José Villarroel Yanchapaxi*
“Dale con piedras,
prende los fuegos,
Dale su justa verdad…”
Cuarto Reich (Illapu de Chile)
El concepto de normalidad psicológica se relaciona con la salud mental y la racionalidad. Cuando el comportamiento no es psicopatológico (ausencia de signos y síntomas) la persona encuentra su salud acorde con niveles de sociabilidad y adaptación. La anormalidad supondría sufrimiento, desadaptación, incapacidad de resolver conflictos y de enfrentarse a situaciones que pongan a prueba sus exigencias psíquicas y físicas, lo que provocan tensiones y stress que pueden ocasionarla violación de la ley o de las normas establecidas.
La pandemia del coronavirus altero mundialmente la cotidianidad, puso en entredicho a lo que la humanidad estaba acostumbrada, esto es los horarios, las rutinas, los tiempos de ocio y diversión, las relaciones sociales, etc. Cuestionó principalmente los sistemas económicos, los modos de producción y los sistemas de salud.
Se sospecha de una guerra biológica, de un recurso para lograr la hegemonía mundial por parte de China o por un complot de Estados Unidos para sembrar el virus por la misma razón en tanto los ecologistas hablan de una retaliación de la naturaleza por el calentamiento global.
Sea como sea se volvió una catástrofe mundial que puso de cabeza justamente lo que hasta entonces habíamos conocidos como la normalidad. Muchos países creyeron que no era para tanto porque tenían controlada la economía mundial. El presidente Donald Trump de EEUU desdeñó la situación en su primer momento, la crisis sanitaria desnudó las falencias en materia de salud pública de los países de la Unión europea como Italia y España.
El COIVD-19 sacudió los cimientos del Capitalismo y detuvo, al menos por el momento, el avance de las luchas sociales: la de los chalecos amarillos en Francia, las masivas movilizaciones de Chile y Ecuador que empezaron a cuestionar el modelo neoliberal.
Como medidas para contrarrestar la diseminación de la pandemia los gobiernos impusieron el aislamiento social, el encierro por razones humanitarias pero el virus había ya se había globalizado.
En el Ecuador, tras casi sesenta días de la orden el gobierno: “Quédate en casa”, del toque de queda, de la prohibición de libre circulación, de la prohibición de reunión social, los efectos psicológicos del encierro aún están por verse. No se tienen cifras reales de casos de violencia sexual o intrafamiliar por ejemplo. La implementación del teletrabajo como medida para que no se pare del todo el sector de la producción y la educación también va a tener incidencia en la salud mental de los trabajadores, los docentes y de los estudiantes principalmente en aquella población que no tiene acceso ni a los servicios básicos peor a los recursos tecnológicos.
El gobierno en una segunda etapa, más por presión de los banqueros y empresarios, implementa una salida ordenada llamada distanciamiento social y reactivación productiva, sin antes advertir que nunca más se volverá a la normalidad. Privilegia la producción antes que la salud de la población y ve la oportunidad para implementar las políticas neoliberales detenidas por décadas por las luchas populares.
No existen datos reales de fallecidos ni de contagiado por coronavirus y se podría producir lo que se ha dado en llamar el “Síndrome de la cabaña”, que consiste en un estado anímico, mental y emocional que afecta a personas que, tras pasar un tiempo en reclusión forzosa, tienen dificultades para volver a su situación previa al confinamiento. El resultado podría ser el miedo a salir a la calle porque el Otro se ha vuelto sospechoso lo que puede generar miedo, ansiedad, fobias, temor al contacto social.
En mi apreciación psicoanalítica inconscientemente el aislamiento social produjo un retorno a ese lugar placentero al útero materno (la casa, el hogar) en donde imaginariamente estamos libres de todo contagio aunque la ciudadanía piensa: “Estamos prisioneros pero seguros”.
El confinamiento, a nivel psicológico, no es fácil y tampoco saludable. Si una persona, además de encontrarse aislada, ha pasado sola este periodo, podría correr el riesgo del Síndrome postraumático asociado con depresión. Uno de los factores es que los medios de comunicación no han hecho más que trasmitir cifras diarias de cuantos han muerto, de cuántos están en confinamiento y de cuantos supuestamente se han recuperado de la enfermedad. Una especie de periodismo necrófilo en el que se trasmiten imágenes de ataúdes botados en las calles, cadáveres amontonados en contenedores o cremados y enterrados equivocadamente sin que el gobierno se haga responsable de sus errores.
La normalidad depende de la reacción en la que el ser humano participe de la solución. La pregunta sería ¿a qué normalidad volveríamos?
¿A la de la sociedad de consumo o a la de la corrupción descarada?
Alangasí, mayo 12 de 2020.
*Magíster en Estudios culturales latinoamericanos