Por José Díaz
El capitalismo es el principal culpable de la depresión, de las enfermedades emocionales y mentales del pueblo, proyecta la idea de un mundo lleno de abundancia, riquezas y prosperidad pero la vida real para los de abajo es todo lo contrario. Y, como es una constante diaria, es habitual creer que no hay escapatoria, esto, se profundiza aún más en la adolescencia y juventud, y, si bien, cada vez hay un mayor nivel de preocupación social sobre estos temas y es menos tabú, el acceso a la terapia y atención profesional sigue estando restringida para aquellos que tienen posibilidades económicas, en especial para quienes viven en los centros urbanos y sus familias permiten su acceso.
Algo que recomiendan los profesionales es buscar salir del entorno que causa y profundiza estos desórdenes, pero cuando el propio sistema capitalista es el causante, es pura charlatanería metafísica el decir que basta con poner fuerza de voluntad o aceptar los problemas, porque para los explotados, las causas de los variados y crecientes desórdenes de la mente son causados por la pobreza, el desempleo, la inseguridad, la falta de acceso a servicios básicos, el escaso acceso a un empleo con derechos laborales, el reducido acceso a la Universidad, las ofertas de campaña que no se cumplen, los discursos del estado que ofrecen mejorar las condiciones de vida pero las empeoran, y tantas más.
Es de gran ayuda añadir a la rutina de vida lo que denominan «establecer un cable a tierra», es decir, una cosa, persona o situación que permite mantener el equilibrio psicológico o anímico en momentos difíciles, este se puede dar por medio de actividades complementarias como el deporte, recreación u otros parecidos, pero el dedicarle tiempo y energías a luchar por una causa, termina siendo una excelente y efectiva medida, ya que, la mejor manera de ayudar no debe ser solo escuchar, tener lástima o darle apoyo moral a quien padece, si no, extender la mano para ayudarlo a salir de ahí. Esto podría resumirse en una frase de la comunista Uruguaya Carmen Soler: ¡Véndate la herida y lucha!
Por experiencia personal, la militancia revolucionaria en la JRE (Juventud Revolucionaria del Ecuador) ayuda a sanar porque permite recuperar buena parte del control de la vida propia, distrae del entorno nocivo y es una bocanada de aire fresco, empodera y contribuye a tener conciencia de la vida, ayuda a entender que los problemas personales tienen solución en unos casos y en otros no dependen de uno, facilita el tomar las riendas de la vida y hacer algo al respecto para buscar cambiar uno mismo y cambiar este mundo tan podrido. Sumado al aprender a relacionarse entre pares de una manera sana, hablar en público, organizar y expresar las ideas, y tantas otras cosas más. Cabe dejar en claro que, nada de esto niega ni pretende reemplazar a la terapia psicológica con un profesional.
Hay quienes se dedican al deporte, recreación o a un activismo, y esto está muy bien, pero un pasito más allá es la militancia revolucionaria, que brinda herramientas tanto para sanar como para entender el verdadero trasfondo y luchar por acabar de raíz las causas del estrés, ansiedad o cualquier afección que se parezca. Superando esos esquemas obtusos de la «generación de cristal o la generación de concreto», ser fuertes y no dejarse ganar por los sentimientos no está mal, expresar los sentimientos y llorar cuando es necesario, también es ser fuertes y no está mal. Lo que sí está mal es pretender que se puede vivir bien en una sociedad diseñada para explotar, para acabar con los sueños y esperanza, y que busca someter hasta el espíritu más rebelde.
Coordinador Nacional JRE