Por Francisco Escandón Guevara
Inicia un nuevo mandato presidencial. Durante los próximos dieciocho meses, Daniel Noboa será el timonel de un país agobiado por la inseguridad, el desempleo, la desinversión social, el estancamiento económico, la enorme deuda pública, etc.
A diferencia de un período de cuatro años, el nuevo gobierno no tendrá los cien días de tregua que se le suele ofrecer al nuevo inquilino de Carondelet. Inmediatamente el hijo del magnate bananero deberá revertir la tormentosa herencia que recibe del régimen saliente o verá esfumarse su anhelada reelección.
Después de la aguda crisis política que encontró un desfogue en la muerte cruzada, el propósito de las élites es evitar que se repitan los sobresaltos en su democracia liberal, por ello insisten en la unidad en torno a la nueva administración y en la gobernabilidad como mecanismo para superar sus contradicciones interburguesas.
Por ahora el llamado tuvo eco. Al pacto de Noboa, Correa y Nebot se adhirieron asambleístas de otros partidos para designar a las autoridades de la Asamblea Nacional. El socialcristianismo logró la corona para gobernar desde la legislatura, el oficialismo controlará las comisiones de desarrollo económico y tributaria para apalancar su programa económico, en tanto, el correísmo buscará la impunidad de los corruptos desde las comisiones de justicia, garantías constitucionales y fiscalización.
Al parecer, las debilidades políticas de Noboa (sin una fuerza consolidada, ni mayoría legislativa por sí mismo y con retrasos en la conformación del gabinete ministerial) lo ubican a merced de este tipo de aliados que mantendrán los acuerdos sólo si sus intereses son satisfechos.
Esa es la señora gobernabilidad de la que tanto hablan las élites. Son pactos, entre aquellos que hasta hace un momento se declaraban contrarios, con el propósito de allanar la cooperación entre el ejecutivo y el legislativo para sostener el status quo, aunque ello signifique darle la espalda al pueblo ecuatoriano.
De nada servirán los pactos de gobernabilidad si la inercia neoliberal y de impunidad se prolongan. Arrodillarse de entrada al Fondo Monetario Internacional huele a fracaso, pactar con los responsables de la crisis es continuismo, nombrar en la cúpula del gobierno a personajes que sirvieron a los tres últimos mandatarios es ceguera y ensayar la amnistía para el prófugo Ricardo Patiño, enseguida de la posesión, es premiar la corrupción.
Si juegan con la paciencia de la gente, más temprano que tarde el pueblo se levantará.