Por Francisco Escandón Guevara
Luego de una oscura primera vuelta electoral, ensombrecida por el fantasma del fraude, Guillermo Lasso se vio obligado a modificar su estrategia de campaña. Reemplazó su estilo de banquero conservador por un informal look de zapatos rojos y por una serie de propuestas democráticas, vendidas demagógicamente, que le permitieron vencer al corrupto correísmo.
Cincuenta días después de la envestidura presidencial, el ejercicio del poder evidencia una desvalorización de la palabra del presidente. Una cosa es lo ofrecido en campaña electoral y otra lo que está haciendo en el gobierno.
Durante el proselitismo político, Lasso se comprometió a eliminar los exámenes de ingreso a las universidades, pero ahora su secretario del SENESCYT lo excusa aduciendo que malinterpretaron al presidente y cumple su orden al sustituir la vieja prueba estandarizada por una que nuevamente restringirá la oportunidad a la juventud de estudiar.
En campaña, el candidato de la banca, prometió que reintegrarían a los maestros despedidos a sus puestos de trabajo y además ofreció un aumento salarial a los docentes. Ahora retrocede, ante la Corte Constitucional el gobierno manifestó que el presupuesto entregado a educación es gasto y no inversión, por lo que exigió que se declare inconstitucional la Ley Orgánica de Educación Intercultural.
Otra de las tantas promesas fue la pactada con los campesinos. El banquero aseguró a los agricultores (maiceros, arroceros, bananeros, etc.) que el día mismo de su posesión fijaría un precio justo oficial a sus productos para evitar injusticias durante la comercialización. Actualmente esa promesa la reemplazó con la amenaza de represión.
En conclusión, la invitación al Gobierno del Encuentro que generó expectativas y le permitió tempranamente alcanzar una importante popularidad está transformándose en desilusiones y desembocando en protestas. La careta populista del régimen se cae a pedazos.
Mal hace en amenazar con prisión indefinida a quienes protesten. Si Lasso desconoce sus ofertas de campaña y se impone con la violencia estatal será el único responsable de un país convulsionado.
Replicar la prepotencia y autoritarismo del correísmo no resolverá los problemas, sólo los agudizará. El presidente debería honrar su palabra.