Por Oswaldo Báez Tobar
La sociedad actual está cada vez más ligada a la ciencia y la tecnología. La vida moderna requiere cada vez más de aportes tecnológicos, sustentados en las ciencias exactas y naturales. En efecto, toda actividad individual, familiar, regional o nacional se desarrolla vinculada a la tecnología: la vivienda, la alimentación, la salud, la provisión de energía, el saneamiento ambiental, la producción agropecuaria, la industria y las telecomunicaciones, la informática y todo tipo de servicios que demanda la sociedad contemporánea, son factibles gracias a los conocimientos generados en las ciencias básicas y aplicados por nuevas tecnologías.
Sin embargo, de la incuestionable dependencia que existe entre la ciencia y tecnología y el desarrollo, en nuestro país no se asigna a las ciencias la importancia y valoración social que requiere el desarrollo nacional. Aún se considera como una actividad reservada a los científicos en los círculos universitarios y politécnicos o los centros de investigación estatales y privados. Esta percepción no ha favorecido la valoración social de las ciencias ni el desarrollo científico y tecnológico. El Estado ecuatoriano en los últimos años ha relegado al sector científico-tecnológico a un plano muy secundario en la planificación y en el presupuesto estatal, y por tanto también a la difusión y enseñanza de las ciencias.
En nuestra sociedad aún subyacen manifestaciones de providencialismo, de fatalismo conformista, de creencias, supersticiones y de ninguna credibilidad; por lo mismo se vuelve imperativo promover una transformación en la mentalidad individual y en el cuerpo social a través de razonamiento lógico, análisis y reflexión que se ejercita en el aprendizaje de las ciencias exactas y naturales y se traduce en nuevas y mejores formas de pensar y actuar.
Es necesario, por lo tanto, formar a la actual generación en el marco de un nuevo paradigma en el cual la educación científica constituya uno de los ejes principales; pues solo ésta asegura que los futuros ciudadanos sean capaces de interpretar eventos naturales e insertarse en un mundo cada vez más tecnificado, y a la vez analizar los fenómenos sociales con objetividad y racionalidad, mas no como hechos providenciales o determinísticos, lo cual es terreno propicio para todo tipo de engaños.
Por el desarrollo humano integral y por la necesidad de fortalecer la sociedad es imperativo que el Estado incorpore entre las prioridades nacionales el mejoramiento de la calidad de la educación con una mejor formación científica que viabilice la incorporación de los jóvenes al mundo moderno, cada vez más exigente en cuanto a conocimientos actualizados y a sus aplicaciones; en caso contrario, se ampliará la brecha con el mundo globalizado al que tenemos que enfrentar.
La ciencia moderna revela el estado actual del conocimiento científico, registra verdades probadas, aunque no absolutas ni infalibles, pues el conocimiento se incrementa y perfecciona en forma permanente. La ciencia no tiene respuestas a todos los problemas, pero el camino de la investigación científica es la mejor aproximación al conocimiento de la realidad, por lo mismo, una buena ciencia es infinitamente más confiable que cualquier otra forma de entender los procesos que se operan en todos los sistemas naturales y artificiales.
La difusión y enseñanza de las ciencias, que es la socialización del conocimiento científico, tiene como objetivo crear confianza en las ciencias, y a la vez afianzar el pensamiento reflexivo y crítico, y desarrollan la actitud científica, para que las decisiones y las acciones sean resultado del conocimiento cierto y la razón. Para ello no solo que se debe enseñar buena ciencia, sino también enseñar a actuar en forma consecuente con ella.
Aprender es apropiarse del conocimiento para desarrollar nuevas y mejores formas de comportamiento individual y social. El joven que luego de aprovechar varios cursos de ciencias naturales y educación ambiental quema los árboles y arroja basura a la calle, no actúa en forma consecuente con lo que aprendió; el médico que advierte del peligro del hábito de fumar, pero que fuma ante su paciente, no es consecuente con su formación científica. Es importante por lo mismo lograr una consecuencia en el pensar y el actuar. Este cambio es el gran desafío de la educación y de la sociedad contemporánea.
Frente al preocupante “retorno de los brujos” se impone una alerta ciudadana orientada a advertir a jóvenes y adultos el peligro que entraña la proliferación de cultores de seudociencias, ciencias deformadas, falsificadas… y otras manifestaciones subculturales que pretenden erigirse en ciencia auténtica o suplantarla con obscuros intereses. Por la salud mental de los niños y jóvenes y de la sociedad en general, es necesario denunciar con firmeza a los cultores del espiritismo, las “ciencias ocultas”, a mentalistas y clarividentes, hechiceros y toda suerte de fanáticos, embaucadores y charlatanes que tanto mal hacen a la sociedad y han cegado la vida de muchos ecuatorianos. Los científicos, los educadores y los medios de comunicación tienen un papel importante de orientadores y guías de la sociedad.
La ciencia auténtica, que es la gran aventura del ser humano y la más noble realización del intelecto debe estar al servicio de los más altos propósitos como son el desarrollo humano integral, la justicia, la paz, la conservación de la naturaleza y el medio ambiente… De ahí la enorme importancia de la enseñanza y el aprendizaje de las ciencias en general y de las ciencias de la naturaleza en particular, porque es el camino apropiado para inculcar en la mente de los niños y jóvenes la confianza en la verdad y en el conocimiento científico; y para alejar de su mente y del cuerpo social toda sombra de pensamiento y conducta irracional. En esto radica la importancia y la necesidad de la ciencia en la formación integral y liberación del ser humano, de frente a la nueva sociedad del conocimiento que todos deberíamos comprometernos a construir.
Por otra parte, el desarrollo científico y tecnológico, que es el motor del progreso social, debe constituir uno de los objetivos de la agenda del desarrollo, lo cual requiere el posicionamiento adecuado de la ciencia y tecnología por la sociedad nacional, en particular por las élites gubernamentales y empresariales y por la clase política.