Ocho binomios, una sola opción

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Por: Guido Proaño Andrade

Todo está yendo muy rápido. En menos de un mes, desde que Guillermo Lasso decretó la muerte cruzada, los partidos políticos tuvieron que definir e inscribir sus candidatos para los comicios del próximo 20 de agosto. Algunos nombres se venían cantando para las presidenciales del 2025, pero aun así, resulta atropellado ponerlos en forma para una contienda que no estaba prevista.

No por ser una elección exprés su trascendencia disminuye. La mayoría de los candidatos participan con la mirada puesta en el 2025, utilizan este proceso como «pasarela» para proyectar su imagen, pero los electores deben decidir su voto pensando en el Ecuador de hoy y del futuro: si se falla ahora, mañana será más difícil enderezar el camino.

En las elecciones de febrero de 2021 participaron dieciséis binomios presidenciales, ahora hay ocho. No porque antes fueron el doble significa que hubo más opciones para escoger; ese elevado número no implica variedad de opciones políticas. Ahora —en ese sentido— el asunto es similar, y es lógico que así ocurra porque las corrientes de pensamiento político se identifican y se diferencian en torno a elementos fundamentales como, por ejemplo, la forma de organización de la producción, la concepción que se tiene respecto de lo que es el Estado y cuál es el papel que debe ejercer en la estructuración y funcionamiento de la sociedad, cómo entender la relación del ser humano con la naturaleza, consideraciones respecto de los derechos colectivos, el papel que le corresponde cumplir la población en la definición y ejecución de las políticas estatales, para citar algunos aspectos. La visión que se tiene sobre esos aspectos esenciales une o desune a las fuerzas políticas entre sí, y esa identidad las hace parte de una u otra corriente abarcadora. Dicho de otro modo, no es que cada partido o movimiento político es poseedor de una concepción ideológico-política exclusiva, distinta a las del resto.

La postura que las fuerzas políticas tienen frente a los temas antes planteados obliga y permite encontrar una forma de identificarlos en sus concepciones más generales; históricamente, la forma de hacerlo ha sido bajo la denominación de izquierda – derecha. Hay quienes sostienen que esa manera de identificación es un «anacronismo», que ya no hay izquierda ni derecha, pero detrás de ese discurso hay una intencionalidad: vaciar a la política de sus contenidos fundamentales y diferenciadores.

Quienes más a gusto se sienten con ese discurso son los grupos de poder, porque la homogeneización del pensamiento político es indispensable para mantener su condición de clase dominante. Así se puede ver que la negación de la dicotomía izquierda – derecha tiene como propósito invalidar la existencia de la izquierda.

Es necesaria esta digresión para mirar y entender el cuadro de candidatos presidenciales y las alianzas políticas, pero tal vez es indispensable añadir otro elemento para evitar errores de interpretación. En el mundo de la política hay muchos malabaristas y también quienes juegan al equilibrismo, pero estos siempre terminan cayendo a uno u otro lado, sobre todo hacia la derecha, que es su punto de origen. En la política no existe el mencionado «centro»; eres de derecha o eres de izquierda, defiendes los intereses del gran capital o los intereses de los trabajadores y el pueblo: no se puede servir a dios y al diablo al mismo tiempo.

De ahí que se deben prender las alertas cuando aparecen fuerzas y personajes políticos que dicen no tener ideología o que no son ni de derecha ni de izquierda, pues, te están mintiendo, algo oscuro esconden.

En la presente elección presidencial hay una sola candidatura que representa al bloque popular, a las posiciones políticas democráticas y de izquierda: Yaku Pérez, promovido por la alianza «Claro que se puede» listas 2, 17, 20. El resto de candidaturas son impulsadas por partidos y movimientos que representan los intereses de los grandes empresarios, banqueros y del capital monopólico internacional. No es difícil identificarlos, sea por lo que proponen y, sobre todo, por lo que ha sido y es su práctica política.

Existe confusión en varios sectores sociales respecto del correísmo, ubicándole como fuerza de izquierda, término que sus dirigentes ahora eluden utilizarlo. En la época actual, cuando el dominio del capital es mundial y el capitalismo se ha desarrollado a los niveles de imperialismo, ser de izquierda implica levantar una propuesta política y programática anticapitalista; pero una década de gobierno del correísmo demostró al país y el mundo que su ejercicio político-económico dio como resultado una mayor concentración de la riqueza en pocas manos y se produjo un proceso de modernización del Estado capitalista, para beneficio del proceso de reproducción del capital. Eso, en medio del ejercicio de una política caracterizada por el autoritarismo en contra del movimiento popular y de altos niveles de corrupción.

Lo dicho en el párrafo anterior se puede corroborar al mirar las cifras oficiales sobre las ganancias obtenidas por la banca y los grandes empresarios en ese período y, además, los datos que hacen referencia al surgimiento de nuevos grupos económicos en el país. Respecto de la definición política, dejemos que el mismo Rafael Correa aclare el asunto.

En febrero de 2013, diario El Telégrafo publicó una extensa entrevista al entonces presidente Correa[1]. A la pregunta «¿Cuán anticapitalista es el proyecto político de Alianza PAIS y de Rafael Correa?», Correa responde: «Yo detesto esa palabra. Yo creo que ese es uno de los errores de la izquierda tradicional: ser ‘antitodo’… No somos anticapitalistas, no somos antiyanquis, no somos antiimperialistas…».

Los conceptos están claros, si su proyecto político no va en contra de la explotación del capital y del dominio imperialista, entonces están del lado de estos.


[1] Ver: http://www.telegrafo.com.ec/entrevistas/item/tenemos-que-hacer-cosas-nuevas-y-mejores-v.html

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