Los repartos

Periódico Opción
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Por Francisco Escandón Guevara

Semana tras otra el Ecuador naufraga en los escándalos de la corrupción. Cualquier noticia es eclipsada por los titulares de la institucionalización del robo que compromete a los gobernantes.

La corrupción forma parte del ADN de las élites. Es la consecuencia de una sociedad en la que el poder es controlado por una minoría, es la resaca de un sainete electoral en donde delincuentes se disfrazan de políticos para ganar elecciones y continuar con el desfalco.

Esa democracia es una estafa, pues constituye un esquema cíclico de perfeccionamiento del atraco. Así las instituciones son secuestradas por eternos comensales de Carondelet, por camaleónicos contratistas, por sinvergüenzas asalariados estatales que defienden intereses privados.

Antes del gobierno de Moreno, el liderazgo de Correa, cobijado en la majestad presidencial de jefe de todos los poderes del Estado, fue el epicentro de la corrupción. Desde la cúpula se organizó una estructura delincuencial para cobrar coimas, diezmos y sobreprecios, para administrar las sentencias de los jueces, para dirimir el ganador de cada proceso electoral, para cubrir las espaldas de sus cómplices, para instaurar la impunidad. Ese aparato mafioso persiguió a los críticos, mientras los aplaudidores y aduladores del líder fueron premiados con cargos y contratos siempre que juraran incondicionalidad al prófugo.

La imposición de la continuidad de Alianza País, con el gobierno de Moreno, no cambió esa naturaleza corrupta de la administración pública, sino perfeccionó la estructura heredada.

A nombre del diálogo y de un estilo distinto de gobierno, Lenin Boltaire reemplazó la autarquía presidencial por un ejercicio de cogobernabilidad burguesa al que fueron convidados los mismos sapos y ratas de siempre.

Ese es el actual reparto entre las élites empresariales, de banqueros, socialcristianos y cheerleaders arrepentidos de Rafael. Cada quien controla una fracción del poder para beneficio familiar o grupal, a cambio de evitar la fiscalización y de aprobar las leyes antipopulares. En cambio el correísmo, al controlarlo todo, le bastó con entregar cuotas de poder a sus leales lugartenientes que cumplían cada una de sus órdenes.

Mal hace el prófugo y sus seguidores en tratar de exorcizarse de sus demonios, nadie que sea decente puede olvidar la corrupción de su gobierno y de todos los demás.

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