Por Jaime Chuchuca Serrano
Las metanarrativas en esta campaña han sido muy importantes, y se leen también en el debate de segunda vuelta. Noboa ha tratado de crear una ruptura con el pasado, con supuestos mensajes de “juventud” frente a la vieja política, sin lograrse separar de la agenda de las élites, corrupción, y el autoritarismo (los casos vicepresidentas, Olón, Embajada de México, Malvinas, etc.). De su lado, la campaña de Luisa, ha tratado de revivir un relato épico del correísmo (obras, índices de crecimiento, seguridad), omitiendo sus problemas de corrupción, reposicionamiento del status quo y también del autoritarismo. Noboa ha capturado el miedo como emoción primaria esencial, que se traduce con imágenes de ejércitos, helicópteros; Luisa presenta la nostalgia y el discurso de la esperanza. En sus discursos, los dos apuntan al orden. En Ecuador, para usar la categoría de Baudrillard, se ha creado una hiperrealidad mediática, en la que prima el oficialismo, con un simulacro que trata de vender a un Noboa como empresario y presidente exitoso, militarista, sin rendir cuentas de sus deudas y culpas; una acumulación estridente de mentiras y cifras a lo Trump, que la candidata reprochó con el “Noboa, no, no mientas otra vez”, recordando a la frase de Lasso contra Arauz. Mientras Noboa recordaba los casos de corrupción del correísmo, y la infaltable herramienta de las últimas campañas: Nicolás Maduro y Venezuela.
En cuestión de votos, Noboa necesitaba ganar a un sector de indecisos, pero el modelo de contradicción de Luisa, no le permitió mostrar la imagen impoluta que requería. Luisa se arriesgó a mantener su alegato, dirigido al votante más joven y a su militancia; a una semana de la denuncia de los chats de la Liga Azul, por intermedio de la Fiscalía, que una vez más juega como actor electoral. Aquí Luisa abrió un abanico de casos, los relacionados a María Beatriz Moreno Heredia, empresaria y accionista del grupo Noboa, y presidenta del movimiento ADN, investigada por narcotráfico; a esta acusación, Noboa opuso nuevamente los chats, el apodo de la Rana Rene, que había recorrido los medios; la candidata respondió con “a mi me respetas”, el “enfócate”. Vino una nueva estocada de Luisa: denunció varios procesos de investigación de tráfico de drogas de la compañía Noboa Trading, de la familia del presidente. En una devolución, Noboa recordó a Ronny Aleaga, relacionado al caso metástasis, y pregunto sobre el salvoconducto para Glas, de lo que Luisa intentó desmarcarse, respondiendo que a Aleaga, ella lo había expulsado, y que a Glas no le daría el documento. Salvoconducto es una cosa, libertad es otra, podría pensar cualquiera.
Aunque se hizo un breve análisis de la coyuntura, y salió una que otra propuesta (en educación, salud, criminalidad, economía, tecnología), en el público y el postdebate primaron más las frases, las palabras de relumbrón. Ciertamente, en nuestro país hacen falta estudios sociológicos, económicos y políticos. Estamos en una crisis general y con escasos datos confiables. La deuda externa, el FMI, las generadoras eléctricas, la creación de empleo, las soluciones a la pobreza, el extractivismo, los derrames, las políticas contra el crimen, los derechos, las desapariciones, la Constituyente, entre otra infinitud de temas, son aún hojas vacías o palabras sueltas en los debates. En la política fiscal, Noboa dijo que no iba a cobrar a su grupo los 94 millones que debe al SRI y que sostiene el IVA al 15%; a lo que Luisa hace oposición. En estos dimes y diretes ¿quién ganó?, ¿el “Luisa te desdolariza” o la invitación al “antidoping” postdebate?
Luisa González, se dirigió a aprovechar el espacio tradicional y oficial para las denuncias, tal vez no habría otra oportunidad; el equipo de Noboa buscará contraatacar. Los grandes medios son medianamente esquivos al correísmo, aunque tienen bastantes medios locales. Las críticas al correísmo fueron una raya más al tigre; en cambio, las denuncias contra Noboa, lo conectaron con la estructura mafiosa del narcotráfico. Más allá de lo jurídico, estas denuncias tienen un peso electoral, apuntalan sectores convencidos, mueven votos, decepcionan gente. Es la estrategia. En estos años, en más de un país, el oficialismo ha perdido. Mientras se daba el debate de contraste, la campaña de militantes y activistas, ciudadanos y profesionales, pero también de ejércitos de trolls y bots, de cada lista, crearon una comunicación digital para mantener ciertas ideas y cifras en el ambiente, lo que se traduce en memes y contenido mediático.
Hay que criticar esa construcción del “mal” que enfoca migrantes -tipo Trump-, y lo que cierta élite extiende a otros sectores, grupos de jóvenes, barrios empobrecidos, en lugar de cuestionar la desigualdad. No es fructífero el fetichismo del dólar -ni ningún otro- con millones de ecuatorianos en la pobreza y el desempleo; el trabajo de los ecuatorianos fortalece más a la moneda, que un decreto mal escrito. De nada servirá el control, la militarización y la vigilancia masiva del Estado panóptico, si continúan las masacres, peor con propuestas de mercenarios y bases extranjeras. Los candidatos se han olvidado de la participación de la gente; hay una leve retórica participativa, pero con decisión de los caudillos. Los carteles de la corrupción, mafias y narcotráfico son una constante, permean a toda la sociedad ecuatoriana, incluyendo a las listas de los candidatos. Para esto no hay soluciones mágicas, los apodos y la discriminación, no resuelven los problemas estructurales.
A más de los abrazos a las whipalas y los jóvenes, se requieren políticas concretas para los pueblos, para defender la educación, el agua y la naturaleza. En esta sociedad, los prosumidores de redes, de algoritmos y espejismos, los son también de fanatismos. En toda esta construcción de metanarrativas e hiperrealidad, en un estrecho formato del CNE, el debate se fragmentó para las audiencias; en una sociedad con polarización electoral y estructural.