Por Marco Villarruel A.
Vivimos una era a lo Matrix, donde lo absurdo se ha hecho posible gracias a la práctica de los políticos tradicionales, que incluso roba los espacios a las noticias de la delincuencia común.
Vamos perdiendo la capacidad de asombro por la práctica de políticos y gobernantes, de antes y de ahora, y a ello han coadyuvado los noticieros que nos saturan hasta que perdemos el horizonte de lo real y lo falso, de lo real y lo fantástico. Ya da lo mismo.
Las formas han reemplazado a los contenidos (la realidad por su simulacro), llevándonos disimuladamente a los campos de lo fantástico. Jamás pudimos esperar expresiones como las de Bolsonaro : “Ella no merece ser violada, porque es muy mala, porque es muy fea, no es de mi gusto, jamás la violaría”. Trump llamó a las mujeres «cerdas gordas, perras, y animales desagradables», o “Yo podría estar parado en medio de la Quinta Avenida y disparar contra alguien, y no perdería ningún votante». El presidente filipino Rodrigo Duterte, tras insultar al ex presidente Obama y al Papa Francisco, ordenó a los soldados disparar contra las vaginas de las guerrilleras comunistas para que no pudiesen procrear.
La subasta de la moral. Así se entiende a las palabras de la asambleísta enjuiciada y sancionada por extralimitarse en sus funciones, porque dice que su condena es “por un tema de género”, y a la otra que prefiere enfermarse para no asistir al juzgamiento por exigir “diezmos” a sus subalternos. O algo peor, los asambleístas que se abstuvieron en la votación sobre el informe del asesinato al general Gabela. Y la ex Vicepresidenta que muy suelta de huesos justifica sus cobros irregulares diciendo que se la cesa por ser “mujer de izquierda”. La moral pública fue lapidada. Dignidad es una palabra que desconocen.
Lo cierto es que el espectáculo en la Asamblea y en otros escenarios ecuatorianos se desarrolla en los términos del deterioro de la política y de la moral. Pocas veces se ha dado tanto trasiego de las conciencias como consecuencia del vendaval correísta que adopta formas caprichosas e inesperadas.
Pero también el cinismo (falta de vergüenza a la hora de mentir) acompaña al discurso de los corruptos que se ingenian para decir cualquier cosa como coartadas a sus fechorías que, ya sin sorpresa, a veces convencen a los jueces.
El tiempo pasa y cada día se multiplican los escándalos del gobierno que nos amenazó con durar 300 años. Son pocos los malhechores presos pero no ha sido posible recuperar un solo dólar. Aquello de no sancionar es como darle un cariz sentimental a la democracia en el sentido de que mejor es olvidar y perdonar porque es tan breve la vida.
La masividad del mal ha hecho que crezca la indiferencia. Es como aceptar la banalidad del mal, como decía la filósofa Arendt, y por ello los burócratas malos aceptan que delinquieron porque cumplían con su deber, o en el caso de los intelectuales de libre flotación, como decía Fredric Jameson, creaban literatura y teoría porque había que hacerlo. Es que algunos pensaban que era el mejor presidente de la historia.