Por: German Marte
La solicitud del primer ministro de facto de Haití, Ariel Henry, de que tropas extranjeras vayan urgentemente a su país para controlar la situación, es un ejemplo típico de traición a la patria, un absurdo.
Esa afrenta ha sido repudiada por miles de haitianos de diferentes estratos sociales y matices ideológicos que han salido a las calles a protestar y a pedir la renuncia de Henry, a quien consideran un gobernante ilegítimo. Antes de continuar, es justo resaltar las profundas diferencias entre estas organizaciones populares y las bandas de delincuentes que azotan a Haití ante la mirada impotente, cuando no complaciente, de los gobiernos.
En medio de la agitación popular, el Senado demandó el domingo que se anule la solicitud del mandatario, y así se lo hicieron saber a la representante especial del secretario general de la ONU en Haití, Helen La Lime.
Los senadores coinciden con los grupos populares que también ven en dicha petición “el intento de un Gobierno ilegítimo, impopular y cada vez más cuestionado de utilizar fuerzas extranjeras para mantener el poder a toda costa y retrasar así el retorno de Haití al orden constitucional”.
Algunos, incluidos sectores conservadores de República Dominicana, se han precipitado a aplaudir la intervención militar de Haití, presentando esa posibilidad como “un logro” del presidente Luis Abinader. Lastimosamente olvidan que hace menos de 5 años que una misión de la ONU (MINUSTAH) salió de esa nación después de 13 años de una ocupación que solo sirvió para empeorar la situación en que se encontraban los haitianos antes de su llegada en 2004.
Además de una quiebra institucional, las tropas invasoras dejaron un Haití mucho más inseguro, miles de armas de guerra en manos de civiles, niñas violadas, algunas embarazadas por soldados que luego les negaron hasta el nombre a sus vástagos, y una miseria infinita.
Por eso se equivocan quienes propugnan porque Haití sea ocupado por una misión internacional, que por demás no es tan fácil como pretenden ciertos sectores. De hecho la ONU ha descartado, de momento, conformar dicha fuerza de intervención y, en cambio, sugiere que la acción la encabece una de las naciones “amigas” de Haití. Hay que ver quién tira la primera piedra. Ojalá no lo hagan. De hecho, salvo Estados Unidos, no veo fácil que algún país se presente como voluntario para la ocupación de la empobrecida nación.
Si en verdad la “comunidad internacional” tuviera una real preocupación por ayudar a los hijos de Dessalines, estuviera buscando la forma de condonarle la deuda externa, hablaría de enviarles tractores, no tanques de guerra; se propusiera la meta de construir hospitales en lugar de campamentos para soldados.
Haití necesita fuentes de trabajo, médicos y medicina. Resultaría mucho más fácil y económico enviar allí técnicos y recursos para reforestar, donar o financiar estufas y tanques de gas para sustituir el uso de carbón vegetal por GLP para cocinar.
Es cierto que de lejos Haití nos parece un problema sin solución, pero eso es asunto de los haitianos, que, si bien precisan ayuda, no necesitan que vayan extraños a decirles como ordenar la casa. Haití para los haitianos.
Nota: Publicado originalmente en el periódico el día