicado originalmente en: Rebelión