Por Francisco Escandón Guevara
A pocos días de la elección, la competencia por llegar a Carondelet es un letargo de yerros, al punto que el balotaje se convirtió en un reality show, con aminorada audiencia, en el que los protagonistas apenas flotan en sus miserias discursivas y en las acusaciones mutuas de quién es más dañino.
Lejos de las expectativas esperadas, la campaña se volvió cansina. Salvo escasos contenidos marketeros, a los binomios les preocupa más viralizar el error de los contendientes que sus propios programas de gobierno.
Paradójicamente las nimiedades desplazaron a lo esencial. En el centro del debate tiene más preponderancia los tatuajes o las habilidades deportivas, culinarias y artísticas de los candidatos antes que las políticas y programas para resolver la inseguridad, la deuda pública, el desempleo, las carencias de salud y educación; etc.
Esos distractivos encubren los límites de los binomios y sobre todo camuflan sus proyectos políticos que representan a las élites desde diferentes modelos de acumulación; Luisa es portavoz del desarrollismo a partir de la reprimarización de la economía y la renegociación de la dependencia, en tanto, Noboa tiene la impronta del áspero neoliberalismo. En el fondo, se trata de dos rutas con un mismo destino final: el capitalismo.
Ninguno de los binomios son alternativa para el cambio, al contrario, continuarán la senda de cualquiera de los tres últimos gobiernos que concentraron más riquezas en poquísimas manos, aunque ello signifique precarizar la vida, el trabajo, la naturaleza o la soberanía.
Ojalá el debate cambie esa inercia de la campaña. A partir de allí se precisarán las tendencias y se desenlazará al triunfador de esta contienda electoral aún en disputa. Las alternativas posibles son: el proyecto misógino, privatizador y oligarca del hijo del magnate bananero, la impunidad correísta añejada en la moral conservadora del prófugo y su sed de venganza o el voto nulo que es la opción decente y válida.
Cualquiera gane, Luisa o Noboa, gobernará calculando una posible reelección inmediata y aplazando, en medida de lo posible, el tratamiento de los problemas estructurales del país. En ese cortoplacismo las acciones serán cosméticas, espectacularizadas, para producir un efecto placebo en las masas, supuesto bienestar, de poca solución y mucha promoción.