Por Teresinka Pereira*
¿Cómo ha sido tu educación y cómo llegaste a ser Decano de una universidad católica?
Me siento producto tanto de una educación formal confesional-católica como del modelo racionalista y laico que implantara en Ecuador la Revolución liberal de 1895. Después de las ardorosas e incluso cruentas confrontaciones entre conservadores y liberales a lo largo del siglo XIX, el país se beneficiaría de la coexistencia pacífica de dos vertientes formativas de inspiración humanista.
Lo anterior explicaría que, en mi caso, la carrera de docente e investigador la pudiera desplegar sin obstáculos institucionales durante más de tres décadas de vinculación laboral tanto a la estatal Universidad Central como a la privada Pontificia Universidad Católica de Quito.
Lamentablemente, este diagrama de la educación que prevaleciera largamente en Ecuador –igual en América Latina- está siendo radicalmente subvertido en el país por las reformas en ese sector instrumentadas por el régimen de Rafael Correa, en tributo a postulados y valores/antivalores de raigambre darwiniana, etiquetados como la educación por competencias.
Con sobra de razones a este peregrino paradigma educacional, mentalizado por la Organización Mundial del Comercio (OMC), se le ha venido cuestionando por constituir un elemento vertebrador del “sórdido monoteísmo del mercado”. (R. Garaudy)
A la disección de ese alienante mecanismo de modernización capitalista, al cual han adherido con entusiasmo digno de mejor causa la totalidad de gobiernos latinoamericanos, con independencia de su signo político-ideológico, dediqué mi ensayo “El desembarco invisible”. (Internet)
Tu libro Antihistoria Ecuatoriana (Universidad Central, Quito, 2010) ha devenido un acontecimiento en la literatura ecuatoriana. ¿Has tenido problemas políticos con el régimen del presidente Correa a causa de la sinceridad puesta en el libro? ¿Ha sido muy aguda la crítica negativa?
Con la perspectiva del quinquenio trascurrido desde su primera aparición, pienso que la principal contribución de Antihistoria… estribaría en su condición de material pionero en la develación del carácter conservador/modernizante de la autodenominada revolución ciudadana, una suerte de garcianismo del siglo XXI. Creo que los casi nueve años de “correísmo” han consolidado el Estado colonial/moderno analizado por A. Quijano. Todo esto aderezado con la pobretología bancomundialista, una política asistencialista que confunde los efectos con las causas.
En cuanto a si Antihistoria… me ha significado represalias por parte del gobierno de Alianza País, debo comentarte que tal cosa no ha ocurrido, probablemente debido a mi status de actor político no convencional.
Más allá de lo personal, sin embargo, la realidad es que Ecuador soporta una escalada represiva legal y factual de inspiración orwelliana, exacerbada después del sangriento 30/S del 2010, cuando el mandatario Correa tuvo que afrontar una asonada policial/militar originada en demandas gremialistas.
En referencia a la opinión de los lectores de Antihistoría…, te comentaría que, para alguien –como yo- que ha dedicado su vida a las actividades académicas, la mayor retribución que podía recibir –y que la he recibido- no ha sido otra que la creciente aceptación de ese aporte bibliográfico por las nuevas generaciones de colegiales y universitarios.
Desde luego, me habría gustado que Antihistoria… suscitara un mayor número de trabajos de crítica académica.
¿Qué otros libros de tu autoría pondrías de relieve?
Me considero un autor que ha exagerado con su oficio. Creo que debí utilizar con mayor rigor y frecuencia “el hacha de Rulfo”.
Más allá de esta autocrítica tardía, autorizaría la reedición de títulos como mi primigenio Teorías sobre el subdesarrollo, originalmente publicado por la editorial mexicana Diógenes, que dirigiera el recientemente fallecido Enmanuel Carballo; Las transnacionales y América Latina (UNAM, 1982); América Latina: descenso al Cuarto Mundo (Mención en un concurso que convocara la Asociación de Economistas de América Latina y el Caribe hacia 1990); Diálogos imaginarios (1994), un compendio de mis primeras reflexiones impugnadoras del todavía hegemónico paradigma de la Modernidad ; La disidencia en Disneylandia (1998), y Conversaciones con Marcos, inicialmente publicado por Eskeletra (1996) y posteriormente traducido al italiano por Roberto Bugliani y editado por Riuniti (Roma, 1997), que además lo incorporó a su colección de Clásicos Universales.
¿Qué hay detrás de este último libro? ¿Cómo y dónde fue la entrevista con el famoso Subcomandante?
Preliminarmente, ese trabajo fue previsto como una aproximación al proceso histórico del país azteca, proceso al cual –en una estadía en la UNAM en los años 70- lo vislumbré muy similar en sus efectos a los que en estas latitudes andinas provocara la conquista/colonización española. A mediados de los 90, particularmente a consecuencia de la atronadora salida a escena del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en la ultradepauperada provincia de Chiapas, el 1 de enero de 1994 (el mismo día de la anexión de México a los EE. UU. con la vigencia del TLCAN), ese proyecto historiográfico me apareció incompleto, truncado, si no incluía informaciones y análisis de un suceso al que Carlos Fuentes bautizara como la “primera revolución poscomunista”.
En este marco nació la idea de un coloquio imaginario con el personaje estelar de la insurrección del EZLN, el Subcomandante Marcos (actualmente resucitado bajo el nombre de Subcomandante Galeano), diálogo que terminó convirtiéndose en la tercera y última parte del libro en referencia.
Desde luego, y conforme consignara en el prólogo del citado libro, los puntos de vista del “Sub” Marcos corresponden ya a transcripciones textuales de escritos de su autoría, ya a citas de documentos oficiales de la organización rebelde. A casi dos décadas de la primera edición de Conversaciones…, me complace sobremanera haberme constituido en una suerte de médium para difundir el fuego, la verdad y la belleza de la palabra de los quijotescos sobrevivientes de la civilización maya.
En cuanto a la realidad de la entrevista, alguna vez objetada, he apelado al juicio de J.L. Borges, quien, en alguna de sus impecables divagaciones, apunta que, con el paso del tiempo, las situaciones más delirantes devienen hechos tangibles.
Como periodista también has tenido mucho éxito. ¿Cómo evalúas tu experiencia en ese campo?
Se trata de un género que comencé a cultivarlo desde temprano. Me he sentido atraído por él en la medida que permite tomar el pulso de los acontecimientos en el momento en que más interesan al gran público. Si, como se ha dicho, el periodista escribe para el olvido, también es cierto que, acaso como compensación, al abordar al presente como historia viva puede contribuir en algún grado a modularla.
En estos tiempos de proliferación de regímenes caudillistas y autocráticos en el continente, confieso que me resulta inadmisible el periodismo imparcial y aséptico; pero que, por acción u omisión, deviene apologético del orden establecido. Soy un convencido de que, en países como los nuestros, la objetividad y la pasión política deben constituir una amalgama indisoluble.
Durante los tres últimos lustros he podido preservar mi vocación periodística especialmente como colaborador de la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI).
Tu perspectiva literaria ha salido de la economía para localizarse en la ecología. ¿A qué obedece este giro?
Más que de un viraje se trataría de una actualización, un aggiornamento, en dirección a recuperar una visión totalizante de la evolución/involución de las relaciones entre los seres humanos y de las de estos con los ecosistemas. Me explico. La palabra economía viene de dos vocablos griegos: oikos que significa casa y nomos que equivale a administración. Únicamente que en su sentido original “casa” no era el sinónimo de la vivienda familiar –conforme a la significación que se le confiere en la actualidad- sino que tenía una connotación más amplia y compleja, similar al concepto contemporáneo de hábitat de los biólogos y ecólogos. Por otro lado, el vocablo “administración” tenía el sentido preciso del establecimiento de prioridades para la asignación de recursos escasos, lo cual presuponía el principio de frugalidad.
En ambos sentidos sustantivos, la economía ha sido falsificada con el advenimiento de los Tiempos Modernos, fruto del Renacimiento.
La paulatina imposición de la razón instrumental -dinero y ciencia positiva (tecnología)- que ya se advirtiera en la corriente fundadora de esa disciplina en su versión moderna –el mercantilismo-, se desviará hasta el absurdo principalmente bajo la influencia de la escuela neoclásica, soporte de la actualmente hegemónica política neoliberal, una teoría/práctica funcional a los intereses del capital financiero/especulativo, actualmente principal protagonista y beneficiario del despojo de las riquezas naturales de continentes y países a través de la monoproducción y el extractivismo.
Los socialismos estatalistas europeos, que colapsaron a la par de la desintegración de la URSS en 1991, y el de China, particularmente después de las reformas procapitalistas de Deng Xiao Ping en los 70, deben ser comprendidos también como tributarios de ese enfoque reduccionista, crematístico y ferozmente antropocéntrico de lo económico, fundado en la falsa premisa de la inagotabilidad de los recursos naturales, energéticos, bióticos y atmosféricos.
Expuesto de modo propositivo, la recuperación de la visión totalizante/ holística de la tradición grecolatina tiene que ser asumida como la condición sine qua non para la preservación de la vida en el planeta Tierra, tanto más en estos tiempos de mundialización del capitalismo bajo comando de las gigantes y desinhibidas corporaciones transnacionales.
Con esta posición se ha alineado recientemente el papa Francisco. ¿Cuál es tu opinión sobre esa postura?
La considero una respetable crítica a las generalizadas prácticas bárbaras del capitalismo corporativo, mas no a la esencia de ese régimen económico/social con sus correlatos alienantes. Personalmente, no creo en la posibilidad de un “capitalismo vegetariano”.
¿Y la paz internacional? Por favor, indícame tu punto de vista sobre la paz en el mundo, ¡esa utópica esperanza!
Considero que la paz -igual que la libertad o la felicidad- comporta un concepto meta histórico; una aspiración, un horizonte siempre anhelado por los colectivos humanos, aunque nunca alcanzado a plenitud y menos a escala ecuménica. La condición metahistórica de la paz no significa, sin embargo, que tal categoría ética/política no pueda ser terrenalizada, es decir, aproximada a coordenadas concretas de tiempo y espacio.
A la luz de esta última reflexión, destacaría algunas cuestiones que no convendría soslayar en la lucha por la defensa de la paz internacional e intranacional, como las siguientes:
Conforme al economista austriaco J.Schumpeter, la lógica íntima del orden capitalista/imperialista corresponde a la “destrucción creativa”, un postulado que describe el proceso por el cual –a través de reestructuraciones demográficas y territoriales violentas, invariablemente respaldadas por actores político/sociales criollos- la tecnología existente en una determinada circunscripción geográfica es reemplazada por tecnologías más productivas y rentables.
El principio de la “destrucción creativa” constituiría la causa primigenia del terrorismo de Estado, estrategia extrema de dominación que, como corolario del 11/S del 2001, ha devenido la fórmula con la cual Washington y sus clientes político/militares buscan neutralizar a enemigos reales o potenciales de la globalización corporativa y de su fundamentalista discurso único con soporte en el mal llamado libre comercio y en la democracia formalista.
¿Cuáles son los sujetos sociales a destruir? A este respecto, cabe recordar que en la semiótica del Pentágono la palabra terrorista tiene una descripción muy laxa, puesto que incluye a líderes sindicales, campesinos e indígenas alzados en armas, partidos y organizaciones políticas antisistema, activistas de los derechos humanos, medios de comunicación independientes, intelectuales no alineados, cristianos liberacionistas, militares nacionalistas, estudiantes rebeldes, ecologistas.
A últimas fechas, la Casa Blanca y sus mandantes han introducido una variante a la doctrina de la seguridad imperial: la cruzada contra el denominado crimen organizado transnacional. Esta reformulación habría sido mentalizada para que regímenes subsidiarios de Washington–la práctica totalidad de los gobiernos latinoamericanos, entre ellos- puedan sustentar declaratorias de guerra contra sus propios pueblos a través de expedientes como el endurecimiento de sus códigos penales, la policialización de las fuerzas armadas, la modernización del espionaje interno, la creación de guardias pretorianas y/o la represión pura y dura (que puede incluir tácticas como los “falsos positivos” tan nutridos en Colombia o los crímenes perfectos de las desapariciones tan frecuentes en el México de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto). Casi huelga señalar que esta guerra contra el “enemigo interno” ha sido diseñada para favorecer al lumpenizado Gran Capital: banca primermundista, principal beneficiaria del blanqueo de capitales originados en el narcotráfico; fabricantes metropolitanos de armamentos destinados a ambos bandos del conflicto; firmas proveedoras de mercenarios, etc., etc.
Paradójicamente, semejantes expresiones de la violencia del establecimiento global, lejos de probar la fortaleza política y moral del establishment, han venido a revelar no solamente la crisis del capitalismo como régimen económico/social, sino, también, el colapso en curso de la propia civilización del capital.
En el ensayo titulado “Implosión del capitalismo y pensamiento alternativo latinoamericano” (ALAI, 2013), adelanté una primera disección de las causas raizales del hundimiento de la Modernidad capitalística, al tiempo que afiancé mi convicción de que entidades “primitivas” como el mexicano EZLN o la ecuatoriana CONAIE, con sus planteos de organización no-capitalista para sus respectivos países, alumbran la posibilidad de sociedades más armoniosas, más humanas.
*Entrevista de Teresinka Pereira, presidenta de la International Writers Association, al economista y escritor ecuatoriano René Báez. 2015
Fuente: ALAI