Por Jaime Chuchuca Serrano
Pocas veces la humanidad estuvo tan atónita completamente como a inicios del 2020. Las generaciones de jóvenes actuales nunca vieron a la burguesía y la élite política tan desorientada, para después arremeter con su látigo expoliador con mayor rudeza. Las movilizaciones que han estallado en estos días se suceden en respuesta al estrangulamiento de la población. Sin embargo, el ánimo de las masas de la mayoría de países se mantiene suspendido frente a la reestructuración de los elementos más sensibles de la vida.
El sistema biopolítico pandémico se fue organizando de modo físico y mental sobre las corporalidades. Las reglas disciplinarias se volvieron costumbre; las fábricas, escuelas y hospitales se insertaron en los hogares; se higienizó todo menos la esfera pública donde saltaron los más vergonzantes actos de corrupción. Las fórmulas del miedo se integraron en la subjetividad de la población, las clases medias fueron más proclives a los efectos del encierro: los síndromes de la “cabaña”, “jaula”, “cárcel” se regaron como combustible. Los trastornos mentales y la depresión se reprodujeron en todos los segmentos de la población. Las clases trabajadoras y pobres están expuestas directamente al aparato de miedo pero su psiquis se repuso con mayor seguridad.
El sistema de miedo creado afecta a las relaciones sociales de producción, estas se matizan con disciplinamiento íntimo y la desconexión se convierte en un privilegio. La psiquis de los niños y jóvenes acarreará secuelas de comportamiento para la sociedad del futuro. Coincide en un mismo tiempo la elevación del número de contagios de coronavirus y el índice de suicidio, en países como Japón el suicidio supera los casos de muerte coronavírica. La pandemia sirvió para estrechar las estructuras económicas, laborales, legales y reestructurar psicológicamente a la población; la modificación de las relaciones políticas del Estado tiene hondo calado subjetivo.
El desarme del poder recargado de las élites requiere de estrategias antipandémicas. El sistema biopolítico de constreñimiento tendrá que ser desestructurado desde una óptica de la libertad. La institucionalidad de la política pública históricamente corrupta tendrá una lucha social a muerte con la artillería de la ética de la liberación. Esta sociedad tiene que pasar a pensar del miedo a la libertad a pensar en la libertad sin miedos. La emancipación subjetiva y objetiva supone la superación de la ilusión de las condiciones sociales impuestas en los mecanismos pandémicos y por el capitalismo. Una onza de libertad e igualdad puede perfumar un siglo.