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Por Francisco Escandón Guevara

Cuando un gobierno cumple cien días, después de ser posesionado, se acostumbra a balancear sus acciones y omisiones. Guillermo Lasso ascendió a Carondelet, luego de imponerse a Andrés Arauz, gracias a un mayoritario voto anticorreísta que no fue de derecha, ni neoliberal.

Al momento, la gestión de Lasso goza de una importante popularidad. Los números alcanzados se asemejan a los de Lenin Moreno cuando convocó a Consulta Popular, para entonces Jorge Glas fue detenido por corrupto y Rafael estaba prófugo.

Contribuye a esa alta aprobación el cumplimiento del programa de vacunación 9/100 y algunas otras expectativas generadas, aunque de por medio hay sinsabores con los incumplimientos que se cuentan por doquier: maestros, arroceros, maiceros, lecheros, aspirantes a educarse en las universidades públicas y jubilados testimonian la demagogia de un régimen que hizo lo opuesto a lo ofrecido.

La economía y el empleo aún no se reactiva, la salud y la educación sufren una reducción presupuestaria para el 2022, la pobreza y la migración crecen sostenidamente, etc., al tiempo que se reciclan correístas y funcionarios del feriado bancario en los ministerios.

Por ahora se gobierna con decretos, Lasso no tiene la iniciativa legislativa. Su gobierno carece de una mayoría en la Asamblea Nacional, sus votos, incluidos aliados y advenedizos, son insuficientes para aprobar integralmente el paquetazo comprometido con las élites.

El régimen no tiene la fuerza para imponer la precarización laboral, privatizaciones, acuerdos de libre comercio, ampliación del extractivismo minero-petrolero, etc., por ello le apuesta a una consulta popular para legitimar su agenda neoliberal, aunque esto exija descalificar a los asambleístas y proteger a funcionarios de su gobierno que repartieron puestos públicos.

En lo que va de la gestión se multiplican las decepciones y protestas, los cierres de carreteras, movilizaciones y huelgas de hambre; ellas dan cuenta que la ingobernabilidad se está trasladando a la calle. De un lado, la CONAIE, FUT y Frente Popular concretaron su unidad en el Parlamento de los Pueblos para combatir al neoliberalismo y, de otro, el gobierno limita el diálogo a su libreto y ofrece reprimir a los manifestantes.

El verdadero encuentro del gobierno es con el Fondo y la derecha.

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