Por Marco Villarruel A.
A nadie le cabe duda que la intervención del FMI estaba preparándose desde fines del gobierno de Rafael Correa. El ex presidente había ordenado restablecer los contactos, también con el Banco Mundial, al que, incluso, se le proporcionó las oficinas tradicionales en el Ministerio de Finanzas. Comenzó a gestarse desde que las cifras decían que no había dinero para pagar a los empleados públicos.
El FMI es como un gavilán que otea su presa desde las alturas. Observó la clásica crisis del déficit fiscal, que en este caso lo comandó un desaprensivo R. Correa y se abalanzó sobre el país, al que encontró desguarnecido debido a la impericia y oportunismo de Lenin Moreno.
Las recetas, como se sabe, están hechas. Nada más hay que adaptarlas a los países; actualizarlas –a las nuevas tecnologías por ejemplo – y aplicarlas. El único requisito insalvable es la voluntad política del gobierno receptor. Y en el caso ecuatoriano el terreno estaba cultivado pues la mayoría empresarial del Gabinete lo garantizaba.
¿Cuáles son las exigencias fundamentales que el gobierno ecuatoriano tenía que cumplir? Restaurar la prudencia en la política fiscal: es decir bajar el déficit al 30% del PIB (que ningún gobierno lo cumple), bajar drásticamente el número de empleados públicos (masa salarial, en el lenguaje eufemístico de la burocracia politizada el FMI). Amortizar los sueldos del sector público a los del sector privado, que gana menos.
Atención a esto, que viene a ser la columna vertebral del contrato: Optimizar los subsidios a los combustibles, comenzando por los del diésel de uso industrial
En el caso ecuatoriano, como en las demás partes del mundo, se cargan contra los empleados públicos. El documento contemplaba la rebaja de las vacaciones y el descuento de un día de sueldo. Ésta última la más curiosa de las exigencias del FMI. Seguramente era un gesto de buena voluntad ante el empresariado.
“Monetizar los recursos del Estado” dicen sibilinamente para no decir privatización de las empresas públicas. Con solemnidad delictiva terminan diciendo que el crecimiento de la economía decrecerá y aumentará el desempleo. “La mesa servida”, como diría el nefasto personaje.
Con viajes y gran pompa se firmó la Carta de Intención. La siguiente etapa fue la del ablandamiento ciudadano a cargo de Otto, el precandidato, quien además dijo que nos preparásemos, que ya vienen las medidas. Paralelamente, igual que en otros países, se dispuso la preparación de las Fuerzas Armadas y Policía, e inclusive se les dota de equipo nuevo. El FMI es experto en asesorar la represión a los levantamientos populares que inevitablemente se producen en los países intervenidos. El último caso fue Argentina.
Y entonces ocurrió que el mismo día que Lenín Moreno expide el decreto que hace operativo el acuerdo, las masas populares se levantan con la dirección del movimiento indígena, que también venía anunciando que no permitirá la expedición de medidas neoliberales.
Fue una lucha atroz. Con el aditamento nacional de la intrusión de quintacolumnistas de la línea correista que cumplieron lo acordado en Barquisimeto, es decir, aterrorizar al pueblo, crispar a las instituciones públicas, y con hipócrita oposición a las medidas económica exigir la desaparición política de Lenín Moreno, al cual le tienen jurado. No les importa el país. Quieren el sacrificio de Lenín.
Luego de doce días de tenaz enfrentamiento y frente a la realidad que significa un país absolutamente detenido, en llamas, con decenas de heridos, muertos y desaparecidos, el gobierno debió ceder y derogar el decreto 883.
Es la derrota más estruendosa del FMI. Nunca se esperaban semejante reacción popular, a pesar del apoyo soterrado de la quintacolumna terrorista. Incluso Argentina, con el poder explosivo del populismo kirchnerista pudo hacer retroceder de manera tan espectacular al FMI.