Por Francisco Escandón G.
Durante décadas Chile fue presentado como el modelo a seguir. Empresarios, gobernantes, organismos internacionales y grandes medios de comunicación coincidían en ensalzar el continuo crecimiento económico del país de la estrella solitaria. Y aunque es cierto el aumento exponencial del Producto Interno Bruto, pero Chile, junto a otros diez países, son los más inequitativos del mundo, pues la riqueza está concentrada mayoritariamente en pocos grupos económicos.
Para esas élites, la fórmula del éxito fue la aplicación del neoliberalismo capitalista (aperturismo económico, flexibilización y precarización del trabajo, privatización de las áreas estratégicas del Estado, etc.), cuyas bases fueron construidas durante la dictadura de Augusto Pinochet.
Efectivamente el modelo del progreso chileno se levanta sobre las estructuras de la autoridad militar, encima de los muertos y desaparecidos que fueron víctimas del golpe de Estado dirigido por la Central de Inteligencia Americana.
Poco cambió el sureño país americano desde la dictadura. La desigualdad social-económica continuó y se profundizó con el retorno a la democracia formal, incluso aún se conservan las instituciones y hasta la Constitución de inspiración pinochetista que logró imponer un régimen de terror en la sociedad chilena.
El mismo presidente Piñera es heredero de esa tradición de monopolios de poder y riqueza. Esas clases gobernantes, como ocurre con los neoliberales en Latinoamérica y el mundo, mantienen vínculos con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y aplican sus políticas antipopulares.
Así el alza de los pasajes del metro constituyó la ruptura del represamiento de la inconformidad social. Los manifestantes derrotaron el estado de excepción, el toque de queda, la brutalidad de los carabineros y militares accionados por el llamado de guerra que hizo inicialmente Piñera.
La burguesía la está pasando mal. No detiene la lucha popular la reversión del paquetazo, el ofrecimiento de perdón desde el poder, ni siquiera la renuncia de todo el gabinete ministerial. Los millones de movilizados en Chile han alcanzado un importantísimo nivel de conciencia de que es necesario cambiarlo todo.
Latinoamérica se levanta, reclama justicia social, quien no lo entienda será juzgado por la historia.