Por Alberto Cruz
CEPRID
Destrucción, muerte en Gaza. ¿Lo de siempre? No. Por primera vez en las agresiones israelíes a la Franja asistimos a un nuevo equilibrio estratégico entre las fuerzas palestinas que allí habitan e Israel. ¿Una afirmación fantasiosa o aventurada? Para nada. Los medios de propaganda (antes llamados de comunicación) están repitiendo una y otra vez el mismo discurso y poniendo las mismas imágenes en las que aparece la superioridad israelí. Sin embargo, Israel está sufriendo como nunca un enorme daño social, político, económico y militar.
Antes de entrar a fondo en las razones del por qué esta agresión a Gaza es muy diferente de las anteriores hay que hacer un par de apreciaciones previas y que tienen que ver con las razones del porqué de todo ello. Unos han argumentado que es el enésimo intento del primer ministro Netanayhu de romper el impás que le impide estar al frente, de nuevo, del gobierno; otros, que de lo que se trata es de impedir que se cierre la causa judicial en su contra por corrupción. Nadie utiliza la argumentación que sí circula entre los palestinos referente a que es una forma de reforzar a Al Fatah de cara a las elecciones que prometió el llamado presidente palestino, Mahmoud Abbas, en enero de este año y que en abril volvió a posponer (las últimas generales se celebraron en 2006 y las ganó por mayoría absoluta Hamás consiguiendo 76 de los 132 escaños). Formalmente, “hasta que se pueda votar en Jerusalén Este”; en la práctica, ante el temor de volver a perderlas puesto que Al Fatah es lo más parecido a una jaula de grillos que hay hoy en Palestina, con varias tendencias que pretendían presentarse por su cuenta.
La excusa de Jerusalén Este no es más que eso, una excusa, puesto que la mal llamada “Autoridad Palestina” no ha movido un dedo ante las constantes pretensiones de Israel de expulsar a los residentes árabes de esa ciudad. La penúltima, el intento de expulsar a 38 familias del barrio de Sheikh Jarrah (favorecido por una resolución del Tribunal Supremo de Israel) y que, como es habitual, Israel acompañó con el ataque a manifestantes y creyentes en la mezquita de Al-Aqsa.
Hasta aquí, todo más o menos “normal”. Pero la respuesta llegó desde donde no se esperaba. Desde Gaza. Hamás (junto a la Jihad Islámica) dijo que atacaría si Israel no dejaba de reprimir a la población de Jerusalén. Israel ignoró la advertencia suponiendo que sería una bravuconada. No lo era. Israel respondió como siempre, atacando Gaza. Pero de nuevo se equivocó porque no fue capaz de prevenir la intensidad de la respuesta palestina en forma de cientos de cohetes que llegaron a varias ciudades, incluyendo Tel Aviv. Aquí se comenzó a romper el mito israelí porque si bien es impensable una derrota militar, sí es constatable el enorme daño que esos cohetes han causado, y están causando, en Israel. Y no solo, también en la propia “Autoridad Nacional” y en la famosa “comunidad internacional” donde el cuento de la “democracia liberal” ha saltado por los aires (literalmente, con la voladura por Israel de una sede de medios de comunicación internacionales).
El daño causado por la resistencia palestina no se ve, o se oculta tras las imágenes, siempre impactantes, pero que es abrumador: en las dos semanas que lleva ya la agresión (en el momento de escribir esto) el daño económico que sufre Israel es histórico: nunca, en ninguna de las anteriores agresiones a Gaza, y ni siquiera durante las intifadas, se había logrado que las pérdidas de la bolsa de valores de Tel Aviv llegasen al 28%, que el 26% de las fábricas y empresas del área cercana a Gaza estén completamente cerradas, que en el resto del país las empresas y fábricas hayan reducido sus operaciones un 17%, que los principales aeropuertos (Tel Aviv y Eliat) hayan tenido que suspender todos sus vuelos. Por si todo ello fuese poco, el gobierno israelí mantuvo en secreto durante 10 días que los cohetes de la resistencia estuvieron muy cerca de acertar en una de las plataformas marítimas de extracción de gas natural. Fue el caso de la de Tamar, situada a 24 km de la ciudad (también atacada) de Ashkelon y como consecuencia de ello todas las plataformas de extracción de gas de la zona fueron cerradas. Uno de los periódicos israelíes, Yedioth Ahronoth, en su edición del 18 de mayo lo cuantificaba diciendo que el montante económico de las pérdidas para Israel es de 34 millones de dólares diarios añadiendo que son “casi iguales a las pérdidas de 51 días de guerra en Gaza en 2014”. O sea, Israel pierde en un día lo mismo que perdió en 51 días hace siete años.
Es la primera vez que algo así ocurre y es una muestra del poder militar de la resistencia. Y el mundo está viendo (aunque no lo muestre en sus imágenes) las capacidades de bloqueo que supone una continuidad de la agresión. Esto representa un nuevo equilibrio estratégico que todo el mundo tiene que tener en cuenta. Israel está atacando con una estrategia de fuego remoto y los palestinos están respondiendo con lo mismo, con fuego remoto (además de la batalla de las ideas y de recuperar Jerusalén). Es un intercambio de ataques con diferentes efectos: el destructivo físico de Israel y el destructivo económico de la resistencia palestina. La duración de estas pérdidas, como bien recoge el periódico citado, es nueva, y son ya más de dos semanas. Estamos en un escenario que solo depende de cuál de los dos resista mejor el impacto de los daños. Porque hay que tener en cuenta que los objetivos de Israel en Gaza son finitos (salvo que nos cuenten que han destruido la casa del amigo del vecino del primo de un comandante de Hamás o de la Jihad) mientras que no puede mantener durante mucho más tiempo sus pérdidas económicas. Aquí hay que hacer un inciso: en el caso de la resistencia, un dato a tener en cuenta es el tamaño de las existencias de cohetes y la media disparada hasta ahora es de unos 200 diarios. A medida que se agoten, la intensidad de los ataques de respuesta decrecerá. Tal vez eso es lo que está esperando Israel, que está obligado a poner fin a la agresión para reducir las pérdidas y no solo económicas sino de imagen.
Porque las imágenes de Gaza están haciendo su trabajo; mientras que las dirigencias de los países occidentales están con Israel (destruyendo los mitos de la “democracia liberal”) las opiniones públicas no. Esto se está viendo con mucha nitidez en los países árabes que han establecido relaciones diplomáticas con Israel, donde la censura es notoria aunque no puede con las redes sociales. Es el caso de Omán, Emiratos Árabes Unidos y Marruecos, especialmente. El resto de países árabes y musulmanes no pasan de las declaraciones, más o menos amenazadoras, pero simple retórica. Sin embargo, si Hamás sobrevive, y lo hará, puede contar con tramos financieros sólidos (que le van a permitir restituir el arsenal de cohetes y misiles) para restaurar Gaza capitalizando las víctimas y reforzando su papel como principal organización palestina.
No obstante, y aunque está por ver cómo el mundo árabe va a asimilar lo que está pasando, si hay una revitalización de la resistencia o no (no solo a nivel militar, sino popular), el hecho es que hay una nueva realidad sobre el terreno. Israel no logra crear una imagen de victoria (a pesar de los medios de propaganda y de que las imágenes de destrucción de Gaza son más «impresionantes» que las de Ashkelon, Ashdod o Tel Aviv) y la batalla ya está en un sentido paralelo que va más allá de los muertos porque está ligada al tamaño de las pérdidas. Y para Israel son enormes y no tiene nada que ver con los muertos. Porque aquí hay que introducir otra ecuación: Hizbulá. Porque si después de dos semanas no ha podido con Gaza, menos va a poder contra alguien mucho más preparado.
Y, por cierto, el mito de la famosa «Cúpula de Hierro» ha desaparecido igual que desapareció la eficacia de los misiles anti-misiles «Patriot» en Arabia Saudita. Y eso con misiles de no mucha precisión. Irán está sonriendo. Si hay que hacer caso a lo que dicen los propios israelíes, el 50% de los cohetes lanzados por la resistencia palestina han amenazado áreas pobladas (de ahí los daños económicos), una proporción muy sorprendente y significativa de cómo avanza la tecnología de la resistencia puesto que en la agresión de 2014 fue del 18%. Por mucho que se diga que “casi el 90%” de los cohetes han sido interceptados, Israel es cada vez más vulnerable y sus sistemas anti-misiles más permeables de lo que se dice. Porque ahora ha aparecido un hecho también nuevo: menos cohetes caen en campos vacíos y llegan cada vez más lejos. El hecho de alcanzar Tel Aviv, que está a 55 km de Gaza, es un indicativo a tener en cuenta. Si hay que hacer caso también de los lenguajes, la “conmoción y pavor” de los ataques de Israel en Gaza es también la de los ataques de la resistencia en Israel (y aquí es curioso cómo Israel ha enominado a su agresión, «Guardián de los Muros», y cómo lo ha hecho la resistencia palestina, «Espada de Jerusalén»): el presidente de la Asociación de Ayuda Psicológica de Israel ha reconocido “un aumento sin precedentes en el nivel de terror en la sociedad israelí, ya hemos recibido más de 6.000 solicitudes de ayuda y tratamiento en varias partes del país”. A eso hay que añadir que “más de 4.000 israelíes han solicitado una indemnización por daños a sus hogares, muebles, vehículos y propiedades”.
Netanyahu dijo no hace mucho, regodeándose del establecimiento de relaciones diplomáticas con otros países árabes, que Israel no es una potencia regional sino una superpotencia. Puede que lo que tuviese en mente es el “Gran Israel”, el plan sionista de anexionar partes de Líbano, Jordania, Siria, Egipto, Irak y Arabia Saudita y que hoy pasaría por hacer de estos países vulgares vasallos (algunos como Egipto, Jordania, Omán, Marruecos, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, con quien Israel lleva hablando y negociando 15 años, ya lo son). Pero esos aires de superpotencia son vanos puesto que la resistencia palestina ha desnudado, al tiempo que ha roto, su mito y su prestigio. Está pasando lo mismo que cuando los grupos judíos atacaban al imperio británico (poniendo bombas en hoteles llenos de gente, por ejemplo): lo hacían no para derrotarle, sino para romper su prestigio y su mito. Ahora Israel recibe su propia medicina: los palestinos han roto el mito.
Fuente CEPRID