Las drogas en la política exterior de EEUU: El caso ecuatoriano

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El New York Times calificó al catedrático liberal Noam Chomsky como “el intelectual vivo más importante”. Tiempo atrás, Guy Sorman lo había incorporado a su selección de los “verdaderos pensadores de nuestro tiempo”. El prestigio del profesor del MIT tiene sólidos pilares. A su condición de autoridad máxima en el campo de la lingüística, añade una vasta obra -una treintena de títulos- dedicada a la disección de la política exterior de su país, particularmente al análisis de sus impactos en América Latina. Un estilo diáfano y sin concesiones singulariza el discurso chomskiano.

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En un trabajo publicado bajo el título “Washington: el principal gobierno terrorista del mundo”, Chomsky explica las coordenadas de la estrategia norteamericana en los siguientes términos: “A Estados Unidos no le importa si un país tiene una democracia formal u otro régimen. Le importa que se supedite a su sistema de dominación mundial. El principio fundamental es: ¿permitirá un país que se le robe?, ¿permitirá que las corporaciones extranjeras inviertan y exploten a su voluntad? Si lo permite, puede tener el sistema político que le plazca: puede ser fascista, comunista, lo que quiera… Pero si un país comienza a dirigir sus recursos hacia su propia población entonces debe ser destruido”.

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En la instrumentación de esa cruda doctrina, las drogas ilegalizadas por EE. UU. han desempeñado una recurrente utilidad.

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En su libro Rollback I. II y III publicado en 1995, Chomsky recuperaba un antecedente poco conocido del Plan Colombia suscrito el año 2000 entre Bill Clinton y el mandatario paisa Andrés Pastrana, aludiendo al operativo French Conection. Conforme a su descripción: “La droga ha provocado una serie de actividades subversivas y contrainsurgentes de parte de Washington desde los años posteriores a la segunda guerra mundial, cuando ayudó a la mafia a establecer el tráfico de heroína en Francia como parte de una estrategia para socavar el movimiento obrero europeo…”. Asimismo, aludiendo directamente a la cruzada antinarcóticos en América Latina, explica: “La Casa Blanca necesitó tres años para destruir la economía chilena y organizar una fracción golpista contra Salvador Allende. A fin que no se repita tal experiencia está formando actualmente sus fracciones golpistas, bajo el absurdo pretexto del combate al narcotráfico, para que golpes de estado ‘preventivos’ se puedan dar cuando la destrucción de la gobernabilidad democrática por el neoliberalismo lo exija”.

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En referencia específica al Plan Colombia sustentaba que tal operativo político-militar comporta esencialmente una confrontación con los “disidentes del establishment”, término que en la semiótica del Pentágono “puede incluir campesinos organizados, líderes sindicales, activistas de los derechos humanos, intelectuales independientes, candidatos políticos, cualquier cosa”. De otro lado, no creía que el programa en mención -rebautizado por George W. Bush como Iniciativa Regional Andina- fuera a derivar en un nuevo Vietnam. Su argumentación es por demás convincente: “Estados Unidos ha aprendido la tradicional lección imperial de que es un error mandar a sus propias fuerzas a una guerra colonial. Es demasiado sangriento, demasiado horroroso, particularmente cuando se trata de un ejército de ciudadanos (citizen’s army) que no lo podrá hacer apropiadamente. Lo mejor es tener un ejército de mercenarios, es decir, respetar el patrón colonial tradicional. Gran Bretaña controló a la India básicamente con tropas hindúes, los ingleses fueron una especie de reserva…”. Una variante complementaria introducida por el Pentágono, producto de la “privatización de las relaciones internacionales” de los Estados Unidos, es la contratación de empresas especializadas en “guerras sucias”. Este sería el caso de la DynCorp, multinacional que operara algún tiempo en la Base de Manta, hasta su desahucio el año 2009.

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Este orden de episodios de la historia continental y nacional debería evaluar, al margen de patriotismos de campanario, el presidente Lenín Moreno antes de precipitar al atribulado Ecuador a una guerra ajena y sin salida. A no ser que quiera ser recordado como el impresentable Felipe Calderón de estas latitudes.

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La moneda está en el aire.

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René Báez

Ex decano de Economía de la PUCE. Autor de Antihistoria ecuatoriana y coautor de Ecuador: pasado y presente. Miembro de la International Writers Association.

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