Por Jaime Chuchuca Serrano
A Jacques Rancière, filósofo francés, no solo le gusta jugar con la etimología de policía y política, –pues el origen es mutuo; la polis griega como ciudad-estado; la politeia como derecho de ciudadanía y la relación entre los ciudadanos con el Estado– sino que encuentra que la política no se caracteriza por el consenso, sino por el desacuerdo. No obstante, el orden liberal confundió la política con la policía, es decir, la dominación permanente para negar el desacuerdo, la política. La policía no es solo una institución como tal. En el orden policial ingresan hasta las elecciones, dice Rancière, donde los votantes creen que juegan un rol fundamental, pero es marginal dentro del reacomodo de las fuerzas. Mientras tanto, la política, en lo esencial, es el desacuerdo con el voto, con las instituciones; la protesta, el cuestionamiento al poder, la critica a la dominación policial. Lo policial, para Rancière, niega lo político; hace creer que la población cuenta para decidir, a pesar de que no es así.
En el oficio policial ingresan diferentes actores, que con su discurso determinan la acción, la verdad, la fuerza de la palabra: medios, religiones, iglesias, escuelas, universidades. El escenario policial crea la ilusión de condiciones de igualdad, donde el Estado monopoliza la política y los ciudadanos son despojados de ella. Se podría analizar de muchos modos la policía, pero que mejor que hacerlo desde la institución misma. En Ecuador, la policía es un cuerpo orgánico de poder, que por decenas de años ha formado una cúpula y oficialidad familiar de la más dura jerarquía. Estos gozan de grandes privilegios, que se distinguen claramente de los suplicios de la tropa. En estos últimos años, por si fuera poco, la policía ha aumentado su relación con el narcocrimen; con lo que la formación que vigila el delito se ha convertido en la misma que delinque. Se podría ver esto como un simple vicio que aqueja al cuerpo, pero es un cáncer que lo domina.
En los levantamientos de octubre de 2019 y junio de 2022, una constante expresión de la población fue: ¡si ha habido policías!, por cientos, por miles; armas, toletes, municiones, tanquetas, trucutús, balas de goma, perros, chuflays. Pero para controlar a la población levantada, crítica. Y la pregunta frecuente es: ¿dónde están cuándo hay ladrones, inseguridad, crimen? Antes de conocer los espeluznantes hechos del femicidio de María Belén Bernal por el teniente Germán Cáceres en la Escuela de la Policía, el comandante nacional de la policía reveló que hay 450 efectivos desvinculados por año, por relacionarse con el narcotráfico. ¿Dónde no hay podredumbre en la institución? A María Belén no solo la mató un policía, sino el Estado, con la fuerza del privilegio, con la vergonzante derrota de toda virtud, con la espantosa confusión de no saber si persiguen el delito o si lo esconden y llevarlo a política de Estado.