Por Francisco Escandón Guevara
La apertura del Informe a la Nación estuvo a cargo de un desconocido presidente de la legislatura que exaltó como su principal virtud el no ser golpista, aunque excluyó en la rendición de cuentas toda autocrítica que explique los negociados, coimas, diezmos, contratos y puestos burocráticos entregados a los asambleístas que votaron a favor de leyes en beneficio de las élites.
Al terminar esa tediosa exposición, el interludio musical escogido fue el de una de las canciones del ministro Velasco, quizás con el fin de que la sensibilidad patriotera borre de la memoria colectiva los contratos que quería repartir a unos cuantos amigos artistas suyos, mientras los trabajadores de la salud no tenían insumos de bioprotección.
En palabras del taurino Roldán, el siguiente al ruedo fue Moreno. Él inició con el cliché de siempre, el de buscar distancia del correísmo, argumento poco creíble por su participación en el gobierno de la década pasada y por reciclar en su mandato a varios de los cheerleaders de Rafael. Seguidamente el presidente piropeó a Otto, del cual ya aprendió su apellido, en busca de una reconciliación, después de que decretará administrativamente más confianza en sus secretarios que en el vicepresidente.
Moreno reconoció que el país vive la peor crisis de la historia, pero acusó como responsables a la herencia del anterior gobierno, a la ola migratoria venezolana, al levantamiento indígena y popular y a la pandemia del coronavirus. De esa forma demagógica, xenófoba, elitista e inhumana eludió su inoperancia en el manejo de la pandemia, escondió su incompetencia frente a miles de muertos y contagiados, no evaluó los impactos económicos y sociales por la aplicación de las recetas fondomonetaristas, hizo silencio frente a la corrupción de su gobierno.
También anunció prioridades para el último año de mandato, la más llamativa es el fortalecimiento de la dolarización. En adelante esa será la muletilla que justifique la aplicación del resto de exigencias firmadas con el FMI y alentadas por las élites.
Está claro, el régimen no está dispuesto a cambiar su orientación, se siente cómodo debajo de la sombra de las cámaras empresariales y del Fondo Monetario. Pero su debilidad es notoria, la impopularidad es enorme y el destino de sus medidas económicas se definirá en las calles. Todo dependerá de la fuerza de la oposición popular.