Para leer “La posibilidad de soñar por escrito” de Alfredo Pérez Bermúdez.

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Alfredo Perez Bermudez

Por Cristian López Talavera

¿Cómo concebir un proyecto político desde el arte como potencia creadora de ideología contrahegemónica?

Tratando de rastrear la respuesta a esta interrogante hay que dar una mirada a los estudios culturales en América Latina, dando un salto a los años 60 y 70, donde autores como José Carlos Mariátegui (1928), José María Arguedas Arguedas (1940), Antonio Cornejo Polar (1950) y Agustín Cueva (1970) retornan la mirada hacia la construcción de una ‘teoría de la heterogeneidad’, advirtiendo que para explicar la cultura deben entenderse las dialécticas heterogéneas.

Estas dialécticas en América serían el resultado de la malformación histórica generada por la conquista, caracterizadas por el estado de estancamiento y bloqueo entre la cultura andina y la cultura hispana, que nunca alcanzaron a dialogar y más bien produjeron choques, repulsiones y desencuentros, formaciones monstruosas, pero también y al mismo tiempo soberbias formaciones (Flores, 2016), donde la oralidad y la escritura se mantienen en una batalla permanente e irresoluta.

Esta dinámica estancada generará aspectos heterogéneos fragmentados y sujetos incapaces de dialogar con sus propias voces. De modo que con esta fragmentación pasará a escribirse desde la creación literaria.

La lectura en reversa, como diría en su manifiesto el Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos (1995), expresará una deconstrucción del pensamiento occidental, para lo cual será o es necesario reconquistar el espacio con su especificidad cultural y política, lo cual requiere del “pensar en dos componentes básicos: identificar la lógica de las distorsiones en la representación del subalterno por parte de la cultura oficial o elitista, y desvelar la propia semiótica social de las prácticas culturales y las estrategias de las insurrecciones campesinas”.

Lo anteriormente dicho da como resultado las alteraciones en los métodos de estudio como en los objetivos de las fronteras disciplinarias en las ciencias sociales: desmontar el discurso homogéneo creado por el neopositivismo de los años 70 y reavivar los significados de los microrrelatos históricos, culturales, literarios, donde el objetivo es construir una historia alternativa a la historia elitizada, donde el sujeto subalterno es visto como ausente.

De modo que la teoría de la heterogeneidad dinamiza estos nuevos discursos hacia una reconstrucción de la diferencia. El subalterno comienza a tener voz y con ello pone en crisis lo que Cornejo Polar llamaría “crisis de la categoría de unidad” donde el culto al experto, lo popular y la literatura étnica, entran en una dialéctica de los espacios conflictivos.

En los años 70 y 80 en Ecuador, tal como se prevé en La posibilidad de soñar por escrito, de Alfredo Pérez Bermúdez, que hoy se reedita, se aborda un repensar la construcción literaria como el espacio en donde los sentidos dan lugar a los imaginarios sociales contemporizados desde lo heterogéneo. Los procesos de literalización que habían establecido una poética como un discurso que instauró nociones y sentidos de cómo se debe pensar y actuar en la práctica, son reestructurados con nuevas y legítimas extravagancias.

Leer el libro: aquí

De manera que, si bien la poética fue o es una expresión de la emoción, no se intentó en aquellas décadas, realizar tal reconstrucción desde lo académico formal, sino desde la memoria, desde la expresión simbólica de nuestra cultura. Así, las palabras pasaron de ser un medio puramente artístico a ser la voz que redescubrirá en lo propio sus medios emancipatorios; será la voz de la resistencia a los discursos hegemónicos que vienen pensados desde occidente y que manifiestamente fueron reproducidos por las élites locales.

La escritura, nuestra escritura, se presenta entonces como reescritura del subalterno como un contra discurso subversivo, no en sentido clásico, sino de reflexión, creativo, híbrido, heterogéneo. Esa fue la propuesta de los talleres literarios que se generaron en los años 80 en Ecuador y particularmente en Quito; es decir el haberse integrado a la vida misma de nuestra cultura, porque de ella nacieron; o sea: redescubrir la poética como la posibilidad de que el subalterno se redescubra en lo propio, desentrañando una mítica cosmovisión urbana.

Por lo demás, que es narrativa histórica o mejor dicho historicismo válido para hacer memoria y no dejar que los buitres del olvide lo consuma todo en las aulas, me permito re acentuar la tarea cumplida por el Frente Cultural nacido al calor de las radicales luchas de los años 60 y 70, la de los grupos Tientos y Diferencias, así como de La Pedrada Zurda con sus producciones irreverentes aunque con sus marcadas diferencias. Es la tarea desempeñada por Miguel Donoso Pareja en 1982, con quien se erige la proliferación de grupos y talleres literarios[1] para hacer de la escritura un verdadero oficio, donde muchos fueron los convocados, pero pocos los elegidos que ya constan en nuestra historia literaria, quiéralo o no el oficialismo de élite y aun el con máscara política de izquierda.

Como decía Nestor García Canclini (2005) es en la “redistribución de la creatividad” donde el acto de la imaginación no solamente admite problemas, sino que pasa al punto de la resolución. El acto imaginario se torna político, es crítico, no moldea estereotipos. De modo que la literatura de nuestros talleristas de los años 80 no es soledad ni abatimiento sino patrimonio, vehículo de expresión por donde la cultura literaria se comunica con los otros, dialoga día a día con nosotros.

Y eso es esta novelina del poeta, del escritor, del ensayista Alfredo Pérez Bermúdez, cuyo ícono evidenciable desde lo infinito será la silente voz de su avatar de escrituras: el desaparecido (en las garras de la represión política) escritor Gustavo Garzón Guzmán, a quien va dedicada la simpleza y belleza de este libro que hoy se distribuye de manera gratuita a través de las redes sociales.

*Escritor y poeta

[1] Este hito no se repetirá, sino de manera muy subrepticia en las principales ciudades del Ecuador. En la década de los años noventa y dos mil, aparecerán nuevos nuevos grupos que serían ante todo proyectos editoriales de difusión de obras ya trabajadas por sus autores desde perspectivas y riegos de vida personales, aunque algunos nacen de talleres creados a instancias institucionales, como la CCE, que en Quito -por ejemplo- dirigiera el escritor Diego Velasco Andrade. Estos grupos tendrán calidad de gestores más que de motivadores de nuevos riesgos e imaginarios narrativos y poéticos como sucediera en los ochenta. Entre ellos se puede nombrar a La.Kbezuhela,Murcielagario, Ultimatun y Sexo Idiota, en la ciudad de Quito; en Guayaquil Buseta de Papel y Casa de las Iguanas; en Cuenca La esponja y La Pileta; en la ciudad de Ibarra Página Cero; en Riobamba se configuraron los grupos Sacapuntas, Noctambulario ,Matapalo Cartonera, Quetzal y Cuerda Floja; en tanto que en la ciudad de Manta destacará el grupo Soledumbre.

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