La otra vida en tiempos de la peste

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Por Juan Montaño Escobar

¿Olvidará Guayaquil sus esquinas macabras? Dicen: “volteemos la página”, sospecho que esta frase maldita no tendrá aceptación. ¿Voltearla sin leerla con los ojos críticos de todos los ofendidos?

Un día con la congola[1] de cobre

Fue en la tarde desolada y silenciosa del sábado 16 de mayo, que caí en cuenta que hasta ese momento habían corrido 1680 horas de obligado encierro. Al fondo del lomerío ocurría una maravillosa masacre de luces, era fácil saberlo por las cambiantes coloraciones de las nubes y el funcionamiento ecológico de los tonos de lumbres vespertinas. Había que reconciliarse con la vida de ahí, donde estaba sentado, hasta más allá. Hasta ese horizonte utópico que a esta hora sirve para acentuar la diferencia entre economía y ecología. Un blues de otros tiempos interrumpe la satisfacción personal. El teléfono pesca Wi-FI[2] y como un plan premonitorio inicia Bad news is coming[3] , de Luther Allison, es el título de la actual verdad cantada. Coincidencia para bajonear aquello que caía sin estas ayudas. O no, solo se pone prueba el cimarrón tenaz de habitante de barrio adentro. Esta versión tiene unas 172 508 vistas. Luther, imagen fumando un porro, hace de griot[4] y suelta la oralidad cantándola. Malas noticias golpean tu camino, la gente llena las calles como si no hubiera pasado nada. Da palmas si te sientes solo, que no quede nada igual [5]. Las malas noticias están al fondo y son de derechas, no intento bromear, mientras las izquierdas están acoquinadas sin discurso y esperando iluminaciones proféticas, ese deseo no es leninista; para nada. Es puro pesimismo porque hoy, más que en cualquier otro día, en este septuagésimo día, sabemos que el neoliberalismo volvió hablando de economía como gestión exclusiva del dinero. El dinero nunca duerme y no le afecta la peste. Al revés, se alimenta de ella para sestear en los bolsillos de un chininín de capitalistas.

El 15 de marzo del 2020

El 15 de marzo del 2020, comenzaron los días sin fútbol y las conversaciones sobre política fueron más aburridas. En la pantalla LED, los programas de fútbol nos devuelven a conversaciones de otros tiempos. Revivir tiempos muertos con la pasión caliente y popular de los clásicos futboleros argentinos, brasileños, colombianos o ecuatorianos. Y también las noticias son leídas asépticamente por unas señoras que debieron consumir químicos preventivos, buena lectura y fría. Ese tema, el de la política, es otra peste. Los análisis, aun con los adornos de quien está devorando a placer un lomito fino, apestan. Alguien acumula culpas, primero los políticos de la República Popular asiática, después unos Gobiernos de no sé dónde que no amurallaron los territorios contagiados y después el ecuatoriano. Un inesperado día de abril se supo al detalle, con el drama de una estrenada incredulidad popular, de la gestión desastrosa de la peste y perplejos vimos los muertos guácharos en las calles de Guayaquil. La información nos alcanzaba de rebote: Gobierno y periodismo de papel y pantalla ecuatorianos habían ocultado la inmensidad tragedia. El surrealismo pintado en la punta de la nariz: todas las calamidades y toda desesperación barridas debajo de la alfombra de la indiferencia. Esta descomunal desdicha obligó a multiplicar las precauciones y ya no fue posible abrazar a nadie. Los besitos amistosos quedaron proscritos porque la separación es el aprecio verdadero, las conversas se hicieron enmascaradas como genuinos bandidos de la seguridad y la distancia fue inalcanzable para el sospechoso salivazo. El desespero causado por el bichito mató al bichito de los cariños irresponsables. Como los muertos de Guayaquil un sentimiento guácharo nos acompañó. Aún nos acompaña y es agosto.

El día de Diógenes el Cínico

Los otros apestados por la peste fueron los políticos del alto Estado, mujeres y hombres, nadie quiso cargar con ellos y debieron sentir ese padecimiento en tierra ajena. Hace más de tres años se vendieron como mesías para todos los problemas de la gente y les creyeron. Ganaron y jamás imaginaron que iba llegar el día de los milagros. El milagro fue al revés, a la mitad de los parlamentarios lo sigue una sombra de sospechas de nadar en vainas raras. Cambie raras por corrupción pestilente. La confianza política es un bien que se busca con lámparas encendidas en la plenitud luminosa de estos días. Diógenes el Cínico es una súper star en las ciudades americanas, no en todas, desde luego. La confianza popular, sin los óleos adjetivados, está arruinada. No hay confianza propia ni en lo propio, porque los desengaños son abundantes y de todos los tamaños. Los únicos confiables son los artistas, pero son los más jodidos este tiempo de peste cifrada como Covid-19. Todavía la confianza en ellos no ha sido infectada ni siquiera por el virus del estorbo. Son ellos, mujeres y hombres, que nos permiten escuchar los ruidos tenues del tiempo que pasa. Y no suena como reloj de hace años, tic-tac-tic-tac, sino como el silencio de las dolientes pérdidas nuestras.

El 17 de marzo del 2020: sentimiento de irrealidad

El 17 de marzo de 2020, comenzó en el encierro ciudadano decretado por el Gobierno ecuatoriano, fue como un otoño del patriarca en otro siglo y con personajes similares, con un presidente que debía sentirse más solo que la mano izquierda [6], porque estaba a cargo de un Gobierno no por su voluntad, sino por unas elecciones ganadas al ventarrón de simpatías de uno de los liderazgos más peleón y efectivo en la historia de la República. Hubo ese sentimiento de irrealidad [7] aunque más al filo de la desesperación de la gente, porque las narrativas de la crisis económicas resulto un torneo desaforado de cifras para jamás ponerse de acuerdo, al final les creyeron quienes querían creer y el resto se desentendió del automatismo gubernamental hasta el día después del 17 de marzo. Una sensación de orfandad correteó por los barrios y literalmente las autoridades no sabían qué decir y peor qué hacer. En las semanas de marzo y abril culminó el síntoma y se confirmó la sospecha: el Gobierno ecuatoriano atendía a todas las brújulas para llegar a ninguna parte. Los comunicados gubernamentales de salubridad eran tan contradictorios que parecían unos malísimos y desesperantes cuentos de la cripta. Fue el aletear de la mariposa que causaría el caos que enredó en un trágico bucle a un mal Gobierno, a una corrupción hospitalaria y a una crisis política terminal. Al final decenas de miles de fallecidos por la peste. ¿Cuál es el costo en vidas unas pestes laberínticas?

Aguas cortas, aguas largas, aé, aé, aé.

Si alguien llega a Quito y pregunta, ¿dónde está Esmeraldas? La respuesta será: por allá. Un lugar hacia el mar y a orillas del mar. No solo es el mar también son los ríos y están las lluvias sin estación climática que cargan humedad el aire. El agua es una constante cultural. Hay aguas largas y aguas cortas como songs of labour, músicas afropacíficas. Para la fecha en que el Gobierno mandó a parar la mayoría del comercio, apenas se habían ubicado dos casos de contagios con Covid-19 fue cuando la ciudad se metió casa adentro. Desolación urbana y  temprana, el halo de preocupación por las conversaciones y las arrebatadas dispersiones por una simple moqueada. En fin. Las calles se vaciaron de golpe y el raro sentido de soledad que pertenece a los domingos vespertinos nos alcanzó un miércoles o un viernes, había que sobrellevar aquello con la extrañeza de habitante de una novela real. De El otoño u otra con las mismas propiedades mágico-reales de nuestros ecosistemas. De las esquinas se borraron los charlatanes de feria y promesas de apocalipsis, para aparecer en las redes sociales y contarnos el cuento de curas prodigiosas, para explicarnos unas alquimias que jamás serán o asustarnos con el cabreo de Dios (dizque en ese rato saboreando las desgracias de la gente por las ofensas a esa mala invención). La abundancia de promesas de bebidas, pomadas y rezos misteriosos para la peste y los castigos venidos de no sé dónde creó el raro folklor de bochinches insólitos. Ocurrió acá y por allá, en Ecuador y en el resto de las Américas, o fueron encorbatados o predicaban disfrazados de arcaicos galileos. Invocación, ¡Ayúdame, Freud! Y supe que la mentira se facilita para ese público de fe .raquítica y en el desespero por creer en la cuadratura del círculo si el farsante tiene nombre raro. No fue esa curva creciente, la del contagio, más bien fue aquella de las mentiras que ayudan a creer que el mañana es oportunidad personal y secreta. Además dejar estas líneas se alzó para siempre con la vida de amigos. Axê.

Ciertos materiales de la nostalgia

Aún vivos somos de recoger los pasos perdidos o devueltos por las distancias inútiles recorridas. „Somos‟ es toda la gente, también aquella que no salió de sus casas por precaución y cuando lo hizo fue para ir a un sitio que tiene una enigmática leyenda en latín en el pórtico de entrada: homo velut fugit umbra [8] . El cementerio de la ciudad de Esmeraldas. El quédate en casa terminó por ser una advertencia pesada y terrible. Y nos quedamos en casa como conspiradores de nada, mirando por la ventana o espiando a quienes salían porque debían o porque se pasaban por el forro el warnig[9] de las autoridades. O de los cuartos de máquinas que es ahí donde está esa leyenda en rojo combativo. Caminar es hacer camino. O rehacerlo en la conciencia casi material de los recuerdos. Y de quienes cumplieron 65 años con ojos en la nuca. Mi barrio se llama Los Almendros, ya no los hay, se volvieron material de los recuerdos.Los jubilados de mi barrio a quienes se les acaban muy pronto las conversaciones del presente sueltan su nostalgia que más parece “un aferrarse a las cosa detenidas”: el tiempo pasado fue mejor”. Mi desacuerdo me lo callo y prefiero no estropearle la comodidad de su conservadurismo.

Es Esmeraldas, mi ciudad, en el mes de julio avanza por la estación seca, en otros lados se llama verano. Es Esmeraldas y el mes de julio para contar las ausencias definitivas de amigos y el dato necrológico dicho para asegurarnos la sospecha que habrá otro amanecer nuestra en la cuenta progresiva. En este mes abrió un bar aquí otro por allá. Con pocas mesas disponibles, mascarillas preventivas y desconfianza en la mirada. Y me fui a buscar los pasos perdidos de algún cabildo de conversa y café, de café y palabra suelta, de otras tardes parecidas y distintas a estas julianas. Ahí, en la esquina de las calles A. J. de Sucre y J. Mejía Lequerica está el café-bar El Porteñito. En uno de estos cercanos y años venideros cumplirá 50 años de ofrecer café, además de jugos, tamales, sánduches. Es el último bar que ofrece un buen café, en una provincia que fue cafetera. No supe el porqué del nombre, pero desde 1973 he sido su cliente, ahora infrecuente. La peste arruinó decenas de negocios, pero no llegó a ese puerto y los porteños más recalcitrantes tendremos la mesa oportuna en pos pandemia. También las almas en pena que no bebieron la última taza.

Decamerón futbolero

Abril y mayo fueron los meses del encierro riguroso. El aburrido fútbol de las pantallas y los comentarios alcanzan record histórico de bostezos. El cabildo calienta ánimos con esas discusiones imitación de aquellas que ocurrían en el Bizancio cristiano, nadie porfiaba por cuántos querubines se arracimaban en la testa de un alfiler, pero tibio, tibio. Más que una pregunta artificiosa es la confirmación del viejo e incombustible enigma: ¿quién fue primero…? Y todos tendrían razón con sus argumentos bíblicos o biológicos. Unos dirán el huevo y otros la gallina. Bizancio retorna con sus maromas retóricas: ¿cuántos ángeles se acomodan en la cabeza de un alfiler? O esta, la más bizantina de todas: ¿Quién fue mejor Maradona o Pelé? No falta el despistado que la tira a la tribuna con su respuesta: Messi. Y ya en esa baraja imposible con cinco ases, un contradictor la rompe: Cristiano Ronaldo. El cabildo popular se mete en una batalla de nombres, sostenidos con explicaciones que van desde la técnica portentosa hasta las elocuencias malamente copiadas a Jorge Valdano. Los tecnócratas exhiben estadísticas y la dejan lista: cantidad de goles versus cantidad de partidos. El tropiezo con las matemáticas devuelve al foro a la esencia de las razones. Entonces, qué, Pelé o Maradona. La sala hierve en serio y el enmascaramiento fastidia las ganas de gritar los argumentos. Esta peste causa este Decamerón futbolero, en muchas encendidas esquinas de las Américas. En las horas pasivas de las tardes de canchas como camposantos; en las refrescadas memorias por falta de nuevos pretextos para renovar conversatorios; y en las ganas de postergar la amargura sistémica de la política de las autoridades estatales del Ecuador.

En el barrio la neutralidad no vale. ¿Y usted qué dice? No hubo música de suspense, no fue necesario, la respuesta la tengo clarísima. Respondí con el neuromarketing del cimarronismo: “Pelé, pero prefiero a Maradona”. Insatisfacción unánime, no fue una elección a conveniencia ni pretendía desentonar con esta ley de contrarios que se atraen para pelear banderas imposibles: Pelé no dijo nada de los atropellos a los deportistas negros, en el mundo. Aun con el abrazo comprometedor de Muhammad Ali. A Maradona se la dan por el lado humano débil: Maracoca. La solté con didáctica de Juancho el Bautista del siglo XXI: me fui por la primera ley de termodinámica: ΔU = Q + W. ¿Y qué quieren? Uno no tiene, ni de lejos, los conocimientos de Gary Cortés, Ronald Murillo o Mario Canessa[10]. Y lancé el centro al área de candela: la energía interna del futbolista (ΔU) es igual al calor que imprima (Q) para cumplir con su trabajo divertir y ganar (W).

– “¡Tradúcelo, man!”

Chévere. La cancha es un mundo, pero no es todo el mundo. La inecuación abundó en competidores y se fueron sin control de calidad y cantidad. Atención: “La cancha es un mundo, pero el mundo es algo más que una cancha”. “La cancha es un mundo sistemático, pero el mundo es una cancha sistémica”. Alabao sea la santísima epistemología barrial. Y eso que no egresaron de la FLACSO. La telaraña se complicaba. No lo dije, pero lo pensé: ¡hey, paren la rumba que equivocamos el rumbo! Roberto Bonafont[11] tiene competidores con sus salidas metafóricas. Cuando la palabra me fue devuelta ensayé un dribling: miren el fútbol se resume en consumir energía moviendo el balón con maravillosa habilidad para producir empeños críticos. Es elocuente el silencio del pequeño vecindario futbolizado. Es sentencia inapelable. La retirada es de valientes.

Maradona contra el equipo inglés, golazo con el balón adicto al pie izquierdo. No fue de Dios, la mano que vino después, aunque se pongan tenaces en Argentina. O esa danza de asombro frente Ladislao Mazurkiewicz y ganarle a Uruguay con otro gol y no con ese que no lo fue. Maradona o Pelé, teorema irresoluble. Por ahora. El gol más bonito de cualquiera de ellos está en la vitrina de las capillas laicas de sus feligreses, sirve de raro consuelo durante la oralidad de esos malos días del fútbol por venir. Y sin fútbol y solo se juega de memoria.

Solo serás aquello que digas y no lo que te digan[12]

Un solo de marimba del maestro Lindberg Valencia o de Esteban Copete, en la pampa Youtube está toda esa música que niega el silencio cultural del Estado y sus instituciones culturales, si es que no las barrió el viento pandémico. La ventana da a la calle desolada y nuestra ventana metafísica da a la memoria histórica. Me apresuro a buscar las siembras del pensar del Abuelo Zenón y ya. “El ayer, visto desde el ahora, es lo que dejamos de ser”[13]. No fue como en el breve relato de Augusto Monterroso, ocurrió al revés: el dinosaurio se aburrió de esperar, porque el durmiente no despertó. Algunos filósofos dicen sus dichos a quienes queramos escucharlos y guardar la reflexión en la memoria pronta. “Son tiempos de episodios inversos”, dicen herméticos. Y que el bichito obligó a crear otra normalidad.

Los Gobiernos imploran que nos aislemos, descubren que la fuerza bruta producirá rencores perdurables al menos en estas sociedades americanas (¿perdono pero no olvido?), para los muertos se reclama la dignidad deseada para los vivos, en exacta dimensión. ¿Olvidará Guayaquil sus esquinas macabras? Sospecho que esta frase maldita no tendrá aceptación: “volteemos la página”. ¿Voltearla sin leerla con los ojos críticos de todos los ofendidos? A la inversa de otras dificultades sociales, a esta se clasifica como la de COVID-19, vimos la política de los políticos del Gobierno como del inútil hacer. En casos elocuentes, sin importar el tamaño de su importancia, el alcance de su liderazgo, su fraseología o su creencia convertidas en ciencias de pacotilla. Ellos y ellas son el chiste perverso del drama mundial en una ciudad puertas adentro y dejando sus muertos al filo de la calle. Ciudad desolada y desilusionada, porque la publicidad ilusoria del éxito urbano se tropezó destructivamente con el monstruo invisible de la verdad.

„Solo serás aquello que tus palabras expresen‟, axioma para estos tiempos del bicho y también para otros, porque apenas ese será el tamaño de tu imagen de la gente que testimonia lo inservible de los discursos. Los farsantes con aires de seriedad están de moda funesta. Y tienen seguidores que aplauden por revanchas incomprensibles. América, también Ecuador, tiene envalentonados a estos embaucadores apenas útiles en estas dificultades sanitarias y económicas. También racistas. Sin importar sus cogotes anaranjados, la exhibición de una pesada biblia de un cuarto de quintal o mentarle la madre al bicho no-vivo. Es el festival de una clase política absurda que recauda una cuota alta de vidas humanas.

¿Quién se robó los meses de pandemia?

Se robaron los meses de marzo, abril, mayo junio y nos aferramos a abril. Fue inevitable el despojo, porque un día un comunicado que nunca fue nos dijo: “en encierro absoluto o la vida”. ¿Qué aprovechado capitalista nos saqueó estos meses? Un domingo en el retrovisor del vehículo inmóvil. No sabía, pero escuché gritar que era „domingo‟. En ruso es Воскресенье[14]. Un domingo como este es eso, algo para superar el pesimismo del guardado de humanidad. En fin, es domingo 5 de julio de 2020, hacia el fin de la tarde, al borde de la noche de acá, de Esmeraldas, las lomas circundantes hacen el truco para disimular la bella decadencia de las lumbres, por allá por el mar. Las tardes dominicales son iguales en todas las ciudades del mundo. Es una constatación que no admite réplicas.

Estamos en Esmeraldas y las buenas tardes son filtradas por las mascarillas y el apagado tono de voz disimula la cordialidad. Se aprovecha para leer en la calle por la tregua de silencio, la calle es una larga biblioteca. Me encanta este silencio porque uno cree que puede oír hasta sus pensamientos. Esmeraldas es una ciudad con muchos espacios ruidosos y este tiempo sin sonoridad parásita devuelve a los oídos ciertas melodías con todas sus tonalidades. La paradoja del bicho maldecido.

Hubo ese tiempo, hace unos meses no más, en el cual se le ponía el pecho a las balas, por ideología o por nada. O porque se amanece en el rol de Equalizer. O por tan poca razón que se parece a nada. En octubre del año pasado una rabia heroica fue creciendo en la ciudadanía. Justa y necesaria. Al frente hubo otra con pretensiones de defender el derecho de… ¿ciertos privilegios? ¿A un Gobierno? Al frente unos héroes uniformados, en motocicletas, con sus armas y sus órdenes. Armados de insensatez, desesperados por ser queridos por quienes mandan obedecer donde alguna desobediencia humaniza. El bicho que se viralizó fue el de la represión necia y el de los heroísmo simples. Heroísmos llamativos de mujeres o jóvenes que luego protagonizaron las conversaciones de las esquinas. Así empiezan las mitologías.

La gente buena también muere apestada

¿Quién le teme a un domingo por la tarde? ¿Quién se deja sorprender por el hastío de un domingo casi oscuro? Julio 12 y las noticias resbalan. Poca gente se informa sobre los contagios o eso parece. Las conversaciones familiares se han devuelto a la crisis económica, sus consecuencias virales de desempleo acelerado y deudas impagables. Se lamentan los fallecimientos dos casas más allá y se recuerda al mejor vecino de la cuadra asesinado por el bicho. Es domingo para reflexionar sobre el fallo mortal del vecino cumplidor radical del encierro y de los protocolos personales de seguridad. El único error fue fatal, debió ser de aquellos errores de los afectos. Es domingo acá, en Esmeraldas, está en ambiente, está en las conversaciones larguísimas porque no se tiene adónde ir. En mi niñez las visitas a los cementerios se programaban para el final de la tarde dominical y se volvía empezando la oscuridad, pensando en una frase que nunca supe quién la escribió o la gritó. “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!”

El lunes se informará sobre el crecimiento del contagio y „las vidas que nos harán falta‟. Pero en el domingo el infortunio está ahí y es como si extendiera al resto del mundo. El planeta abandonado en un patio dominical, esperando que lunes, el martes o quizás el miércoles alguien lo recupere de las garras del bicho fatal. Las dificultades económicas tiran para abajo, a contrapelo del cimarronismo necesario y habitual, el ánimo. ¿Quién tiene un domingo tardío en el bolsillo para comprar un lunes saludable? Uno de esos lunes ásperos, pero esperanzador. O un martes amargo, pero amigable. O un miércoles triste que alcance para una botella de cerveza. El bicho está en ciertos líquidos corporales, se comparte su fatalidad por conversar sobre aquellos que se roban el tiempo de las buenas acciones y se comparte con el estornudo rabioso porque el Ministro de Salud del Gobierno ecuatoriano dice disparates como chistes envenenados. Miles de muertos como una nada macabra. A estos domingos vespertinos los recordaremos porque serán asociados con la peste y sus cercanas tragedias. Ya es agosto y consumiendo sus días; pero los domingos de abril, mayo, junio y julio han dejado un temor que acanalla a la especie. En julio fue el ajuste de cuentas con la fatalidad.

¿Quiénes le deben temer a las tardes de los domingos? Mucho más ahora que el bicho contagió a quienes gobiernan a nuestros países y a nuestras ciudades. Y qué vaina, pero las crisis están al fondo y a la derecha, como suene suena a verdad. En estos días de los meses pasados, incluido agosto, Achille Mbembe tuvo razón y media. La media es la teoría y la completa el acierto del diagnóstico. Las estadísticas cuentan cifras y en cambio los afectos a personas de la calle tal, de la profesión tal o de las virtudes tales. Yo le temo al lunes, porque parece que la gente que no se muere de lunes a sábado termina por hacerlo en domingo por la tarde. Gente auténtica, víctima de la maldad de un bicho con forma de mina submarina y coraza de grasa. Gente que se extraña, porque las manías de ser buena gente. Hasta parecerlo.

Ese sentimiento necesario y conveniente

Y nos dieron las diez, como en la canción de Joaquín Sabina. Las diez de la noche en la ciudad de Esmeraldas. La luna es un tercio de sandía plateada, por poco tiempo es cierto, es que de pronto una nube le da una coloración terrosa. Me gusta el silencio alumbrado a medias por esa luz débil que no fastidia a aquellas provenientes de los postes de servicio público. La pena es un sentimiento imprescindible y oportuno. Yo he perdido por lo menos una docena de amigos cercanos y otros distantes no tanto por afectos como por minutos de conversación. La muerte generosa es el absurdo de unos meses de peste con muchos remedios y alguna efectividad. “No pienses en la muerte”, me aconseja una amiga cuando empiezo a desgranar nombres de amistades fallecidas. Y sugiere: “reza por ellos”. Vaya ironía, los templos cerraron y a los agoreros del desastre no les aumentó la parroquia pagadora de diezmos. Alguien podría creer que la peste es cosa de Dios o del destino, pero yo creo que son ambientales. Antonio Preciado explica con versos análogos está realidad. “El ambicioso que tenía un diluvio/ debajo de la casa/ le abrió huecos al techo,/ pero murió de sed por el costado”[15].

Monterroso (in memorian)

En fin, cuando el murciélago despertó, la cosa no estaba.

[1] Cachimba en el habla esmeraldeña.

[2] Siglas de Wireless Fidelity o Fidelidad Inalámbrica.

[3] Llegan malas noticias, traducción del autor.

[4] El guardián de la memoria colectiva en algunas naciones africanas y también en la costa pacífica colombo-ecuatoriana, aunque también se los llama guardianes de la tradición y son mujeres u hombres.

[5] Bad news like a sucker punch moving your way People fill the streets like nothing has changed Clapped hands if you’re lonely don’t leave the same. Traducción del autor.

[6] El otoño del patriarca, Gabriel García Márquez, Le Libros, http://LeLibros.org/ p. 96.

[7] Óp. Cit., p. 96.

[8] El hombre huye como una sombra, del traductor de Google.

[9] Advertencia, en inglés.

[10] Periodistas deportivos ecuatorianos.

[11] Periodista ecuatoriano.

[12] Proverbio yoruba: Iwọ yoo jẹ ohun ti o sọ nikan kii yoo ṣe ohun ti wọn sọ fun ọ, traducción por Google.

[13] Cita del libro Pensar sembrando/Sembrar pensando con el Abuelo Zenón, de Juan García Salazar y Catherine Walsh, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador y Ediciones Abya Yala, 2017, p.163. 7

[14] En ruso significa resurrección.

[15] Poema húmedo, de Antonio Preciado, poeta ecuatoriano, de su libro de poemas Tal como somos, primera edición, en 1969.

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