Hablemos de subsidios

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Por Alberto Acosta

“Erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia”.

Nelson Mandela

Nuevamente aparece en el horizonte la discusión sobre los subsidios. En concreto sobre los subsidios de los combustibles. Tema importante, que debe ser abordado. Pero en medio de este barullo, cuando priman las urgencias fiscalistas y muchas lecturas simplonas, no se habla de otros subsidios, muchos de los cuales resultan perversos.

Lo cierto es que en nuestra economía -como sucede en otros países-, se subvenciona directa o indirectamente a los grandes grupos económicos locales e inclusive transnacionales, camuflándolos como incentivos. Eso alienta estructuras y prácticas parasitarias, en donde campean los empre-saurios.

Basta citar un par de ejemplos.

Concentremos nuestra atención en las mineras: estas empresas tienen tarifas preferenciales por el consumo de electricidad, lo que representaría unos 100 millones de dólares de incentivo; gozan de diversas exoneraciones arancelarias y tributarias: por ejemplo, entre otras ventajas, no pagan impuesto a la renta hasta que no hayan recuperado sus inversiones; el agua que utilizan no tiene costo alguno, pero eso sí, el agua utilizada tendrá que ser asumida como un pasivo, de una u otra manera, por el Estado; en sus análisis de costo beneficio no aparecen los impactos sobre las comunidades que pierden sus actividades agrícolas, artesanales, turísticas… no se habla de los brutales impactos sicosociales. Y para colmo, ningún proyecto minero cumple con el mandato constitucional que establece que: “El Estado participará en los beneficios del aprovechamiento de estos recursos, en un monto que no será inferior a los de la empresa que los explota” (art. 408).

Hay otro rubro de multimillonarios subsidios, aquel de las exoneraciones, incentivos y beneficios tributarios que anualmente terminan sobre todo en el bolsillo de los más ricos. Estas exoneraciones tributarias son concedidas a personas naturales y jurídicas por Impuesto al Valor Agregado (IVA), por Impuesto a la Renta y por otros beneficios tributarios. Si nos concentramos únicamente en las personas naturales que reciben esas ventajas fiscales, constatamos que el monto de dichas exoneraciones en el año 2021 fue de 714 millones de dólares, de los que el 10% más rico de la población obtuvo una tajada de 598 millones y el 1% más rico de 148 millones de dólares. Aquí hay mucho subsidio para cortar, basta ver que, si se suman los ingresos petroleros de los diferentes presupuestos del Estado desde el año 2014 hasta el año 2023, se comprueba que año tras año el monto de dichos subsidios ha sido muy superior en relación a los ingresos petroleros.

Otra forma de subsidios constituye el monto de multimillonarias condonaciones de deudas tributarias a los grandes grupos económicos, entre los que se encuentran los mayores bancos e inclusive empresas extractivistas, como las petroleras. Esta práctica se repite de tiempo en tiempo: lo hizo Lenin Moreno en el 2018, Rafael Correa en el 2015 y 2008, Daniel Noboa en el 2023 (esta última condonación debe superar largamente los 1.300 millones de dólares de regalo).

Pero hay muchos más. Citemos otro par. El apoyo para importar agroquímicos sin aranceles que beneficia sobre todo a los grandes agroexportadores. La misma evasión tributaria, que llega a los 7.000 millones de dólares al año, según la CEPAL, constituye otra forma de incentivo perverso a los grandes contribuyentes que no pagan sus impuestos.

Por cierto, se puede y debe hablar de los subsidios a los combustibles. Si ha llegado la hora de superarlos, hagámoslo de forma integral, con criterios sociales, productivos, ecológicos, energéticos, regionales y no solo por razones fiscales derivadas de las imposiciones del FMI. Empecemos por definir el monto real de dichos subsidios y por comprender el problema que radica en la estructura de precios de la energía (incluye en especial combustibles y electricidad), que beneficia a los más pudientes. A partir de esas constataciones, veamos la mejor manera para focalizarlos sin afectar a los sectores populares: la eliminación o reducción de los subsidios a los combustibles no puede reflejarse en una caída del salario real o en un aumento del desempleo por el incremento de los costos de producción. Incluso es preciso analizar el momento para tal revisión, pues no conviene alentar más las actuales tendencias recesivas que priman en la economía. Además, una reducción o eliminación del subsidio a las gasolinas, por ejemplo, debería venir de la mano de un masivo subsidio al transporte público, que de todas formas debe mejorar en calidad y cobertura.

Es hora, entonces, de cuestionar todos los subsidios, empezando por aquellos que son social, ecológica y económicamente ineficientes, sin olvidar los subsidios ocultos y perversos, pero sobre todo desmontando todos aquellos que son muy eficientes… para el gran capital. Así se daría un primer paso para erradicar la pobreza.

Fuente: Revista Plan V

Junio del 2024

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