Por: Gabriela Bermeo Valencia
El 17 de marzo de 2021, en el Teatro Nacional Jaime Roldós Aguilera de la Casa de la Cultura Ecuatoriana ubicado en la ciudad de Quito, se entregó a la ciudadanía el Informe de la Comisión Especial para la Verdad y la Justicia respecto de los hechos ocurridos en Ecuador entre el 3 y el 16 de octubre de 2019. Un mes después de esa fecha, se designaron a las y los comisionados, quienes iniciaron un trabajo de levantamiento de información entre entrevistas, archivos de prensa, declaraciones en redes sociales, y más recursos que permitieron evidenciar lo sucedido y concluir en las responsabilidades que el Estado ecuatoriano y sus autoridades tienen para con las víctimas de las graves vulneraciones de derechos.
Empecemos por contextualizar que este tipo de informe es un mecanismo de la justicia transicional que tiene como fin, el documentar la verdad para conseguir justicia y reparación para las personas víctimas de vulneraciones sistemáticas o generalizadas de derechos humanos ejecutadas por parte del Estado –y sus representantes, o bajo la venia del mismo. En el caso de Octubre 2019, en la memoria de todas y todos quedó grabado cómo el Estado usó toda su contingencia para criminalizar la protesta forjada en contra de las medidas expedidas mediante un decreto ejecutivo que significaba precarizar aún más la vida de las y los ecuatorianos.
Los recuerdos de esos días indudablemente se dividen en dos grupos de personas. Las personas que estuvimos cerca de las protestas; en las protestas; en el ágora; organizando apoyo humanitario para receptar donaciones; para transportar donaciones a los distintos albergues; en la organización de las donaciones; en las actividades de “olla común”; en los mismos albergues como contingencia para que las tareas de cuidado sean más leves; en las fiscalías y juzgados para sostener los procesos judiciales en contra de quiénes en su justo derecho de libre protesta fueron encarcelados (algunas personas desaparecidas por horas); con las mujeres, niñas y niños; en los cabildeos para que en medio de un toque de queda improvisado las personas puedan pernoctar en espacios no destinados como albergues; en los medios comunitarios para que la verdad quede documentada y salga en vivo por estos medios no tradicionales; en las llamadas constantes para pasar información relevante y seguir construyendo propuestas o puentes de diálogos; y, en un sinfín de actividades más.
El segundo grupo de personas se compone de quienes siguieron las protestas desde aquellos medios tradicionales y hegemónicos donde se mostraba solo lo que al gobierno le interesaba que se muestre, donde tergiversaban la verdad, y colocaban a los pueblos indígenas y amazónicos como delincuentes de la más baja calaña bajo todo el contexto de racismo, y con reclamos de porqué o cómo se les ocurrió ir a la ciudad, y quiénes eran para atreverse a salir del páramo. Estas personas no conocen ni el 20% de las ´otras´ realidades que en la ruralidad se enfrentan, tampoco conocen (o no les interesa) saber que quienes ingresaron a la cabeza marchando fueron las mujeres indígenas y amazónicas -mujeres organizadas desde siempre, ni lo que significó ponerle el pocho a uno de los policías dentro del ágora, y que aclaro, NO estaban secuestrado; y no tienen idea de lo que significa tejido social.
Hasta aquí he podido un poco describir la “resistencia”, pero en este contexto a la empatía la llamaré tejido social. A ese mar de personas que acompañamos la lucha de aquella resistencia (Oct19); que nos sumamos en sus voces y nos proyectamos en sus demandas; que nos interesamos por aprender cada día más de nuestras propias raíces; que nos volvimos más críticos, y me atrevo a decir, más lúcidos; que nos vamos deconstruyendo e intentamos descolonizarnos –porque qué difícil es salir de todas las prácticas, rituales y modales coloniales que desde peques nos enseñan; y quienes después de ese evento de lucha volvimos a creer en la unidad y en la hermandad, a creer que solo hombro a hombro será posible recuperar la dignidad.
Esto hoy lo escribo casi a una semana de la entrega del informe como reconocimiento a los muertos documentados y sus familias; a los otros que prefirieron llevarlos de vuelta a sus comunidades en silencio y dolor; a las personas heridas a quienes el Estado les vació los ojos; a esas madres y sus bebés en la maternidad que el Estado les lanzó gases sin medir el lugar geográfico de la zona de resistencia y paz; a las mujeres valientes que lideraron la organización y protesta; a las comunidades enteras; a esos estudiantes que hicieron cordones de paz –y que lo entendieron todo; a los medios comunitarios; a las y los defensores de derechos humanos; a las y los comisionados de la CEVJ; a mi chat interno con quiénes resistimos Oct19 y ahora pandemia -organizadas, prestas y listas para socorrer; a todas las voces y también a los silencios empáticos dispuestos a analizar críticamente las terribles decisiones y acciones del Estado ecuatoriano.
¡La DIGNIDAD HUMANA es el único fin!