Por Mariano Santos N.
Estamos «celebrando» el 12 de octubre. Hace varios años, bastantes años, bastantes lunas, llegaron por nuestras tierras, hombres blancos, barbudos, en grandes navíos, montaban a caballo.
Habían invadido nuestros territorios, pero no contentos con las primeras tierras que pisaron y se apoderaron, con Biblia en una mano, con fusil o la espada en la otra, se encargaron de robar, matar, robar y matar.
Los nativos de antes, como los indios, cholos y negros de ahora,
Eran considerados por los conquistadores seres inferiores, de menor inteligencia,
Por lo cual no merecían Tener las riquezas que muchas comunidades poseían,
Como tampoco las tierras que cultivaban
Es lo que los invasores decían; la propia iglesia de la época, decía que los indios no tienen alma…
Pero, nuestros antiguos «cultivaban» el oro y otros metales preciosos. Hoy en día se reconoce ampliamente que los indígenas orfebres precolombinos mixtecos, incaicos y chibchas trabajaron con éxito el oro y la plata, al igual que el platino (principalmente en la parte norte de Esmeraldas) aplicando técnicas refinadas como la filigrana, la soldadura o el moldeado al frío con martillo para elaborar máscaras funerarias. También diademas, pectorales, brazaletes, estatuas, reproducciones de bulto en alto o bajo relieve, representando una gran variedad de animales y plantas, cuya calidad y belleza asombró y despertó la codicia en los españoles.
Para los pueblos originarios, los metales preciosos y sus obras de arte, utensilios, eran utilizados como símbolos, adornos, usos totalmente distintos a los que se da hoy en día, en que se convierten en mercancías y, mercancías que han dado paso al extractivismo comercial y explotador.
Estas obras de arte fueron EL PRIMER BOTÍN de la conquista y la recolección inicial de metales preciosos en el imperio español.
Sin embargo, esta fuente duró muy poco, pues en dos o tres años los trabajos de oro y plata acumulados por siglos por las civilizaciones prehispánicas, cayeron casi en su totalidad en las manos ávidas de los deslumbrados y ambiciosos conquistadores.
En nuestro Ecuador de antaño hay una historia muy ilustrativa, que los ecuatorianos de hoy debemos reconocerla, porque es muy aleccionadora, es la rebelión de los jíbaros.
Hablamos del año 1599, según nos relata el padre Juan de Velasco, en su libro historia del Ecuador, en plena época colonial. Por esos años, 3 ciudades se habían desarrollado y crecido en forma vertiginosa en las estribaciones andinas, en las puertas de entrada a la región amazónica, al ¡DORADO! Eran los denominados Asientos Mineros de SEVILLA de ORO, LOGROÑO y Huamboya. Poblaciones con el mismo nombre existen hoy en día en las provincias de Azuay (Sevilla de Oro) y Morona Santiago, pero, como veremos luego, no corresponden a las antiguas poblaciones de este relato.
¿Cómo y por qué se desarrollaron estos tres POBLADOS?
Precisamente por el oro, que en grandes cantidades se extraía de minas ubicadas en sus alrededores. Tan vertiginosamente habían crecido esas ciudades, como producto del ir y venir de la gente, de los comerciantes, que se hablaba de un cuasi DORADO. Sevilla contaba con 25.000 habitantes, entre los que propiamente vivían allí, los que siempre estaban en tránsito y los que habitaban en sus alrededores. De Logroño, se dice que contaba con 12.000 habitantes, mientras que Huamboya era un poblado más pequeño.
Algunos historiadores nos reseñan que hasta 1683, es decir, en poco más de un siglo, había desaparecido más del 80% de la población indígena en Sudamérica.
Minas y ciudades de opulencia y pobreza, donde se forjaba el tesoro del imperio, verdaderos monstruos engulleron poblaciones enteras de nativos de las distintas regiones en que proliferaron.
El trabajar en las minas de la época, significaba no solamente en el ex Reino de Quito sino en todo el subcontinente, el acercarse a la muerte; era el camino rápido para ir al más allá.
La muerte, se hacía presente en forma rutinaria, como producto de los numerosos accidentes en las minas, o bien por enfermedades generadas por un trabajo esclavizante.
El indio que laboraba en las minas no era considerado un SER humano, tal vez ni siquiera un animal.
Su trabajo se iniciaba muy temprano en la mañana y terminaba muy entrada la noche, período en el cual casi no tenía descanso; su alimentación era de lo peor y la rutina, salvo en casos excepcionales, significaba el descanso del domingo. En otros casos, el trabajo significaba estar días enteros en los túneles subterráneos de las minas.
Hubo algunos funcionarios y religiosos de la época que denunciaron las infamantes condiciones de vida y trabajo de los mineros. Uno de ellos fue Fray Domingo de Santo Tomás, Que en 1550, se dirigió al Consejo de Indias, refiriéndose a la ACTIVIDAD minera en los territorios andinos, en los siguientes términos:
“Habrá cuatro años, que, para acabarse de perder esta tierra, se descubrió una boca
de infierno por la cual entran cada año (…) gran cantidad de gente que la codicia de los españoles sacrifica a su dios”.
Al final del siglo, la chimenea central había alcanzado 250 metros de profundidad, y al respecto, Rodrigo de Loaisa, escribe: “Los indios que van a trabajar a estas minas entran en esos pozos infernales por una sogas de cuero como escalas, y todo el lunes se les va en esto, y meten algunas talegas de maíz tostado para su sustento y, entrados dentro, están toda la semana allí dentro sin salir (…) con gran riesgo, porque una piedra muy pequeña que caiga, descalabra y mata a los que acierta, así acontece entrar el lunes veinte indios sanos y salir el sábado la mitad de ellos lisiados”.
Además, como en el interior de la mina reinaba un calor sofocante, un elevado número de los que habían salido ilesos, moría de pulmonía o neumonía al salir de pronto al gélido clima de las estribaciones de la cordillera oriental.
La hoja de coca utilizada ancestralmente, sobre todo para las duras faenas agrícolas o, para las largas caminatas se convirtió pronto en la droga. Los españoles la utilizaron para que los indios que laboraban en las minas trabajaran más y más.
Aparentemente había una disposición de la Corona, para un trato no tan cruel, pero la realidad era otra, la gran mayoría de indios llevaba una vida infrahumana. Condiciones de trabajo y vida, sumamente penosas que llevaban en las minas del imperio.
Era la época de las MITAS, era el tiempo de los MITAYOS.
La MITA, pese a su enorme crueldad y a las innumerables polémicas que suscitó, existió durante toda la colonia, salvo muy contadas excepciones.
Se dice que el promedio de edad de los indígenas no rebasaba los 30 años y muchos de los que la superaban, eran enfermos o lisiados…
La Colonia era la época de los grandes contrastes, mientras por un lado estaba la OPULENCIA de unos pocos, la riqueza (por supuesto Robada); por otro lado, estaba la pobreza de la gran mayoría, la miseria y la muerte…
El inglés Henry Hawks, en 1572, decía: “El lujo y largueza de los dueños de minas es cosa maravillosa de ver.
Su traje y el de sus mujeres solas pueden compararse con el de los nobles. Cuando las mujeres salen de casa, sea para ir a la iglesia o a otra parte, van con tanta pompa y tantos criados y doncellas como la mujer de un señor.
Aseguro haber visto a una mujer de minero ir a la iglesia acompañada de cien hombres y veinte dueñas y doncellas.
Tienen casa abierta, y todo el que quiere puede entrar a comer; llaman con campana a la comida y a la cena.
Son príncipes en el trato de su casa, y liberales en todo
.
La trágica verdad es que el poder y riqueza adquiridos sobre miles de cadáveres se extendían a todos los campos y actividades anexas indispensables para los centros mineros”.
Pero el colonialismo fue también una etapa de la corrupción, la corrupción elevada a su máxima expresión.
Gran parte de esos metales preciosos, de esas piedras preciosas robados por doquier debían ir de vuelta hacia la corona, que era quien FINANCIABA los viajes; era la época feudal, en donde los VASALLOS, los SIERVOS debían pagar los TRIBUTOS.
Por supuesto que mucho de lo expatriado no guardaba relación con lo robado. En otras palabras, hacia la Corona iba mucho menos de lo que ‘debía de ir’.
Así las cosas, se daba lo de “LADRÓN QUE ROBA A LADRÓN…” y, los ladrones no estaban solamente en tierra, sino también en el mar…
Y, entonces, la historia nos habla de las grandes travesías, las travesías de IDA y VUELTA, mientras centenares de hombres blancos, muchos de ellos con antecedentes delictivos, salidos de cárceles, otros simplemente aventureros o expedicionarios venían a América; decenas de barcas, de naves Iban de vuelta llevando los tesoros saqueados, llevando a veces unos poquísimos «animales raros», de MUESTRA: los indios. Esas grandes riquezas eran embarcadas en las naves de la época, en los galeones, etc.; Es cuando aparecen los famosos PIRATAS, y los riquísimos botines pasaban a otras manos, sin importar si de por medio la muerte se hacía presente.
Es cuando el PILLAJE se ¡INTERNACIONALIZÓ! Se ¿GLOBALIZÓ?
Nuevamente se daba lo de… “Ladrón que roba a ladrón…”
Ese era nuestro país, ese era nuestra América colonial de los años 1600, de los 1700: Saqueos, pillajes, corrupción, pobreza, miseria y muerte…
¿Algún parecido con el Ecuador o el de muchos, muchísimos países del planeta entero, del siglo XXI?
Entonces, llegó el día en que los indios dijeron ¡BASTA! Las poblaciones afectadas tomaron conciencia de su situación y decidieron ¡ORGANIZARSE! Y ¡LUCHAR!, Para ¡defender la vida!
Pasa la voz, ¡No más muerte! ¡No más explotación! ¡No más verdugos!
No tenían otra alternativa: El “diálogo”, ayer igual como ahora, no existía.
Era LIBERARSE o MORIR.
Es que no solamente que los Indianos tenían la razón, sino que ellos eran la inmensa mayoría, pero vivían en la miseria, en la esclavitud y, la minoría, los españoles, se robaban todo y daban el peor de los tratos a los nativos.
Unos de los líderes de la revuelta, lo reconoce Juan de Velasco, fue el cacique Quiruba. Él y miles de nuestros antepasados decidieron entonces REVELARSE.
De casa en casa, de familia en familia, de comuna en comuna, como una verdadera pólvora se regó la noticia, las ideas de libertad, de insurrección; ya antes, al parecer hubo algunos conatos para hacer algo: así como en otras partes del Reino de Quito, igual se habían dado otras experiencias similares, pero acá caló muy hondo la insurrección.
Una sola salida: la INSURRECCIÓN ARMADA, VIOLENTA; se habían dado cuenta que la violencia generada por sus opresores no la podían combatir y extirpar sino con otra violencia, pero la violencia organizada, la violencia revolucionaria. Se fijó un día, una hora y 20.000 insurgentes sitiaron Logroño a la medianoche, sin contar los que fueron a Huamboya y Sevilla. En Logroño y Huamboya, las cosas funcionaron como un reloj, no así en Sevilla.
Sitiada la ciudad por fuera, entraron al unísono a todas las casas; encendieron teas de copal y, uno a uno, fueron sacando y ajusticiando a los españoles.
Eliminaron físicamente a todos los explotadores, imagínate estimado lector, cuánto de odio quien sabe qué otros sentimientos, cabía en estos pobladores, que veían en esta acción como la única que los podía liberar.
Ayer como hoy, reflexiones como la de: “Somos la mayoría”, “tenemos la razón”, se impusieron con largueza en la casi totalidad de la población.
Juan de Velasco narra que dejaron para el último al Gobernador: “A éste, ya cerca del amanecer, lo desnudaron y amarraron en una silla y le abrieron la boca con un hueso, luego comenzaron a darle en la boca, de poco en poco PEPITAS DE ORO, aquel noble metal que era el símbolo de la Gran Vida, que era también sinónimo de demasiadas Muertes, increpándole, durante esta dramática acción, lo de la codicia: ¿quieres más?, ¿quieres más oro?, ¿será suficiente?”
Fue el último español en morir en Logroño, pero fue el inicio de la libertad de los Jíbaros, quienes una vez terminado este importantísimo acto SIMBÓLICO, prendieron fuego a la ciudad, desaparecieron todo lo que significaba la explotación y la muerte, y, en grandes masas humanas, huyeron de esos tenebrosos lugares para adentrarse en su Pacha Mama, en el corazón de la selva.
En Sevilla del oro, en cambio, las cosas fueron diferentes, porque hubo, al parecer, la traición; muchos españoles ya avisados, huyeron, otros, decidieron hacer frente; eran los fusiles y espadas de unos pocos contra las lanzas y bodoqueras de bastantes; hasta que las numerosas lanzas y bodoqueras se impusieron a los rifles, no sin antes quedar en el campo de batalla muchísimos muertos.
Sevilla de Oro, al igual que Logroño y Huamboya fue destruida, incendiada en su totalidad.
Por eso es que decíamos al inicio, las poblaciones DE HOY con los mismos nombres no corresponden a la realidad de ayer.
La historia de nuestro país es muy rica en acontecimientos como el descrito.
Lo ocurrido hace más de 400 años tiene mucho que ver con la realidad de nuestros días; es muy ilustrativo, pero lo más importante es que esta historia sea una ESCUELA: sus enseñanzas debemos asimilar.
El oro de ayer ha cambiado de color y estado, ahora es negro y líquido. Es el petróleo, aquel recurso natural que, en vez de beneficiar a la población, los gobernantes, como el actual, lo utilizan para enriquecerse, para la corrupción y, como una herramienta de castigo para su propia población, como precisamente hace Moreno con la subida de los precios de los combustibles, es el garrote con el que le caen a palazos a la gran masa ciudadana, es como decían los pueblos originarios del Orinoco venezolano, el estiércol del DIABLO la decisión de la CONAIE y el FUT de no dialogar con el gobierno mientras no se derogue el decreto 883 por medio del cual se sube el precio de los combustibles es totalmente justa, pues no hay que olvidar que hay otras medidas pendientes, que se las aplicaría, si es que se da el brazo a torcer, por imposiciones del fondo monetario internacional, que en la práctica, junto a Nebot, Lasso y la gran burguesía ecuatoriana, es quien gobierna en el Ecuador. Ésas retardatarias medidas pendientes, son las tributarias (elevación del IVA), laborales (en realidad anti laborales), de privatizaciones. Sí, en efecto, Moreno pretende subastar el Ecuador entero, entregando refinerías, centrales hidroeléctricas, los pocos campos petroleros que todavía están en manos del Estado, CNT, CNEL, etc. etcétera y, hasta una isla en las Galápagos, que al parecer ya estaría entregada a los gringos.
Frente a las masivas y gigantescas movilizaciones que se han generado en casi todo el territorio nacional, Moreno se siente acorralado y con miedo, diríamos, hasta ¡PÁNICO! Y, al igual que otro expresidente (que fue echado del poder), ve FANTASMAS en Carondelet y por todo lado, por lo que, despavorido, huyó a Guayaquil a refugiarse donde sus amigos de la gran oligarquía guayaquileña.
En Argentina hay un espejo donde mirarse: el FMI con su peón Macri, ha destrozado a nuestro hermano país. Allá, a más de la pobreza y miseria ya comienza a haber ¡HAMBRUNA!…
¡Los ecuatorianos tenemos la palabra!