Por Ramiro Vinueza P.
Murió Alfonso Yánez Montero, sucedió a las 21h30, del 18 de julio en una clínica al norte de la ciudad de Quito donde ingreso hace pocos días, infectado de Covid 19. Su hermano Raúl reconoce que los médicos y personal de salud que lo atendió pusieron todo de sí para salvar su vida. Pero eso no fue suficiente, necesitaba una cama UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) y no la tuvo, no le dieron, lo dejaron morir. Alfonso ingresó en la “lista de espera” de Juan Carlos Zevallos, mal llamado ministro de salud, para este individuo formado y entrenado para gestionar la muerte más que la salud y la vida de la gente, la muerte de una persona como Alfonso le es insignificante, la vida de más de 25 mil personas fallecidas hasta hoy, le es insignificante. No hay que “hacer un drama” por los muertos dijo con la calma de un panteonero que espera – según sus cálculos- cuatro veces esa cantidad de fallecidos.
Para nosotros, la vida de nuestros abuelos, de nuestros padres, de nuestros hermanos, de nuestros amigos y compañeros nos interesa de manera total, integral, no son una estadística de la perversa y criminal relación capitalista costo – beneficio, ni de la estúpida frase de que “en una guerra siempre hay muertos” a la que acuden los neoliberales para justificar la política de muerte. Para Lenin Moreno, Richard Martínez, Juan C Zevallos, y los grupos económicos que representan, los 25 mil muertos son el costo necesario, el tributo ineludible para honrar las deudas con los tenedores de deuda externa, para los cuales ahorraron y pagaron más de mil trescientos millones de dólares.
Por ello es que la muerte de Alfonso Yánez, a la vez que duele indigna, porque él y miles más entraron en la “lista de espera” de la muerte, mientras el gobierno pagó diligentemente a chulqueros nacionales e internacionales.
Alfonso fue uno de los nuestros, un hombre del pueblo, un hombre íntegro, muy querido y respetado. Generaciones de jóvenes lo conocimos en las aulas del Colegio Nacional Montufar como profesor de asignaturas sociales, estímulo siempre el estudio, el debate, el cuestionamiento de lo establecido, el desarrollo de un pensamiento científico, critico, transformador. Fue un líder social trascendente, de consecuencia total en cada uno de los cargos que ocupó en la UNE de Pichincha y en la UNE Nacional, en su trayectoria política enarboló siempre las propuestas de la izquierda revolucionaria, a principios de los años 80 el pueblo lo eligió concejal de Quito, desde donde cumplió un importante papel en defensa del bienestar de los pobladores de los barrios populares de Quito y en beneficio toda la ciudad. Con su impronta de educador patriota buscó que el Concejo Municipal cambie la letra de himno a Quito, reivindicando a Quitumbe como fundador de Quito y a Rumiñahui como defensor, en clara rechazo a la letra colonialista y retrograda de ese himno.
En 1984, el binomio, Jaime Hurtado González, a la presidencia y Alfonso Yánez Montero a la vicepresidencia de la República, presentados por el Movimiento Popular Democrático MPD, partido fundado apenas 5 años atrás, causó expectativa y alcanzó una importante adhesión, pues alcanzó el cuarto lugar por encima de varias candidaturas de la rancia oligarquía.
Jamás estuvo en sus presupuestos el descanso merecido. Con su jubilación Alfonso asumió una nueva tarea como líder de los maestros jubilados, en todos estos años son innumerables las gestiones y las acciones en calles y plazas del país, en las Cortes y en la Asamblea Nacional, en los plantones y peticiones al gobierno anterior y al actual para que cumplan con el derechos de los maestros que cumplieron con su vida laboral, a tener una jubilación justa y vida digna.
En diciembre del año pasado fue elegido nuevamente como presidente de la Coordinadora de Maestros Jubilados del Ecuador, allí cohesiono una organización combativa, con elevada autoestima, su consigna es siempre elocuente “persistir, insistir, resistir, pero nunca desistir”.
En todos estos más de 60 años de maestro, líder social y político, Alfonso Yánez, fue un ejemplo de tenacidad, de habilidad y paciencia para sortear las dificultades, de fraternidad y camaradería con sus compañeros y compañeras y de la alegría interminable de un luchador y revolucionario.
Hasta siempre querido maestro y compañero