Por José Lalón Ramos / Portiviejo
Históricamente el maestro ha sido un personaje molesto para quienes han ostentado el poder en los distintos sistemas sociales que ha tenido la humanidad; basta recordar al filósofo Sócrates, el primer y verdadero maestro, obligado a beber veneno por los gobernantes, por el delito de enseñar a la juventud cosas contrarias a las creencias impuesta en esa época. También es bueno citar al maestro Simón Rodríguez, quien tuvo enorme incidencia en la formación del libertador Simón Bolívar, enseñándole el camino de la lucha como estrategia para la independencia latinoamericana. Los pocos sacerdotes, clérigos y laicos que acompañaron a Monseñor Proaño en su tarea educativa, orientados por la Teología de la Liberación; tenía una frase para definir su práctica concientizadora: “Los maestros somos los subversivos de la historia” gustaban decir cuando capacitaban a los líderes populares.
Evidentemente el maestro ha sido, es y sigue siendo un cuestionador, liberto, rebelde, altivo, digno ante el poder, es su identidad; por el hecho de venir de los sectores medios de la sociedad ha desarrollado una identificación con los oprimidos y ha tomado partido ideológicamente por la transformación y el cambio social; contraponiendo la ciencia por las creencias, la reflexión al adoctrinamiento; promoviendo la lógica, reflexión y criticidad antes quienes pretenden amordazar el pensamiento libertario.
El maestro es un sujeto histórico, es decir, resultado de las condiciones sociales, políticas, culturales y económicas de su tiempo; por ello tienen un papel trascendente. En el Ecuador el profesorado nació con la organización de los Normales por parte de Eloy Alfaro, fueron el centro donde se formaron cientos y miles de profesores con pensamiento laico y científico; en 1944, después de los sucesos conocido como el movimiento de la Gloriosa que derrocó al gobierno nefasto de Arroyo del Río, los maestros iniciaron su organización sindical que años después sería la UNE. Esta organización en los años 70 del siglo XX cuando arreciaba las dictaduras en todo Latinoamérica y también en el Ecuador, desarrolló una visión no solo educativa, sino política y social abogando por una educación que contribuya a la transformación social, asumiendo la argumentación del pedagogo Paulo Freire: “Se educa a favor de alguien y en contra de alguien”; “La educación es un hecho político”.
En la actualidad se vive en un mundo globalizado y la revolución tecnológica, el rol del maestro sigue siendo vital e irremplazable, hace una década manifestaban que, con el desarrollo de la tecnología educativa, el profesor desaparecería; la experiencia demuestra todo lo contrario; solo el docente puede desarrollar en los estudiantes las funciones superiores de pensar, abstraer, reflexionar, comparar tan vitales en el aprendizaje. Por esa función debería ser atendidos con todos sus derechos, porque la calidad educativa pasa porque el Estados tengan docentes socialmente reconocidos y bien remunerados., pero también los suficientes recursos tecnológicos, de infraestructura, tecnológicos y didácticos.
Si otra vez los maestros, como ha dicho uno de los huelguistas de hambre: “HASTA QUE LA DIGNIDAD SE HAGA COSTUMBRE”.