Por Juan Montaño Escobar*
Conozco la cofradía de los valientes / Los que en el fragor avanzan siempre hacia el frente, / Los que esconden sus hazañas tras la modestia,/ A otros que se apuntaron más de la cuenta […] «Veterano (Angola)» -Frank Delgado.
El llanto le sucedió a la risa justo al instante que expresé mi último deseo. A la mujer se le aguaron los ojos y el velo de tristeza se hizo patente. Demasiado como para palpar la aflicción. El pecado de la culpa provoca un desánimo infinito, no son los pies que se vuelven pesados sino es el alma que gana en humanidad apenada y el derrumbe desafía la física emocional del equilibrio. “Su hijo murió en Angola y ella conserva esa bandera que le entregaron en su nombre”, fue la explicación. “¿Qué más quiere?” Me había preguntado después de las decenas y decenas de libros que nos habían regalado al grupo de la delegación ecuatoriana, después de la comida generosa y después de la calorífica conversación sobre revoluciones optimistas. Fue justo, en el límite de la despedida y de las palabras de agradecimiento, que un señor (o un „compañero‟, para decirlo a la usanza del momento) se quiso curar de alguna insatisfacción con la bibliofilia donada y me hizo la bendita pregunta. Y yo pedí aquella tela con el rubí, las cinco franjas y la estrella. Estaba en un ventanal y no parecía proclamar duelo y sí cierto fervor distintivo. ¡Qué se le iba a hacer! Éramos genuinos mambises de la costa afropacífica.
La fraternización se dio en el Comité de Defensa de la Revolución Pablo Noriega, el lugar de referencia fue en Conil y Tulipán. Habíamos llegado por el 11º Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, en La Habana. Año: 1978. Un viaje larguísimo desde Esmeraldas (Ecuador) hasta Cartagena (Colombia), de océano a océano, cruzamos el territorio colombiano de norte a sur, con un vocero designado que respondía con tal economía de palabras y convicción que los encuentros con policías y militares no fueron problema. No eran buenos tiempos para viajar a un país socialista. Los pasaportes ecuatorianos tenían un sello imperdible: “válido para todos los países, menos para Cuba y Rusia”.
Aquellas interminables discutideras de “los cubanos sí” o de “los cubanos no”. Angola estaba allá, en la otra orilla, esperando por un carajal indescriptible de solidaridades eso es, exactamente sólidas y contundentes contra el colonialismo sudafricano. O el retorno liberador de hijas e hijos de aquellos (y aquellas) que no supieron más nunca de la parentela y ahora retornaban con familias ampliadas y sangres que se estiran pero no se arrancan. Las izquierdas latinoamericanas tienen unos asaltos al cielo, ciertamente indiscutibles y grandiosos; pero también unos descensos carnavalescos al infierno. No sé si está en sus genes o fue adquirido a fuerza de discutir el dogma de quiénes eran los auténticos y quiénes eran los herejes, en fin se reunían dos izquierdistas y encontraban fácil setenta y siete desacuerdos, para no aceptar el izquierdismo mutuo más allá de quién prefería la cuchara de madera o los palillos chinos. Casi como ahora, pero con matices. Sentimientos, emociones y creencias eran como peso muerto en el alma volátil de la juventud revolucionaria de aquellos años setenteros, ochenteros y quizás, en parte, de los noventa, pero más bien ya era el reflujo. No creo que haya sido solo la juventud ecuatoriana, creo en todos los países americanos andábamos por las mismas lecturas, padecíamos las mismas pasiones divisionistas y los que nos tomábamos en serio la „R‟ la frase final del Manifiesto tenía sagrada literalidad: ¡jodidos del planeta uníos!
¿A dónde fueron esas controversias izquierdistas? ¿A dónde? Parafraseando a Silvio Rodríguez: “¿A dónde fueron las palabras que no se quedaron calladas mientras se cumplía la acción solidaria en Angola?”[1] Aquellos repentistas de inutilidad desconocían que la sublime validez del internacionalismo, proletario o cimarrón, se hacía trizas con la dureza tierna del dolor de una madre cubana. De muchas madres cubanas. Su amargura tenía el convencimiento irrenunciable de apoyar la defensa justificada de la emancipación de unas gentes de por allá y para ella estaba simbolizada en la tela rectangular roja, azul y blanca de su balcón. Sin embargo, ahí en el mismo punto de la resignación y el entendimiento cabía hasta desbordarse el reproche adolorido, porque resulta que el amor de madre no se perdona el desistimiento consciente para impedir la partida del hijo a “esos otros lugares del mundo que requerían el concurso de esos inmensos esfuerzos físicos y emocionales”. Todos los que creemos en la liberación de las humanidades tenemos un saldo de deuda con la gente cubana. Más que todo con las madres de Cuba.
¿Cuánto cambiaron aquellos cubanos, hombres y mujeres, al sentirse involucrados con la liberación ajena desde ese 5 de noviembre de 1975 hasta hoy? La izquierda americana volvió a sus habituales inauguraciones del Bizancio de banderas rojas y herramientas de trabajo: „¡qué no! ¡Qué sí!‟ Sin importar si al pueblo angolano lo que más anhelaba eran brazos defensivos y no lenguas analíticas. ¿Y la internacional que se cantaba (o se canta) en sus mítines era una mentira? Diablos, la muchachada de la CIA a veces la tenía fácil en esos años. ¿Y ahora? La respuesta está ahí: son otros tiempos. Es cierto, pero en otro sentido más o menos es lo mismo. Apenas subsisten los acuerdos comerciales, porque las economías se recalientan bajo presión imperial y ahora la jungla tiene fieras mucho más feroces y despiadadas. La experiencia progresista fue un respiro y si se estudia la experiencia sin tanto recoveco teórico comenzaremos a sumar pequeños triunfos.
El lunes 3 de noviembre de 1975, aprendices y maestros del combate se habían enfrentado a soldados sudafricanos, en las cercanías de Benguela, retrocedieron combatiendo y esos primeros pasos hacia atrás fueron el inicio de una retirada que duraría semanas. Cinco meses después tendrían la satisfacción de ver cruzar a los sudafricanos con la prisa del pánico la frontera con Namibia, pero unos días más tarde regresar a negociar el alto al fuego con disimulado buen humor para ocultar los pesares por la derrota de la negritud cubano-angolana. Eso y más supe por lecturas conversaciones. Eran años que se leían las noticias al revés en la prensa oficial. Esa misma prensa gritaba: ¡intervencionismo cubano! Nosotros escuchábamos: internacionalismo proletario. Después supimos que esa tarea liberadora fue llamada Operación Carlota, por aquella cimarrona que, machete en mano, el domingo 5 de noviembre de 1843 había decidido recuperar su libertad por las malas. Así son mejores para la Historia. Ocurrió en Matanzas, en el ingenio azucarero Triunvirato. Este era un repentino homenaje y compromiso emancipador a la vez, 152 años después, en la otra orilla, que siendo lejana parecía cercana. Carlota fue el nombre acordado, en la madrugada del miércoles 5 de noviembre de 1975. Los calores de la discusión no fueron por la codificación nominativa y más bien por las consecuencias. El rencoroso enemigo estaba mucho más cerca de lo que se quisiera. Pero esta vez el machete cimarrón tenía cierto filo preocupante para los gobernantes imperiales: Vietnam.
¿Y nosotros por acá? Actualizando lecturas de la Guerra Civil española y las brigadas internacionales solidarias de aquellos años. “Una mattina mi sono alzato/ O bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao…” [2] cantaban las nostalgias de no sé qué los viejos comunistas con unas copas de vino demás, se hablaba del heroísmo soviético y los recuerdos eran solo eso, el pasado. Nosotros ya estábamos en las canciones del Compromiso Latinoamericano y el encanto motivador de la Nueva Trova cubana. Y no era mucho o quizás era suficiente para pintar, durante las madrugadas, en las paredes de mi ciudad un „¡viva el internacionalismo proletario!‟
Notas: [1] ¿A dónde van?, Silvio Rodríguez. El verso en realidad dice: ¿A dónde van las palabras que no se quedaron?
[2] Bella ciao, canto de los guerrilleros italianos en la llamada Segunda Guerra Mundial. Los versos traducidos: “Una mañana me levanté/ Oh bello adiós, bello adiós, bello adiós, adiós, adiós…”
*Juan Montaño Escobar. Escritor, historiador y periodista afroecuatoriano
Foto: Soldados cubanos en Angola