Dr. Jorge Villarroel Idrovo
A raíz de la pandemia del Corona virus, diversos órganos de comunicación han difundido múltiples informaciones sobre las pandemias que ha sufrido la humanidad a lo largo de su historia. Esos medios, nos relatan principalmente cuatro o cinco plagas que han provocado terribles impactos en el mundo sobre todo en Europa. Para comprender la magnitud de estas catástrofes, lo común es presentar el número aproximado de fallecidos, que han dejado estos males.
Según estos relatos, la Peste Negra ocurrida en el siglo XIV dejó 50 millones de muertos, lo que diezmo sensiblemente la población europea. Se estima que la Gripe Española (1918) produjo la muerte de 30 millones en diferentes países. La Gripe Aviar, según la ONU, provoco la muerte de un millón de personas. El Virus de Inmunodeficiencia Adquirida, más conocido como SIDA ha dejado alrededor de 25 millones muertes en todo el planeta, desde su aparición a fines del siglo pasado.
Sin embargo, poco o nada se dice sobre la pandemia que asoló América Latina y el Caribe, a raíz de la conquista española y lusa. Para hablar con propiedad, más que una pandemia contra las poblaciones aborígenes, debe calificarse de un genocidio irrogado por la invasión europea a través de tres mecanismos: la difusión de pavorosas enfermedades, las matanzas de la conquista armada y la esclavitud de los habitantes originarios.
Si bien no faltan datos sobre esta estremecedora masacre, la verdad es que los medios comprometidos con el poder, parecen no estar interesados en difundir estos funestos acontecimientos históricos que tuvieron profundas repercusiones en los pobladores del continente y el destino de nuestras naciones. Asimismo, la historia contada en nuestros sistemas educativos y textos escolares, son muy renuentes a relatar semejantes atrocidades. Parecería que ha existido una abierta o velada intención de ocultar el genocidio aborigen.
Para reconocer la magnitud de esta mortandad, he aquí algunos datos históricos relatados por diversos expertos y cronistas de la época.
Los investigadores no están de acuerdo en establecer la población aborigen del continente, desde el sur del Rio Bravo hasta la Patagonia. Algunos como German, Diamond, Galeano aseguran que la población cifraba entre 50 y 60 millones de habitantes. Lo cierto es que al cabo de 200 años de colonialismo, la población sufrió una merma de por lo menos 40 millones de personas. El ecólogo Jared Diamond, en su obra Armas, gérmenes y acero, ganadora de un premio Pulitzer y varios premios al mejor libro científico, estima el impacto de las enfermedades introducidas por los europeos, en un 95% de la población:
¿Cuáles fueron los principales factores de este proceso?
De acuerdo con los especialistas, enfermedades como la viruela, el tifus, el sarampión, poliomielitis., la peste bubónica, la escarlatina, la difteria, y las repugnantes enfermedades venéreas, fueron las causantes de la devastación poblacional. Estas enfermedades eran desconocidas en nuestras tierras,. Los conquistadores introdujeron, entonces, estas terribles plagas, provocando un reguero enorme de cadáveres a lo largo y ancho del continente. Los historiadores de la época, relatan que los pueblos no se daban abasto para enterrar a sus muertos. Al no tener defensas contra estas pestes, la muerte duro por lo menos cien años.
Pero si la masacre causada por las pandemias no fuese suficiente, los europeos ávidos de riquezas, sobre todo de oro y plata, sometieron a las comunidades indígenas u una esclavitud despiadada, donde no importaba el número de fallecidos en las minas, los campos, los obrajes, la mitas. En estos sitios, el hambre, la inanición los castigos fueron las prácticas comunes, lo cual obviamente les llevaba a una defunción inevitable. Todo este salvajismo, era algo natural para los colonizadores, quienes deseaban extraer la mayor cantidad de riquezas. La explotación minera es la que mayor número de fallecidos produjo a lo largo del continente. Todo, con tal de llenar los galeones con los minerales que eran llevados a España y Portugal. Este saqueo duro 300 años, tiempo en el cual Europa se enriqueció. El ejemplo más conocido de esta carnicería es el relatado en la obra de Eduardo Galeano: “Las venas abiertas de América Latina”. Su más conmovedora narración es lo que ocurrió en las minas de Potosí, donde se cree que murieron 8 millones de esclavos indios, durante más de dos siglos.
La otra fuente del exterminio fue el sistemático aplastamiento de las rebeliones indígenas contra los colonizadores. Numerosos encuentros terminaron en masacres despiadadas contra quienes osaban levantarse contra los opresores o la Corona. Miles de líderes y combatientes fueron quemados vivos, degollados o descuartizados por la soldadesca imperial.
Pero los crímenes también eran fuente de diversión para los invasores. El cronista Fray Bartolomé de las Casas, relató cómo los indígenas eran tomados como elementos de caza, para el entretenimiento de los “valientes” filibusteros europeos.
Si alguien no considera que estos aciagos acontecimientos no constituyeron un atroz genocidio, que por favor se quite del diccionario la acepción de este término. En realidad, faltarían palabras para describir la monstruosidad de las acciones de los colonizadores contra nuestros ancestros.
En esta barbarie la Iglesia Católica tuvo un papel determinante, pues permitió y aupó el exterminio aborigen. Desde luego no se podía esperar otra perversidad, si para los amos, los indios no era seres humanos, sino bestias, a los cuales se podía aniquilar sin ningún remordimiento. Solo recién en 1537 el Papa Pablo III emite una Bula declarando que los pobladores de estas tierras eran personas. Sin embargo, este edicto poco cambio las concepciones de los opresores respecto a sus súbitos, considerándolos como seres inferiores. Galeano tiene una apostilla punzante de este acontecimiento: “En 1492 los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo y que ese dios había inventado la culpa y el vestido, y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja”.
Por su parte, el Papa San Juan Pablo II en 1984, en su viaje a América, recibió de los herederos del indigenado peruano y boliviano, una carta que en uno de sus párrafos decía: “Hemos decidido aprovechar la visita del Papa para devolverle su Biblia, pues en cinco siglos no nos ha dado ni paz, ni amor, ni justicia… Por favor, llévese su Biblia y désela a nuestros opresores, cuyos corazones y cerebros necesitan más de sus preceptos morales…”
En relación con estos hechos el Presidente mexicano López Obrador demandó al Rey de España que pida disculpas por la sangrienta conquista de México. Obviamente, la soberbia de los racistas, no les permitió cumplir con este reclamo. Más bien, este país considera que habían hecho un favor a los pueblos originarios al castellanizarlos, cristianizarlos y darles la cultura europea. De paso, es preciso decir que en la actualidad, con esta tesis mesiánica, coinciden los blancos y curas criollos.
Cuando se analizan estos estremecedores hechos, no faltan personas que sugieren que todo ha quedado en el pasado y que ahora se vive vientos de libertad, respeto y justicia para los pueblos originarios. Desde luego, esta creencia no es sino una opinión miope o sesgada; la verdad es que el colonialismo, dejó profundas marcas en las maneras de pensar, sentir y obrar de nuestros habitantes. Los pensadores latinoamericanos del Grupo Decolonial, Quijano, Dussel Lander, Mignolo y otros, son quienes han profundizado las ominosas secuelas de la opresión colonial que perduran en los tiempos actuales. Ellos acuñaron la expresión “Colonialidad del Poder, del Saber y del Ser”, para describir las “basuras” mentales que han dirigido la existencia de nuestras naciones.
Los efectos más visibles, han sido el empobrecimiento, la dependencia, el racismo, la depredación medioambiental, el atraso científico-tecnológico, la corrupción… Especial mención debe hacerse a la instalación del concepto de raza. El colonialismo, dejó sentado, para siempre, la estratificación social por etnias. En lo más alto de la jerarquía social se ubicó a los blancos, quienes se arrogaron el papel de amos planetarios. Los mestizos, por su parte, han estado al servicio de los primeros y los indígenas y negros en lo más bajo de la escala, como simples parias del sistema.
Julio 2020