Por Guido Proaño Andrade
El 2019 se presentó tal como algunos análisis lo preveían al iniciar el año: turbulento, marcado por los conflictos que el débil crecimiento de la economía provoca, por las pugnas entre potencias y por las contradicciones entre las clases. Pero fue más allá: ha sido un año en el que hemos sido testigos de un salto cualitativo y un ascenso en el combate de los trabajadores, la juventud, las mujeres y los pueblos, un año en el que la lucha de los pueblos puso en jaque a los gobernantes en varios países del mundo.
No es fácil precisar cuántos, pero fueron millones de hombres y mujeres que se movilizaron en todo el planeta para expresar el repudio a las políticas económicas adoptadas por los gobiernos que ahondan más la brecha entre pobres y ricos. La protesta se ha extendido por todo el planeta, y no solo en determinados continentes o regiones, cuestionando las políticas fondomonetaristas, a regímenes abiertamente neoliberales como también a aquellos que aún intentan cubrirse bajo el manto de un supuesto progresismo que, al igual que los primeros, han demostrado ser eficaces instrumentos al servicio de los dueños del capital.
Gobiernos de distinto signo y organismos multilaterales -como el Fondo Monetario Internacional- han sigo puestos en la picota, desenmascarados y arrinconados por la movilización de masas. Han caído jefes de gobierno (como en Líbano e Irak), medidas antipopulares de los gobierno han debido ser retiradas (como en Ecuador o Chile) debido a la magnitud e intensidad de la protesta popular. En todo lado, la lucha de las masas fue respondida con brutal violencia por el Estado: los heridos y detenidos se cuentan por miles, lo muertos por centenas.
La masividad, combatividad, prolongación y formas de las protestas es un indicador de la cualificación de la lucha y del grado de descontento existente entre las masas, de su afán de conquistar cambios profundos en la sociedad. Se han levantado en contra de políticas antipopulares, pero en esencia estas luchas llevan implícito un cuestionamiento al sistema capitalista, a la democracia burguesa, a la institucionalidad burguesa en general a la que han desafiado y sobrepasado. Hay millones de personas que no miran otra perspectiva que heredar la pobreza a las futuras generaciones y entonces se revelan en contra de esta situación. La respuesta de los gobiernos y de los sectores de la clase dominante que no están en él han ayudado a los pueblos a visualizar y comprender los intereses de clase que dividen a la sociedad en bloques sociales confrontados. La lucha de clases ha tenido nítidas expresiones, provocando preocupación en las élites económicas por el protagonismo de las masas en la vida política de los países y, por eso, han puesto en marcha una ofensiva política reaccionaria que va desde el discurso reaccionario y anticomunista, hasta la articulación de medidas jurídicas para hacer más efectivo el papel coercitivo del Estado.
Las políticas neoliberales, otrora presentadas como panacea económica para todo momento y lugar viven su peor descrédito. El fracaso, en tanto supuesto «modelo económico» para el «progreso» de los países está claro, así como está claro, para sectores cada vez más amplios de los trabajadores y los pueblos, que su ejecución asegura una mayor acumulación capitalista en poderosos grupos económicos internacionales y nativos. Este pésimo momento que vive el neoliberalismo obligaría a los economistas burgueses la búsqueda de supuestas «nuevas opciones», que morigeren el modelo para bajar las tensiones sociales y garantizar la «estabilidad» política y el dominio de los mismos grupos que ostentan el poder.
Al finalizar la segunda década de este milenio, dos modelos de acumulación capitalista presentados como opciones para el desarrollo han demostrado que no son ninguna alternativa para los pueblos. Uno y otro, en más o menos años de ejecución, han desembocado en escenarios de crisis económica, de profundización de las diferencias de clase, de crecimiento del descontento y de la lucha social. Es que el neoliberalismo como el social reformismo nacen y actúan en función de una misma matriz capitalista.
Sectores más amplios de la población tienen claro que el neoliberalismo ni el social reformismo son opciones de bienestar y progreso para los pueblos, las acciones de protesta de los últimos meses, las consignas y propuestas que en estas se han levantado así lo demuestran. Esta circunstancia hace que amplios sectores de los trabajadores, la juventud, las mujeres y los pueblos asuman como suyas las propuestas políticas presentadas por la izquierda.
No es equivocado decir que en muchos países la izquierda tiene posibilidades de crecimiento y fortalecimiento, pero para ello debe poner en juego su capacidad política para ganar razón y acumular fuerzas, para cumplir un papel trascendente en la configuración de un polo popular y político que presente una opción de cambio, una alternativa que se muestre nítidamente en el andarivel opuesto al neoliberalismo y al social reformismo, es decir, un opción de transformación revolucionaria.
La turbulencia política, la aguda confrontación social presentes en estos meses no llega a su fin con el cierre del 2019.Todo hace pensar que la confrontación de clases tendrá expresiones más agudas y fuertes en el futuro inmediato, debido a los graves problemas de la economía mundial, que no puede recuperar los índices de crecimiento previos a la crisis de 2007 y, además, porque sobran los indicios para concluir que se avecina una nueva crisis económica del sistema capitalista, episodios en los cuales los trabajadores y los pueblos son los principales afectados. Pero ahora los pueblos están en mejores condiciones para enfrentar a quienes intenten descargar la crisis sobre sus espaldas.