Por Alfredo Espinosa Rodríguez*
Para el sistema educativo mercantil (corporativo), el ser humano es un recipiente vacío, un sesto que debe llenarse con la mayor cantidad de “conocimientos” para así, salir de su estado de inferioridad, ignorancia e incluso cosificación.
A diferencia de lo que promueven los negocios educativos en sus “estándares de calidad”, la humanización de los individuos no parte de la mayor cantidad de conocimientos adquiridos en jornadas agobiantes o en la implantación espuria de valores y antivalores seguidos al pie de la letra; por el contrario, tiene que ver con el tipo de conocimiento en sí mismo y si este sirve como herramienta de des-aprendizaje de la tradición escolástica y capitalista de la enseñanza, cuya tradición promueve la filantropía travestida de solidaridad, el individualismo y la meritocracia como sistema de castigos y recompensas para aquellos adolescentes jóvenes y docentes que dejaron sucumbir su autonomía de pensamiento frente al beneficio del elogio.
Esta opresión moderna avalada por la mirada nacional e internacional que certifica la burocratización de las fábricas de inducción educativa (colegios), también envuelve en su dinámica a los docentes, quienes –en la mayoría de los casos- cumplen el rol de capataces en los procesos de disciplinamiento y producción de individuos dóciles, quienes al no leer textos profanos a los dispuestos por la institución, casi nunca se preguntan ¿cómo conocen lo que conocen?
Desde esta perspectiva, la excelencia de los profesores no se mide a través de las publicaciones e investigaciones que realicen, tampoco por el entendimiento analítico de sus guías (que vale mencionar son una suerte de biblia cuya veracidad resulta irrefutable); sino más bien por la reproducción mecánica y verborréica de los valores/antivalores institucionales.
En el panóptico, las reglas del juego autoritario deben seguirse al pie de la letra. Este es un acto violento que castra el libre pensamiento desde temprana edad y seda el espíritu contestatario y rebelde de adolescentes y jóvenes a quienes se les adoctrinó pastoralmente para obedecer a ultranza y no para discernir en un mundo y en una sociedad que no es color de rosas. Siendo así, atributos como la creatividad, el pensamiento crítico, la reflexión y la audacia se ven limitados por el cerco que imponen la eficiencia y la eficacia rentables. ¿Se puede promover el pensamiento crítico en el panóptico sin ser objeto de sanción? ¿Se puede reflexionar sobre el papel autoritario de la pedagogía corporativa sin ser tachado de “problema”? ¿Cómo asumir nuevos retos con sujetos pasivos?
La pedagogía corporativa no se piensa a sí misma en estas interrogantes, sino por el contrario, promueve la aceptación de su autoridad y de una forma de poder económica que hace elásticos los derechos de los adolescentes y jóvenes en función de los ingresos que representan –irónicamente- para alimentar su propia opresión (aunque a mediano y largo plazo las consecuencias resulten fatales en su formación académica y humana); mientras que los deberes de estos estudiantes (clientes) quedan reducidos al capricho voluntarioso que les concede el poder del dinero.
En este sistema educativo de corte carcelario, la verdad es una categoría monolítica que no acepta posiciones contestatarias. Su versión malidecente de un solo cariz, convierte a los alumnos en cifras (calificaciones o dinero), entes deshumanizados sin nombre ni apellido a quienes el proceso de inducción les enseñó a ser leales con el autoritarismo que ellos mismo financian, antes que con el pensamiento plural, solidario y democrático de una nueva pedagogía de la cual pueden ser protagonistas. Mientras que los docentes son mano de obra barata que se puede suprimir por el amplio ejército industrial de reserva de profesores que aguardan una oportunidad para laborar.
Un nuevo tipo de pedagogía no se puede concebir al estilo McDonald. Tampoco haciendo de la educación un ritual religioso que debe cumplirse canónicamente.
Un nuevo tipo de pedagogía social va mucho más allá de las estructuras físicas y la selva de cemento; tiene que ver con el proceso dialéctico de los intercambios de ideas entre libre pensadores y demócratas que conciben a la educación como un ejercicio subversivo frente a la opresión del sistema vigente, en cualquiera de sus manifestaciones.
La pregunta es ¿hasta qué punto hemos aportado para crear un nuevo tipo de pedagogía, un nuevo tipo de realidad?
*Comunicador Social. Maestrante de Estudios Latinoamericanos. Analista en temas de comunicación y política. Docente.