Por Jairo Abelardo Terán*
En esta fecha de recordación de las más excelsas y señeras figuras como son: Don Juan Montalvo Fiallos, Federico González Suárez, Luis Felipe Borja, Víctor Manuel Peñaherrera, Simón Rodríguez, entre otros que se han constituido en símbolos de la educación y la cultura; mi espíritu se ensancha y se imbuye de alegría para saludar a los cultores de obras pedagógicas y expresar el homenaje de reconocimiento a los distinguidos maestros de ayer y de hoy, por el trabajo sacrificado y silencioso que pusieron y ponen al servicio de las generaciones que necesitan cultivar su intelecto, llegando día a día con vocación y mística a los rincones más apartados de la patria.
Al referirme al fondo mismo del tema que lo considero importante y hermoso, con el cual el ser humano tiene la oportunidad de escudriñar los grandes alcances que el maestro ecuatoriano representa en la vida de los pueblos, manifiesto que la cultura es un deber de imperiosa necesidad en el hombre, porque sin ella sería como un objeto en el aire, sin punto de apoyo para sostenerse. Estimo que la educación empezó con la vida del hombre y ha ido creciendo conforme a la experiencia y formas de pensamiento, es decir que la educación y la vida de la humanidad han evolucionado paralelamente. Es menester anotar que para el perfeccionamiento del hombre debe cultivarse su intelecto con la sabia fecunda de la ciencia y su facultar con la riquísima ambrosía de la virtud, esto es, con la adquisición de buenas costumbres y buenos sentimientos, llegando a conocer los deberes y derechos que el hombre debe practicar a través de todas las etapas de la vida, para cumplir con su misión de ciudadano.
Para que el hombre sea educado e instruido es obvio comprender que debe recibir las enseñanzas de sus semejantes, pero estos no serán simplemente seres humanos sino privilegiados en el conocimiento de las ciencias en todas sus manifestaciones, y es así, como en todos los tiempos y en todos los pueblos: grandes, pequeños, ricos o pobres, con todas las condiciones sociales, con su color y diferentes lenguas, han existido hombres preeminentes, llamados maestros, que pese a la dura tarea de enseñar, con sus vicisitudes producto parcial lógico de todas las pequeñas obras de los humanos, han sabido ponerlo al mundo en el grado de civilización que se encuentra.
Con estos antecedentes, aspiro ligeramente analizar en forma genérica al MAESTRO ARQUITECTO DE LA CULTURA NACIONAL. Es así, que el maestro ecuatoriano ejerce las funciones más altas y sublimes; revestido de un amor tierno y delicado, preconiza el amor fraterno, encamina por el sendero de responsabilidad, separa de las escarpadas vías del peligro, predica el bien con ternura amabilísima y siembra a manos llenas virtudes morales e intelectuales, virtudes que son como piedras preciosas engastadas en aquella bellísima lira del alma.
El maestro en nada escatima para contribuir a la verdadera formación, él, a costa de abnegación y sacrificio vence cualquier dificultad para conseguir la felicidad de quienes tienen hambre y sed de cultura, que es el pan del alma.
Infinitas son las cualidades y virtudes del maestro, enumerarlas no tendría fin, por ello me limito a señalar que el maestro penetra en los más recónditos colmenares del corazón de sus alumnos y en los repliegues más íntimos de sus cerebros y, deposita en ellos la rica ambrosía de la ciencia como de la virtud, para que éstos más tarde la ofrezcan en favor de la colectividad.
Por lo expuesto y como homenaje de gratitud, en este 13 de abril, fecha grandiosa hago llegar mi admiración y mi voz para decir que la maestra y el maestro son como el candor de la azucena, tiernos como el rumor de la enramada, depositarios de los secretos, dirigen el pensamiento y animan el corazón, son el tabernáculo de los ideales y a la brújula que indica el norte de las aspiraciones, son los expertos y valerosos pilotos que conducen la frágil navecilla del alma estudiantil en este mar de la vida; y, como lo dice Alberto Molina Correa: “ Interpretan fielmente la realidad de la vida en su convulsión precipitada del pasado, las angustias del presente y las aspiraciones del porvenir, y en ellas camina tu marcha a plena luz de antorcha y a golpe de razón, a plena luz de ciencia y a marcha de justicia”.
Haciendo un resumen sobre la cultura y educación en el país, tenemos que aceptar que se ha alcanzado un sitio preponderante gracias a la acción gubernamental, de la academia, de organismos nacionales e internacionales, pero partiendo indudablemente de la fuente del saber, que es el verdadero maestro que trabaja con capacidad y esmero, dejando en su senda llena de proezas y virtudes cívicas, la cimiente fecunda de civilización y progreso nacional.
Honor y gloria sean dados a aquellos ilustres y distinguidos maestros, que con nobleza de espíritu laboran con decidido interés, por la educación y la cultura de las generaciones, que serán como la reacción dinámica de esta gran nación, que pequeña por su extensión, pero grande por sus hombres eminentes y destacados que brillan como astros de primera magnitud en las regiones de la ciencia y el saber, porque saben a lo largo y ancho del suelo ecuatoriano ser “LOS MAESTROS ARQUITECTOS DE LA CULTURA NACIONAL”.
*Presidente del Centro Cultural de Antonio Ante