Por Francisco Garzón Valarezo
Jaime Hurtado González era poeta. Poeta rebelde.
Componía sus versos con elevado talento para darle espacio al florecer de su teoría revolucionaria. Al leer su poesía uno percibe que era dueño de esa paciencia serena que tienen los artesanos para retocar sus obras.
“¡Ámame y verás que en vez de morir, renazco cada tarde!”
Mientras cantaba para alentar a su pueblo a liberarse de la injusticia de sus dolores, los imperialistas y sus sicarios, planeaban su crimen desde el Poder. Jaime era sensible con los humildes, pero a la vez escribía sus versos y guiaba su política con la dureza del guerrero revolucionario curtido en las batallas en las que combatió a los enemigos de la patria.
“¡Que ganas de frenar la muerte diaria para hacer interminable la lucha por la vida!”
Todo aquel que viva de su trabajo, que sea honrado, justo, íntegro, decente; que esté limpio de malicia y delito, debe tener un sitio en el corazón y en el alma para recordar a Jaime Hurtado.
Su crimen, un crimen de Estado sin resolver, cargado de mensajes implícitos para los patriotas y la sociedad ecuatoriana, sigue siendo un suceso fatal en historia política de nuestro desventurado país.
“Tú y yo, sembrados en el vientre de la tierra,
germinaremos vidas sucesivas
para que no se agote nunca
la esperanza de amarnos siendo libres.”
Este 17 de febrero del 2022 se cumplen 23 años de su asesinato, pero su recuerdo sigue vivo en la memoria de su pueblo. Cuánta diferencia con los políticos burgueses, nadie los recuerda. A Jaime lo recordamos como cada enero se recuerda a Eloy Alfaro, a Eugenio Espejo; como encada agosto se recuerda a Rosita Paredes; como en cada octubre se recuerda al Che Guevara.
Jaime, el Gran Jaime, el Inmortal Jaime, permanece dándonos grandeza; sus grandes ojos eternos persisten dándonos luz; continúa haciéndonos escuchar su voz brillante que surgía de su garganta de oro, ilimitada como el gigante océano, llena de elocuencia y entusiasmo que nos alentaba a resistir, a no arrodillarnos frente a los poderosos, a no servir jamás a los intereses extranjeros.
Nos volveríamos miserables e indignos de llamarlo compañero si no seguimos su ejemplo, si nos rendimos ante las adversidades que nos presenta el enemigo. Pero eso no ocurrirá. Su constante aliento y sus mensajes cargados de amor por la clase obrera, son el estímulo perfecto para su pueblo, para su partido.
Tendrán que matarnos a todos para derrotarnos, como intentaron hacer con él, sin conseguirlo.
Conservamos su mejor herencia y Jaime tiene nuestra promesa de que seguiremos su camino.