Francisco Garzón Valarezo.
Hubo un momento en la historia de la humanidad en que seis gruposde homos compartieron la tierra al mismo tiempo, de entre ellos, uno logró mantenerse hasta hoy y conquistar el mundo, el homo sapiens. Los demás naufragaron en el océano de los siglos. De ese homo sapiens venimos todos los seres humanos que poblamos la tierra.
El ilustrado Albert Einstein lo sabía con certeza porque cuando llenaba el formulario para acceder a la ciudadanía de los Estados Unidos, en el casillero que decía raza, escribió: humana.
La gente que no pisó la universidad, que nunca escuchó la palabra antropología, acaso no pueda dar una explicación científica sobre el origen de la humanidad, pero es de intuición fina cuando cita el dicho: el que no tiene de inga, tiene de mandinga.
Tal vez algún burgués de vieja estirpe, de esos que maldicen con rudeza la protesta de octubre no sepa que tiene un primo lejano, o cercano entre los indios. O entre los negros. Un experto en genealogía los puede ilustrar. Los burgueses, entre ignorantes y malos se han dado al trabajo de denigrar a los indios y acusarlos de todos los males, tal como ocurrió en Alemania las fechas previas a la afirmación del fascismo.
Ecuador está viviendo algo parecido a lo que vivió Alemania con los judíos. La úlcera del racismo y el odio de clase fluyen sin control, y el Estado, llamado a enfrentar esta aberración, la promueve de manera hipócrita. Se reanudó en el anterior gobierno cuando hostigaba a los dirigentes de los indios; cuando buscó despojarlos de su sede; cuando usó contra ellos un griterío repulsivo: “ponchos dorados, emplumados, siki ñawi”; cuando les montó juicios de oprobio.
El presente gobierno no se queda atrás. Con su carita de cojudo, con la hojarasca de su palabrería rebuscada, busca frenar la participación indígena en la vida política del Ecuador y usa el racismo plagado de mentiras y enredos para evadir los graves problemas del Ecuador. Cuenta con el apoyo de la oligarquía y sus medios de prensa, cuyos editores no tienen vergüenza en mostrar sus caninos fascistas. En su desvarío acusan a los indios de racistas, como si estos, oprimidos y silenciados, tuviesen la misma facultad opresora que tienen los burgueses desde sus reductos de poder; los acusan de vándalos y terroristas ajustando su análisis en cualquier otro tema antes que en el origen de la protesta popular.
Negar la historia y el rumbo de las etapas sociales es el plan de los sucesores ideológicos de la colonia. En el tiempo del dominio español no se llamó indígenas a los nativos de América[i], se les llamaba indios o incas y el prejuicio no era sobre la “raza” sino sobre la religión. El reparo de los españoles hacia los indios era el paganismo.
Con la independencia aparecen las palabras indígena y mestizo en el hablar de los criollos, las utilizaban como una categoría política para relegar a quienes no eran de su círculo. Pese a que los indios y los negros pusieron los muertos en las guerras, estos no fueron llamados a debatir y decidir la creación del Ecuador. Con el paso de los años, la pequeña élite de castas, el 0,22% de la población, se consolidó como clase dirigente de la nación y sometió, con su legislación y sus reglas a pueblos y nacionalidades. Sin embargo; los burguesitos de hoy, meten bulla porque “una minoría de indígenas” confronta opiniones sobre temas que interesan a la mayoría de ecuatorianos.
No era conveniente reconocer a las nacionalidades que habían existido milenios antes de la fundación del Estado. Después de haber contribuido con su sangre a la creación de un nuevo país, los indios y negros siguieron -y siguen- siendo vistos como poblaciones de segunda. Y esa mirada de desprecio, de odio y temor se mantiene en la burguesía. Temen a su unidad y organización, al despertar de su conciencia, a su potestad de expresar sus ideas políticas, pues la burguesía se ha atribuido la facultad de pretender saber que necesitan, que les conviene a los indios y al pueblo, pero sin discutir con ellos los temas de sus derechos. Juzgan que es suficiente con obsequiarles picos, palas, semillas, abonos. Tal es así que sin ni siquiera consultarlos, les cerraron miles de escuelas interculturales bilingües que hasta hoy se reabren.
Los habitantes que poblaron el Ecuador durante
miles de años se llamaban Cañaris, Épera, Cofanes y varios nombres más, con la llegada de los españoles y por cerca
de 300 años se les llamó indios; con el nacimiento de la república se los bautizó como indígenas. En un nuevo Estado donde la declaracion de
prurinacional y pluricultural deje de ser un enunciado, nuestros compatriotas
volveran a llamarse como se llaman, vivirán en
condiciones de igualdad, y no de subordinación ni sumisión y sus nacionalidades
y culturas serán respetadas, su poesía, su novela, su pintura, su tierra, su
lengua, su danza, su canto, sus religiones serán reconocidas.
El 12 de mayo de 1783 el español José Antonio de Vallejo, presenta un informe del censo realizado en Santiago de Gualaceo, y detalla el número del almas entre castas, negros, blancos, esclavos, indios quintos, naturales, indios forasteros, indios encomenderos, párvulos, pero no aparece la definición de indígena.
(Análisis de estadísticas socio-demográficas. Silverio Chisaguano M. 2006, noviembre)
En 1635 un obispo de apellido Maldonado escribe al rey Felipe V desde México contándole que “en esta tierra poco hablan los indios y los españoles el castellano”. En 1735 desde Quito llega a España otra carta que dice: “los amos hablan a los indios en la lengua del inca porque está más connaturalizada la lengua de los indios”.
(El genio del idioma. Alex Grijelmo. Febrero 2005)