¿La historia se repetirá?

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Por Francisco Escandón Guevara

Después de la victoria de Noboa abundan los juicios de valor que explican los resultados de la segunda vuelta. Atribuir el comportamiento electoral de las masas a los muñecos de cartón o a los tropiezos de los candidatos correístas es superficial; es necesario incorporar al análisis el factor de la crisis política previa a las elecciones, la influencia de la violencia en la psicología del sufragio, la emergencia de nuevas generaciones de votantes que transgreden lo tradicional, el efecto que tienen elecciones que se desarrollan en otros países, etc.

Es evidente, queda mucha tela por cortar, pero los vertiginosos tiempos políticos ecuatorianos obligan a valorar la transición entre el gobierno entrante y saliente, particularmente porque las escasas expectativas de cambio generadas en la campaña se van diluyendo por los fantasmas que rodean al presidente electo.

La aparición en Carondelet de la mano de Alberto Dahik, prófugo de la justicia por el escándalo de gastos reservados hasta que Correa lo indultó, marca la cancha del nuevo gobierno como vinculado a las arcaicas élites. Todo apunta a una gestión neoliberal: privatizaciones, desregularización del trabajo, eliminación de subsidios, achicamiento del Estado, etc.

Por otro lado, el anuncio de una consulta popular en los cien primeros días de gobierno es una aventura riesgosa, los portavoces de Noboa lanzan globos de ensayo en los que incluyen algunas preguntas recicladas del paquete consultado por Lasso en febrero anterior.

Un capítulo aparte es lo que llaman gobernabilidad, la relación del ejecutivo y el legislativo. Por el momento sobran rumores y anuncios de la mayoría de partidos que apoyarán la gestión presidencial, pero es evidente que el nuevo gobierno necesita pactar con otras fuerzas políticas para alcanzar una mayoría necesaria en la Asamblea Nacional.

En las siguientes semanas, el hijo del magnate bananero deberá decidir integrarse con el correísmo y socialcristianos o sumar un champús de fuerzas políticas y parlamentarios que se disgreguen de los partidos que los patrocinaron. Los intereses, de por medio, son la impunidad del prófugo y los corruptos, cuotas de poder y hasta repartos de provincias e instituciones del Estado para más de un caudillo.

Aún sin posesionarse, los primeros pasos del gobierno electo no son promisorios. Si les da las espaldas a las aspiraciones del pueblo, la posibilidad de reelegirse se desvanecerá, perderá rápidamente su capital político y se convertirá en lo mismo de siempre. ¿Se repetirá la historia?

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