Por Francisco Escandón Guevara
18 años transcurrieron luego de la última visita presidencial a los Estados Unidos de Norteamérica. En esa cita Lucio Gutiérrez capituló su programa de gobierno, a cambio de préstamos internacionales para cubrir el déficit fiscal, al autoproclamarse el mejor amigo del imperialismo norteamericano.
Ese encuentro, que lo organizó el banquero Lasso, dividió las aguas con el pueblo ecuatoriano, pues el gobierno a nombre de colaborar en la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y la insurgencia pactaba la profundización del neoliberalismo, mientras se iniciaba la oposición popular que culminó con la salida de Gutiérrez.
Deberían estar frescas esas lecciones de la historia reciente, pero Lenin Moreno las ignora al decidir que sus últimos meses de mandato serán de mayor sumisión a los intereses norteamericanos. El régimen revalidó los compromisos que hizo Lucio, a excepción de que ahora el enemigo inmediato a vencer ya no es la guerrilla, ni el régimen talibán o Al Qaeda, sino el gobierno venezolano de Maduro.
Moreno quiere ser el nuevo mejor amigo de los gringos, pues hace reverencias al régimen neocolonial y pretende constituirse en alfil de los intereses norteamericanos en Sudamérica.
Esa apuesta es ridícula, es imposible la firma de un Tratado de libre comercio entre países cuyas asimetrías colocan a la superpotencia con un Producto Interno Bruto 200 veces superior al ecuatoriano y con una producción agraria subsidiada. A esos mayúsculos problemas se suman la falta de capacidad competitiva de los productos nacionales, la no diversificación de las exportaciones ecuatorianas, el débil aparato productivo, la división internacional del trabajo, etc.
Tampoco es negocio convertirse en el apéndice ideológico, militar y político del gobierno de Donald Trump, pues equivale a ser el lugarteniente del autoritarismo, a encarnar la xenofobia que enjaula niños y levanta muros en las fronteras, a personificar la amenaza del racismo y la guerra permanente, etc.
El país no puede ser la meretriz de los intereses norteamericanos, chinos o rusos que ahora apuntan a la privatización de las áreas estratégicas y a lo que resta de concesiones minero-petroleras. La dependencia debe terminar para que las perspectivas del desarrollo no sean condicionadas por terceros y obedecidas por las élites vendepatrias.